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miércoles, 24 abril, 2024
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El imposible camino para salir de San Rafael [a propósito de ‘La estatua de azúcar’, de Fidel García Reyes]

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Por: RAÚL EDUARDO GONZÁLEZ* •

La Gualdra 320 / Libros / Literatura gay

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En estos tiempos de poca lectura, de poco amor a los libros, de una escasa política de promoción cultural, saber que alguien se anima a escribir una novela, y que alguien más se anima a publicarla es por sí solo motivo de festejo. Hago, pues, manifiesto mi agradecimiento para Desliz Ediciones, y expreso mi enhorabuena para Fidel García Reyes, joven escritor y literato, quien como académico ha estudiado las representaciones del cuerpo y la sexualidad en la literatura mexicana de temática gay.

En La estatua de azúcar, su primera novela, este joven nacido en 1987 nos ha regalado un mundo singular, el del paradisiaco rincón guerrerense de San Rafael, cercano a Acapulco, acaso en la Costa Grande, donde en los últimos años del siglo pasado el turismo sexual trajera un inusitado porvenir a la población, a la vez que creara un singular escenario para la irrupción del crimen organizado y la corrupción gubernamental y eclesiástica desatadas en los años del espejismo de la transición democrática que nos trajo el siglo que vivimos. El personaje que llevaría al puerto la fama, el desarrollo, la alegría, el sida y la posterior ruina del lugar, se llama Pedro Marcial. En la tradición mexicana, no puede tratarse sino de un cacique, un artista plástico benefactor, “el mejor que dio Guerrero” (dice el narrador de la novela), que regresa al pueblo en el que creciera, para llevar su conocimiento y su estética. Todos los sitios que procura y transforma se ven afectados por su ambición; prácticamente nadie puede resistirse a su apetito sexual, difundido más allá de las fronteras nacionales incluso por las películas pornográficas en las que participaría, dotado con un pene enorme y ávido, que todo lo penetra y carcome, como el hombre a quien está ligado.

Con la pérdida de la potencia sexual y con el contagio del sida, el nuevo milenio trae consigo la ruina de Pedro Marcial, y con ella el acontecimiento que detona el conflicto de la novela: la muestra pictórica en la que él expone a los personajes que concurrían a las orgías que organizaba en su mansión de San Rafael, quienes, entregados al desenfreno del encuere y la droga, habían sido fotografiados y videograbados en situaciones poco edificantes. Los modelos de su exposición eran encumbrados políticos y eclesiásticos, amén de extranjeros y de toda una serie de jóvenes sanrafaelinos, convidados a aquellas reuniones por su juventud y belleza, a cambio de los dólares que aquel torrente de viajeros llevaban para encontrar la diversión al precio que fuera.

El secuestro del pintor, que sobreviene a la muestra pictórica, constituye, en conjunto con ésta, el hecho que vuelve a poner los reflectores en Pedro Marcial, y, con ello, la reunión de tres personajes que conducirán el conflicto detonado por la figura del cacique: Isabel, Diego y Julio, quienes habían sido asiduos asistentes a las referidas reuniones en los años noventa —Diego había sido incluso amante de Marcial—, y quienes se reencontrarán en San Rafael poco tiempo después del secuestro. Julio, el personaje narrador de la obra, nos irá revelando el conflicto en la medida que él mismo lo vaya conociendo, como testigo privilegiado, cercano a Marcial desde la época de la secundaria, y enterado interlocutor de Isabel, de Diego y de otros personajes que aparecerán en la trama, llena de pliegues y salidas falsas.

Fidel García nos describe, pues, en la figura de Pedro Marcial a una especie de rey Midas que trae la diversión y el desarrollo al puerto de San Rafael y a los asistentes a sus disipadas reuniones; él marcará el momento para el sexo y el destrampe, y proyectará todo aquel mundo de excesos hacia su fama y reconocimiento. A la manera del cacique clásico, no sentirá ningún remordimiento al pasar por encima de quien sea para alcanzar notoriedad —y así será capaz de representar en sus cuadros la ruina que el sida horada en sus allegados—, y arrastra consigo en la caída a quienes ya no están dispuestos a reconocer su autoridad. La hipocresía, la inmoralidad rebuscada, el fingimiento y las falsas aspiraciones son el pan de cada día en la vida y en el ámbito de influencia de Marcial, donde el poder y los poderosos encuentran un escenario adecuado. El amor, la verdad, el conocimiento y la justicia están proscritos en la esfera de Marcial, y quienes aspiren a ese tipo de valores tendrán que salir de San Rafael, como lo hacen los protagonistas de la novela, cuando van a la capital del país, en busca, asimismo, de la formación profesional que el marginado campo guerrerense les niega.

