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jueves, 28 marzo, 2024
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La iglesia de las ocho ruedas

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Por: MALIYEL BEVERIDO •

La Gualdra 327 / Arquitectura / Crónicas de viajes

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En la esquina que hacen las calles de Fillmore y Fell, en la ciudad de San Francisco, California, se encuentra la que fuera la Iglesia del Sagrado Corazón. Es un inmueble de estilo románico, con columnas toscanas, que conserva su campanario y los vitrales de la Virgen María y San José. Su construcción empezó en 1897 y tardó 12 años. La nave central tiene 1200 metros cuadrados. Por más de cien años albergó el culto católico y sobrevivió a los terremotos. Pero tuvo que cerrar en 2004 porque resultaba incosteable su mantenimiento.

Dado que la condición de sagrado puede ser derogada, la arquidiócesis de San Francisco procedió a su desacralización, y entonces pasó a ser sólo un edificio con forma de iglesia, nada más. En Europa centenares de iglesias se han convertido así en otra cosa; galerías, salas de conciertos, bibliotecas, etc. El Sagrado Corazón quedó en el abandono durante diez años.

Luego, en 2014, David Miles Jr., comenzó a darle una nueva vida, y una nueva liturgia. Ahora, cuatro noches a la semana, se ve en la entrada una lona que anuncia “Church Of 8 Wheels”. Sí: la iglesia de las ocho ruedas es una pista de patinaje.

Yo sé que se habla de peligrosas sectas y de formas insidiosas de adoctrinar que abundan en el mundo, pero esta iglesia es un lugar más que inofensivo (literalmente: no hay ofensa), revigorizarte y esperanzador.

Éste es el hogar espiritual de montones de nostálgicos de las roller-disco de los setentas, y de nuevos adeptos a esta mezcla de deporte, baile y ritual. Y aunque sobra decir que hacía treinta años que no me subía a unos patines, la condición del lugar llamó poderosamente mi atención, y decidí probar la experiencia.

Al llegar la nave se encuentra despejada y tiene marcado un circuito por el que se patina y alrededor hay bancos de madera de los que usaban en las misas. Al fondo, donde estaba el altar, ahora están los comandos del DJ, del techo cuelga una esfera con espejos y se proyectan en las paredes luces estroboscópicas de colores. El coro está acordonado para fiestas privadas, y los confesionarios han sido remodelados en baños.

La música, al contrario de otros bares o discotecas, aunque llega claramente a todos los rincones del recinto, está a un volumen que permite a las personas escucharse.

Para empezar, me sorprendió el ambiente. No es nada más que haya letreros en la entrada que dicen: «Muchos en la comunidad aún ven esto como un lugar sagrado. Sea respetuoso. No beba. No fume. Sólo patine”; los feligreses no tienen otra intención que ésa: patinar. Son todos muy atentos unos con otros, los iniciados ayudan a los novicios, en la pista están comprometidos a seguir el ritmo de la música en concordia y armonía con los demás. Es muy divertido.

La iglesia abre de 7 a 11 de la noche de viernes a domingo. Yo creo que a nadie se le ocurriría llegar borracho a un lugar así, si de por sí conservar el equilibrio es todo un reto, pero si así fuera no le permitirían la entrada. Adentro sólo se venden refrescos y golosinas, que no se pueden llevar al área de patinaje.

Hasta 100 patinadores llenan la nave en una noche típica, pagando 10 dólares cada uno sin límite de tiempo ni de diversión. Cada quien puede llevar sus propios patines o alquilarlos, como en mi caso, por 5 dólares. Hay patinadores solitarios, hay grupos, hay los que buscan conversación y los que prefieren conectarse con su yo interior. Hay muchos caídos. Y risas.

Las edades cubren un amplio espectro: de 21 a 70, por lo menos. En esta visita mis dos acompañantes estaban celebrando su cumpleaños número 60. Y no olvidemos que es San Francisco, y aunque no hay una vestimenta oficial, muchos de los parroquianos ostentan trajes de spandex, abrigos de peluche en tonos neón y chaquetas de lentejuela. También abundan los estampados con flores, pieles de animales o con la bandera norteamericana. El propio David Miles Jr., lleva un sombrero de copa con la bandera.

Este hombre negro de 66 años llegó a San Francisco en 1979, y cada sábado patina en el parque Golden Gate, donde la gente le ha dado el apodo de “El Padrino del Skate”. Es considerado una leyenda viviente.

Cuando aparece en la pista todo el mundo lo sigue. En algún momento se para en medio del circuito y muchos -los que ya dominan la vertical sobre sus ocho ruedas- comienzan a imitar puntualmente los movimientos que él marca, creando coreografías. Todos nos sentimos parte de una gran comedia musical.

Se han hecho varios reportajes y documentales sobre él y sobre su iglesia. En una entrevista dijo: «El patinaje sobre ruedas, en cierto modo, también es sagrado. Es ritualista, es circular», y precisó: «Puedes patinar solo, pero es más divertido como grupo, todos fluyen juntos, como en la oración o el canto».

En marzo la Iglesia de las ocho ruedas cumplirá cuatro años. Ojalá tenga tan larga vida como el Sagrado Corazón, y procure el consuelo que los tiempos le demandan.

 

 

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