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jueves, 25 abril, 2024
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El modesto acontecer sentimental de un solo corazón [Segunda parte y final]

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Por: Mauricio Flores •

Más que poeta nacional, hay que llamar a Ramón López Velarde poeta municipal. Pero de todos los municipios de México.

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Juan José Arreola

 

A mediados de 1992, se anunció en la Ciudad de México que el jalisciense Juan José Arreola había sido merecedor de la segunda versión del entonces llamado Premio Juan Rulfo de Literatura, acompañante de las actividades de la Feria Internacional de Libro de Guadalajara. Era, pues, la noticia, y desde la capital había que ir a seguirla entrevistando al escritor reconocido.

Un Arreola que en la línea telefónica se escuchaba tranquilo. Ven mañana, me dijo, me hablas cuando llegues al aeropuerto. Lo que cumplí apenas puse pie en la ciudad de Occidente. Háblame más tarde, rectificó después. Y, horas adelante, me canceló con un siempre correcto hablamos mañana…

Fue mañana y le volví a llamar. Vente ahorita, me anunció.

Allá llegué, “una calle hermosa, arbolada y floreada, sentido de reiteración auténtica”, diría Arreola semanas después, para encontrarme a un hombre atravesado por la emoción, la humildad y la gratitud hacia los otros, especialmente a Juan (Rulfo), siempre lo llamó así, con quien había compartido muchas experiencias juveniles.

¿De quienes más hablaría en esa entrevista? Rodeado de miles de libros, en su mayoría encuadernados, máquinas de escribir (ésta es la primera eléctrica —me dijo como un maestro cariñoso— fabricada por los alemanes tras la Segunda Guerra Mundial), piezas y tablas de ajedrez y botellas de vino desperdigadas.

¿De Borges, Papini, Rilke, Barrès, López Velarde…, entre fatigas y algunas lágrimas. De lo que diría después, y que ahora, en el centenario de su nacimiento, recobra sentido?

“Yo no quiero llevarme de este mundo nada, me queda poco tiempo y tengo que hablar mucho para, aunque sea en confusión, en este no vertedor de demasía en una presa hidroeléctrica y magnífica, sino sencillamente, y perdónenme la expresión, porque siento ganas de decirlo. Me disculpo ante ustedes porque de pronto vuelvo… mis expresiones verbales… me parezco a estos grandes vehículos poderosos, que se llaman de volteo”.

Tomados de Ramón López Velarde: el poeta, el revolucionario, libro de Arreola de hace veinte años y fuera de circulación, unos fragmentos sobre el perfil (revolucionario) del jerezano, a manera de tributo y evocación al autor de La feria, Bestiario, Confabulario, Palindroma, a cien años de su natalicio.

 

Circunstancia

José Luis Martínez tiene indudable razón al juzgar endeble y circunstancial la prosa política de Ramón López Velarde, que Elena Molina Ortega reunió por primera vez en un volumen el año de 1953, después de investigarla con laboriosa paciencia en archivos y hemerotecas. Pero aquí me importa otra cosa. Orteguiano como soy, creo en el hombre pero también en su circunstancia. Y creo que la circunstancia que vivió López Velarde nos importa a más no poder: porque tenía de edad los veintiún años civiles de aquel entonces. Nació en 1888 y en 1909 don Francisco Ignacio Madero puso al país en movimiento gracias aún libro que la mayoría de nosotros ignoramos.

 

Dos

El poeta es, entre todos nosotros, dos, y esos dos podemos ser muchos más de nosotros, los que seguimos oyendo esa voz que de una vez habla por todos.

Ramón condescendió a los reclamos del descontento popular. Pero casi todos los días también publicaba el modesto acontecer sentimental de un solo corazón: el suyo que latía todos los días acompasando al son del corazón universal. Lo cierto es que junto al diario reproche a propósito del tejemaneje político, aparecerían las noticias de su amante corazón. Ramón López Velarde afirmó y sigue afirmando el día de hoy la verdad de sus poemas, esa verdad que se confirma ahora en cada uno de nosotros sus lectores.

 

Maderista

Ramón coincide con Madero en el único punto que realmente importa en los días de ayer y de hoy: el amor a México y el amor a la libertad. Lo demás son disidencias en cosas del otro mundo, ya sea el del espíritu o el del espiritismo… Lo que verdaderamente vale en Madero y en López Velarde es la sinceridad. Por eso no son intrascendentes los chismes de vecindad política que el poeta nos transmite desde las páginas cotidianas de La Nación, durante ese año en que le tocó vivir uno de los trances más apurados y mejores para ayudarnos a comprender que el porvenir de México no depende de las ideas, sino de la conducta personal de sus hombres públicos.

Patria

Ramón López Velarde no murió en la guerra, pero sí en un campo de batalla civil. Murió por todos nosotros, enamorado de la patria. Para enseñarnos a amarla no cómo debería ser, sino tal y como es, como la hemos hecho y tal y como debemos rehacerla en cada uno de nosotros en las horas críticas. Como las de ahora.

 

Llanura de maíz

Lo mejor, para un poeta que se precie de serlo, es ser realmente categórico. Y entre las categorías de nuestro ser de mexicanos, nada puede ser más real que nuestro maíz alimenticio… Basta mirar uno de nuestros valles más cereales para creer que todo el suelo de México es una llanura de maíz. Pero debiera serlo, y si no lo es, sigue siendo exclusivamente culpa de nosotros.

 

Pan cotidiano…

La verdad debería ser nuestro pan cotidiano. Para nosotros, los mentirosos de cada día, que somos capaces de decir que sí sin poner el acento sobre la i. Pan bendito de la patria verdadera, comunión de cada día. Por cierto, la primera vez que comí pan bendito, me supo desabrido, acostumbrado como estaba a tantas golosinas tentadoras. Tanto como la hostia de mi primera comunión, y mucho más que el ázimo que probé después con los judíos.

 

Pan bendito…

El pan bendito es como el atole blanco que ya no se usa: de pronto no sabe a nada, pero un poco después sentimos en la lengua y en el alma que contiene todos los sabores: porque sabe a pura verdad de harina cocida de maíz, bendecida en nuestros campos por las lluvias de junio… Y para mover en nuestro pecho los mecanismos del amor, Ramón hace de la palabra una muchacha que se asoma a la ventana, con su traje de novia de todos los días, aunque ya las blusas no suban hasta la oreja ni todas las faldas se bajen hasta el tobillo…

Fuente: Juan José Arreola, Ramón López Velarde: el poeta, el revolucionario, Alfaguara, México, 1997, 149 pp.

* @mauflos

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