La amenaza del sida es la sombra de Pedro Marcial, que alcanza a Diego, como antes había alcanzado a Mariana Cienfuegos, la mujer de la vida de aquél. Los años noventa transcurren con el desplome de los allegados a las fiestas del cacique, quienes van cayendo ante la epidemia, hasta que los medicamentos frenan aquel precipicio fatal. Luego, la violencia desatada, que irrumpe en la región como lo ha hecho en todo el país, trae consigo una nueva amenaza de muerte, que hace víctima a muchos de los implicados en la trama. Entre ambos polos, la memoria consume a los personajes en la forma de una zozobra constante: los que aparentemente han podido escapar a aquella Sodoma paradisiaca no resisten la tentación de voltear a ver la caída, y correrán el riesgo de quedar convertidos en estatuas de azúcar, o acaso en uno de los 41 gatos rellenos de cocaína para la pieza que Pedro Marcial titulara Los 41 o el amor que no requiere de penetraciones. Y, sin embargo, en esos escenarios de alto riesgo epidemiológico y de violencia, aun la muerte se resistirá a llegar para algunos de los personajes, que viven una vida de excesos y peligros.

La imposibilidad de encontrar el amor tiene correspondencia con la de encontrar la verdad; buscarla implicará la muerte, las muertes, que se suceden como la caída de prescindibles fichas de dominó cuya única finalidad es mantener un estado de corrupción y simulación en el que Pedro Marcial había sido amo y señor. Su ruina no acabará con la desgracia de su entorno; al contrario, sacará a flote un sistema igualmente corrompido y falso, en el que los personajes fingirán tener nobles aspiraciones de servicio a la sociedad, y pretensiones y talento artísticos, que, al aparecer revelado su fondo verdadero de ambición y egoísmo, serán premiados antes que condenados por el sistema que los engendra. Fidel ubica muy bien esta problemática, que permea la prensa, las instituciones culturales y las propias redes sociales: la verdad se revela ahí como un mero discurso, una moneda corriente, que no una como una franca aspiración. Llegar al fondo de la verdad del secuestro y el asesinato de Marcial, así como de su reinado en el arte y la disipación en San Rafael y en Guerrero, puede costar la vida a quien quiera indagarlo.

Al relatar la historia de un personaje como Pedro Marcial, y el esplendor, el deseo y la ruina que lo rodean, Fidel García Reyes describe lo que pasa en muchos rincones de nuestro país, donde la prostitución y el turismo sexual son parte de la realidad cotidiana. Sin el afán de censurar ni menos de teorizar en torno a estas circunstancias, Fidel nos entrega una novela con pasajes intensos de erotismo e intriga, un testimonio ficcionalizado de las dificultades que los gays vivían cotidianamente en la época referida. La estatua de azúcar es la primera de muchas obras que el autor habrá de entregarnos, en un promisorio futuro de creación y estudios literarios.

La novela, próximamente se encontrará en librerías o se podrá conseguir vía Amazon. Por ahora se puede conseguir en la Cafebrería Voces en Tinta, quienes realizan envíos nacionales. Datos de contacto: [email protected]

 

 

La estatua de azúcar 

Después de varios años de ausencia, los protagonistas de La estatua de azúcar vuelven al pueblo donde vivieron su infancia y juventud. Ellos fueron los enfants terribles de una generación. Emigraron porque no estaban dispuestos a continuar con rumbo al desbarrancadero al que los estaba conduciendo su amistad con Pedro Marcial. A pesar de que se han construido a sí mismos negando su pasado, al regresar se reencuentran con él. Y se dan cuenta de que nada tiene que ver con ese sabor dulzón con el que se les había aparecido en sus recuerdos.

Con el regreso a sus orígenes, vuelven también a la intrepidez de su juventud. Y, mientras se enfrentan a su pasado, a los peligros del narcotráfico y la corrupción, vuelven a revivir la pesadilla que fue el vih/sida a inicios de los noventa, cuando descubrían sus identidades de género y se prostituían para poder sobrevivir.

 

 

Fidel García Reyes (Guerrero, 1987) estudió la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y la Maestría en Estudios de Género en El Colegio de México. En el 2012 publicó la plaqueta de poesía Traslación de un cotidiano Q. En el En el 2014 fue ganador del primer lugar del “Concurso internacional de microrrelato con perspectiva de género”, lanzado por el Centro de Estudios de Género, de la Universidad de Guadalajara. En el 2016, en un libro colectivo, El Colegio de México publicó su tesis de maestría. La estatua de azúcar es su primera novela. Más sobre el autor en: @fidelreyes1321    www.fidelgarciareyes.com.

 

 

 

 

*Raúl Eduardo González es Doctor en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM; miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Es profesor investigador de tiempo completo en la Facultad de Letras de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH). Desde el año 2001 es miembro del comité de redacción de la Revista de Literaturas Populares.

Desde hace dos décadas se dedica al estudio de la lírica tradicional mexicana. Se ha especializado particularmente en las formas estróficas de la décima y la seguidilla, así como en la lírica y la música de la Tierra Caliente de Michoacán, temas sobre los que ha publicado artículos, capítulos y reseñas académicas. Entre sus libros se encuentran El valonal de la Tierra Caliente (Jitanjáfora / Red Utopía, A.C., 2002), La seguidilla folclórica de México (UMSNH/Morevallado, 2006) y Cancionero tradicional de la Tierra Caliente de Michoacán (UMSNH/Conaculta, 2009).

 

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