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miércoles, 24 abril, 2024
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El hilo fantasma

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Por: CARLOS BONFIL •

Pigmalión contrariado. Entre las certidumbres personales que atesora el prestigiado diseñador de modas británico Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) figuran dos que, a su juicio, debieran ser incuestionables: su acendrado buen gusto, reconocido y festejado por las damas de la aristocracia nobiliaria, y su exigencia hacia los demás, en asuntos domésticos, de un silencio y una impecable compostura, durante su desayuno y su rutina laboral, cuya violación es capaz de arruinarle el resto del día. En su octavo largometraje El hilo fantasma (Phantom Thread, 2017), el estadunidense Paul Thomas Anderson (Boogie Nights, Magnolia, El maestro) se libra al malicioso placer de escenificar, en una mezcla eficaz de comedia y drama, una lucha de sexos muy tensa entre este hombre de hábitos imperturbables y su modelo y amante Alma Elsen (Vicky Krieps), decidida a no dar tregua alguna al patriarca satisfecho.

La incorregible manía de tener siempre la razón, en lo que concierne su oficio artístico y en la manera de preservar una armonía doméstica casi monacal, ha condenado a Reynolds a una condición de solterón empedernido, y a tener a algunas de sus modelos como amantes ocasionales, como el caso de la joven Johanna (Camilla Rutherford), quien soporta poco tiempo ese perfeccionismo tiránico. La candidata suplente es la propia Alma, mesera con un espíritu muy vivo y un ánimo independiente, a quien el modisto pronto adopta como su modelo predilecto y residente en su casa. Para la educación moral de esta joven, procedente de algún rincón oriental de la Europa de posguerra (la acción se sitúa en los años 50 del siglo pasado), Reynolds cuenta con la ayuda de su hermana y cómplice profesional, la muy estricta Cyril (Lesley Manville), personaje imperioso que mucho recuerda a la inflexible señora Danvers (Judith Anderson) en Rebeca (1940), de Alfred Hitchcock.

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La irrupción de la joven Alma en esa capilla de la alta costura que es el hogar de Reynolds, y también la sede de la prestigiada firma Woodcock, trastorna los rituales de buenas maneras que hasta ahora venía imponiendo el incuestionado amo del lugar. Desde su llegada todo está de cabeza, se lamenta este último ante su hermana, siempre imperturbable. Lo que en realidad explora el cineasta, más allá de una elegante comedia costumbrista en el mundo del diseño de vestuario, es la dinámica compleja de una relación amorosa. El espectador asiste a un vigoroso duelo de voluntades, cuyo punto de partida señala muy bien la propia Alma al inicio de su encuentro con Reynolds (Si se trata de ver quién es capaz de sostener por más tiempo la mirada del otro, estás condenado a perder). Ante el desafío que supone conservar el amor de Reynolds a cambio de perder la propia autonomía, la joven elige trastornar por completo las reglas de ese juego desigual. La manera en que lo hará es la parte sustancial, la más atractiva, de la trama que propone Paul Thomas Anderson, y naturalmente no será aquí revelada.

Lo que sí puede señalarse es que detrás de toda esa atmósfera londinense de sofisticación y buenas maneras (estupenda partitura de Jonny Greenwood, con toques adicionales de Schubert, Fauré y Debussy), el director deja entrever los mecanismos de poder que advierte en una relación sentimental. Hay la idea perturbadora de cómo el ánimo alicaído de un amante mal correspondido puede de nuevo florecer ante la desdicha del ser amado. También la sorda complicidad de dos mujeres, a quienes aparentemente todo opone, para doblegar la prepotencia del hombre cuya atención o desatención comparten. O de modo más malicioso aún, las estrategias de acoso, disimulo y pasividad fingida que un amante puede improvisar para someter de modo perdurable la voluntad de un amado esquivo. Detrás de toda historia de amor siempre existe una mecánica de poder, parecería insinuar el director de Boogie Nights. Que esa industria de los afectos pueda, a la postre, ser tan engañosa como eficaz es un enigma capaz de confundir inclusive al diseñador perfeccionista y refinado que es Reynolds Woodcock. Ese es el encanto final de la trama de esta cinta; posiblemente, su hilo fantasma.

Se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas de Cinemex y Cinépolis.

Twitter: @Carlos.Bonfil1

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