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jueves, 18 abril, 2024
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Treinta años después (casi)

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Por: Carlos E. Torres Muñoz •

Recién he culminado (por fin) el excelente libro de Martha Anaya, 1988 el año que calló el sistema, una muy recomendable narración de los acontecimientos y reacciones que se suscitaron en torno al proceso electoral de aquel año que daría como resultado un muy accidentado arranque de gobierno de Carlos Salinas y el nacimiento de uno de los movimientos políticos más importantes hasta hace algunos años, el Frente Nacional Democrático, que se convertiría en el Partido de la Revolución Democrática, y el liderazgo moral del Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas.

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Perteneciendo a una generación que apenas conoció por referencia histórica aquel episodio nacional, y cuyos resultados de formación y transformación institucional en México nos ha resultado andar como un asunto de lo más natural, el libro tiene la ventaja de ser un relato que permite la reconstrucción desde las entrañas mismas de un sistema, que si bien se resiste a morir en la conducta de muchos actores políticos, ha perdido las herramientas que le permitían un predominio absoluto, carente de contrapesos y el uso indiscriminado del poder sin equilibrios.

Destacan al análisis dos cuestiones inherentes a aquélla época: la primera, la hegemonía de una expresión política en el agotamiento de su representatividad y la inevitable crisis política que ello desataba y cuya resistencia a aceptarlo generaba aún más conflictos y desencuentros en una naciente clase política plural; así como la ausencia plena de mecanismos jurídico-institucionales que permitieran con garantía la participación equitativa, igualitaria y libre de las distintas expresiones ideológicas y partidistas.

La reforma del 77, daba frutos en la diversidad política, pero no permitía aún la competencia electoral, ni siquiera el contrapeso a un Poder Ejecutivo, cuyo poder se acotaba, sin que las expectativas, del ocupante del cargo y ajenos a él, tenían sobre aquél despacho.

Hoy, con todos los retos pendientes en materia de democratización, la historia es una totalmente distinta. Mucho de ello se debe a la altura política que tuvo entonces una oposición que se reconoció a sí misma como la generación por la que pasaría la transición como un deber impostergable y centro del debate, y por otro lado, a la construcción de instituciones novedosas en nuestra historia política.

No necesariamente ambos elementos han avanzado con el mismo rumbo. Mientras la gama de nuestras instituciones se ha venido perfeccionando (no siempre ha alcanzado esta pretensión con éxito y han existido reconocibles retrocesos), y hemos venido dotándonos de cada vez más vías y mecanismos para la participación democrática plena, nuestra clase política ha ido envileciéndose al punto de arribar a dichas instituciones con la intención de desmontarlas desde la toma de decisiones y el franco ataque hacia las mismas, aun cuando de ellos mismos es de quiénes depende su estructura y condiciones de actuación. La oposición de entonces, no está, ni de cerca, en sintonía con aquélla, que supo, de un lado, concertar acuerdos que permitieran una agenda de liberalización, que pudiendo compartir o no, modernizó al país en muchos sentidos; y del otro lado, ejercer una crítica sustancial, con lealtad al país y su futuro, a través de la permanente exigencia de mejores condiciones tanto políticas, como sociales y económicas. Hoy en cambio, vemos de un lado la intransigencia total para acordar cualquier cosa e incluso, la plena ironía de desconocer lo que en el pasado inmediato y reciente se construyó a través de una firma pública del Pacto por México. Del lado contrario, vemos la permanente descalificación a las reglas del juego en el que se participa, con una única posibilidad de legitimarlas: resultar ganador. Que lejos de Clouthier (padre) y de Cárdenas (hijo), estamos.

Cabe cerrar recomendando el libro de Anaya a mi generación, a las posteriores, pero también a los que vivieron de cerca aquella historia que comenzó antes y parece aún no terminar. Su lectura es amena y queda constancia de que, a casi treinta años, estamos lejos de aquél episodio, en ambos sentidos, el institucional en el que hemos avanzado notablemente y el de la realpolitik, en el que desandamos madurez y visión democrática.

 

@CarlosETorres_

www.deliberemos.blogspot.mx

 

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