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viernes, 29 marzo, 2024
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Por: ALBERTO VÉLEZ RODRÍGUEZ • ROLANDO ALVARADO FLORES •

En El Sol de Zacatecas del 17 de febrero de 2017 declaró Rubén Ibarra Reyes, secretario general de la UAZ, que el desistimiento de huelga de ese año fue un “acuerdo por la universidad”, en la página de Facebook de la universidad se festejó como un “triunfo de la democracia”. Los resultados fueron de 1004 por el “no” y 785 por el “sí”, la diferencia fue de 219 votos. El emplazamiento del 2 de noviembre del mismo año concluyó en un plebiscito en el que 889 docentes votaron contra la huelga y 878 a favor con una diferencia de 11 votos. En algún punto entre febrero y noviembre de 2017 la correlación de fuerzas cambió, quitándole al grupo dirigente la holgada mayoría de más de 200 votos. Se nota que el nivel de participación fue prácticamente el mismo en ambos casos. Para febrero de 2018 las cosas se mantuvieron casi igual. Contra la huelga votaron 786 mientras que a su favor lo hicieron 723, con lo que la diferencia fue de 68 votos. La participación decayó a 1519 agremiados por lo que apenas se alcanzó el quorum mínimo para la validez del proceso. Pedro Martínez Arteaga, secretario general del SPAUAZ, declaró, si acaso escuchó bien el reportero, que “cada vez nos estamos ahorcando más nosotros mismos” (La Jornada, 16/02/2018) en un intento por rehuir la incapacidad de su dirigencia sindical de aglutinar a los agremiados. Por su parte el secretario general de la UAZ no se mostróentusiasmado con los números: “El resultado se presta para un análisis complejo, porque además de que fue muy apretado, la participación fue muy baja. Efectivamente hay un malestar entre el profesorado, hay que asumirlo así, y en la administración debemos considerarlo” (La Jornada, 17/02/2018). Quizá la alarma en la rectoría tenga más que ver con la capacidad de conducción que tienen como alianza de grupos universitarios que con la representatividad de la democracia establecida en la Ley Orgánica. Su legitimidad se funda en el 25% de la población docente sobre la que pueden influir, pero es claro que sin esa influencia directa la huelga, tanto en esta ocasión como en noviembre de 2017 hubiera sido inevitable, con consecuencias catastróficas para la rectoría o el sindicato, dependiendo de cómo se hubiese resuelto el conflicto. Si la solución transitaba por el camino de la huelga del 2014 (con Antonio Guzmán Fernández de secretario general), con un proceso de cambios de categoría y nivel, el problema financiero de la universidad se hubiera agravado, o tal vez ya es hoy tan grave que más vale hacerlo crecer para que la solución sea igual de enorme. Pero si se hubiera levantado el movimiento con una derrota para el sindicato es probable que la poca credibilidad de la actual dirigencia, que modera asambleas vacías, se volviera humo. En cualquier caso, el golpe político recaería sobre la alianza de grupos que dirige la universidad, que al parecer ya no puede encontrar una salida que le garantice triunfos en todos los frentes en la actual problemática universitaria. Debe asumir que el malestar de los docentes es contra ellos. La falta de imaginación para encontrar soluciones de consenso se manifiesta cuando los análisis del problema financiero, así como las propuestas de solución, son reiteraciones de lo ya dicho el año pasado. El problema del déficit financiero se plantea, desde el sindicato, como incapacidad de la rectoría para explicar cómo logra pagar si no tiene los recursos suficientes, mientras que desde los cuarteles rectoriles se propone hacer gestiones que consisten en adelantos del presupuesto del año siguiente, o pedirle prestamos al SPAUAZ, con lo que el problema se traslada en el tiempo, quizá a la espera de una coyuntura política favorable para mantener el presente tinglado político y aliviar el malestar docente con dineros. Es quizá claro que los problemas de la universidad pueden mantenerse sin solución indefinidamente porque siempre es posible un adelanto presupuestal, así que esa falta de recursos sólo se agravaría si la universidad se expande vigorosamente, cosa que al aparecer no está ocurriendo. El ahondamiento de la catástrofe puede diferirse. ¿Pero cuál es el origen del malestar docente?, ¿la falta de cumplimiento del contrato?, ¡imposible!, la mayoría de los docentes no conoce ni interpreta su contrato colectivo. Reiteraremos una hipótesis que ya hemos enunciado. El malestar docente resulta de la percepción directa de la cancelación de su futuro, o del ofrecimiento de un futuro espantoso, que resulta del conjunto de reformas que se han venido ejecutando de manera soterrada en la universidad desde hace años. Se detuvieron las promociones generales de nivel y categoría, se cerraron los centros de investigación y con ellos las horas dedicadas a esa actividad sustantiva. No hay años sabáticos ni más jubilación que la de la cuenta individual, que está vacía. Las becas están limitadas, y el embrutecimiento con jornadas agotadoras es la única perspectiva. No podemos imaginarnos el futuro ni tenemos acceso al pasado, quizá por causa de la simultaneidad que introduce en nuestras vidas la red global de comunicaciones, por lo que es muy seguro que una solución requiera fórmulas que nadie se ha tomado la molestia de escribir. ■

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