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jueves, 25 abril, 2024
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El divorcio entre el gobierno y la sociedad

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Por: ÁLVARO GARCÍA HERNÁNDEZ •

Escribo esta columna precisamente el día del amor y la amistad, entonces comienzo a reflexionar sobre una relación compleja en donde las ganancias son exclusivamente para unos cuantos y las pérdidas para la gran mayoría; así, visualizo un divorcio entre la sociedad y el gobierno que aunque viven juntos, ya no tienen desde hace muchos años elementos afines que nos hablen de un equilibrio entre ellos o cuando menos una relación armónica. Definitivamente, la sociedad ha llevado la peor parte en este vínculo en donde el engaño y la simulación son los principales ingredientes que hierven dentro de una olla y que amenazan con desbordarse pese a los intentos de sometimiento basados en el terror, la pobreza y la desesperanza. En un determinado momento, la sociedad confió su soberanía en los poderes estatales soñando en el beneficio colectivo, de tal suerte, la clase política aprovechó y defraudó la confianza que un día le tuvimos para administrar la riqueza nacional, ahora, solamente los que han sabido ejercer corrupción para enriquecerse por generaciones y que han podido mantenerse a flote en el cúpula del poder gracias a la impunidad, son los que verdaderamente saborean las delicias que emanan del cuerno de la abundancia. México, poblado de mucha ignorancia e indiferencia social, ha permitido grandes afrentas contra sus nacionales, de tal manera, los mexicanos ganan en su mayoría salarios raquíticos, trabajan largas jornadas, son presas de los créditos que los voraces emporios ofertan para pagar en abonos chiquitos pero eternos, caemos fácilmente ante las bondades de las casas de empeño en donde la computadora del hijo o la plancha de la esposa pueden solucionar el problema de la comida por uno o dos días, sobre todo cuando el fin de la quincena resulta ser toda una aventura, pues hay que pagar la ruta, los libros, colegiaturas y las anticonstitucionales cuotas voluntarias de padres de familia. Los mexicanos tenemos que aprender a sobrevivir con poco dinero pues hay austeridad para el pueblo y opulencia para el gobierno; los de abajo, parafraseando a Mariano Azuela, tenemos que pagar impuestos, tenencia y deudas como las que nos han heredado nuestros nefastos gobernantes; sufrimos además, servicios públicos deficientes pues el agua no es suficiente lo bueno que los concursos de dibujo y los parques, solucionarán de tajo esos problemas complejos e intergeneracionales. Para acabarla de joder, la constitución nos controla y nos limita, pues ante tanta inseguridad, no podemos hacernos justicia por nuestra propia mano, aunque está visto que los poderes ejecutivos federal y estatal, han resultado harto incompetentes, de tal manera que estamos aquí de paso: hoy si, mañana no; por lo que es bueno que mientras el fuego cruzado no nos alcance, fortalezcamos nuestras relaciones más próximas, abracemos a nuestros seres queridos, platiquemos con ellos y dejémosles pruebas contundentes de que no estamos vinculados con la industria del terror, ya que en esta sociedad infáme con todo y sus autoridades, enlodan la vida y la muerte de las personas; preparémonos para actuar como víctimas, aquellas que después limosnean justicia, aquellas que son incómodas para el sistema, aquellas que son molestas puen van y van a las oficinas de la procuraduría a ver si encontraron al secuestrado o los restos del asesinado; olvidan que procuración de justicia deriva de la palabra procurar que significa: intentar, pretender, tratar, acometer lo que a cada quien corresponde, así, la justicia no se garantiza, solo se intenta facilitar. Hay divorcio entre la sociedad y el gobierno, porque este último solo trabaja en su propio beneficio, su administración pública está plagada por muchos vándalos que solo brincan de un puesto a otro, que se creen reyes por seis años o tres, que no saludan y no atienden las demandas de la ciudadanía, que desayunan en los lugares de moda, que se hacen millonarios en pocos años y que compran propiedades en los fraccionamientos más nice de la ciudad. En este divorcio hay una condición sui géneris, un gran sector de la población no se da cuenta de la separación que prevalece y ciegamente siguen confiando, encumbran a las ratas y continúan solapando las afrentas de los gobernantes, los abrazan, se toman la foto pal feis, creen fielmente en sus palabras cual pareja infiel y, después, siguen con su precaria vida culpando al destino y sacrificando su existencia con la esperanza de que las puertas del cielo se abrirán de par en par para recompersarlos por todas las miserias terrenales con un paraíso en donde no hay hambre pues alcanza para todos, con lugares verdes, cielo azul, con lagos, ríos, cascadas, mares y muchas riquezas naturales, sin pensar que ese paraíso estaba en la Tierra y se llamaba México, lo teníamos en nuestras manos y permitimos que unos pocos lo dilapidaran. Sin duda, aquí está el infierno y también lo que queda del paraíso. ■

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*Integrante del Consejo Mundial para la
Defensa de los Derechos Humanos
[email protected]

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