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jueves, 28 marzo, 2024
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La Suprema Corte y los sindicatos gremiales

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Por: ALMA RITA DIAZ CONTRERAS •

■ Alba de papel

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Así como advertimos que la pobreza ha dejado de ser un problema de estructura para convertirse en una crisis de identidad, el financiamiento a la educación superior en México ha dejado de ser un lance financiero para transformarse en un conflicto de profundos quiebres que está poniendo peligrosamente en riesgo la educación gratuita a la que tienen derecho los jóvenes mexicanos y también, está dividiendo más a los académicos que trabajan en una Universidad.

En la Universidad reside la conciencia de este País, y bien sabemos que tener estudios de licenciatura no es un lujo, sino una necesidad elemental que impulsa la vida de una persona hacia condiciones de mayor bienestar y que expansivamente tiene un efecto directo en su desarrollo y humanismo, cómo explicar el deterioro financiero al que históricamente ha sido sometida la educación superior, permanentemente denostada con presupuestos menores al 0.5 por ciento del PIB, rebasado por rangos superiores al 2 y 3 por ciento, por países vecinos como Estados y Canadá.

Cómo fundamentar el descuido proverbial de la federación, que no planificó y no generó las medidas económicas para resguardar la cubertura de miles de jóvenes que año con año aspiran a una carrera universitaria y tristemente quedan fuera, marginados de cumplir su sueño, y en consecuencia, automáticamente arrojados a la vileza de la criminalidad y delincuencia organizada.

Vivimos en un país cuya política pública cercena los sueños y los ideales de una democracia verdadera, simulando constantemente que trabaja a favor de los oprimidos y que su misión es sustentar un desarrollo basado en la educación de sus jóvenes y en el estímulo de la investigación y las humanidades para formar mexicanos singulares y una nación próspera.

Por el contrario, la miseria corroe las venas del territorio mexicano, el aliento se apaga y se pisotea la esperanza de las familias mexicanas, cuando para hablar de la universidad, se hacen anuncios espurios, siempre amenazantes de que no habrá recurso ni subsidio, si no se cumplen las expectativas de un plan organizativo y transparente en el manejo de los recursos contra la plantilla de maestros contratados, y se cumpla con el ingreso a la Reforma Educativa que forma parte de un proyecto neoliberal que mucho ha sangrado a este país.

Por un lado, exclusión, apatía, pobreza, discriminación, desempleo, analfabetismo, delincuencia y violencia ilimitada ha representado esta política equivocada, ante los cientos de jóvenes que se quedan fuera y sin posibilidad de estudiar una carrera universitaria, ante los oídos sordos de las autoridades en sus tres niveles de gobierno y por el otro, a rajatabla introduce la confrontación respecto al derecho de antigüedad, ante los posibles despidos.

En rigor, la universidad sigue siendo el espacio sagrado para la construcción del conocimiento, la resignificación de los principios éticos, pero en su esencia, constituye el punto neural del pensamiento y la reflexión de lo que somos los mexicanos; PENSAR es una condición obligada para entender nuestro lugar en el mundo y creativamente participar con humanidad y alteridad, en hacerlo mejor, más justo y equitativo, apoyándonos unos a otros.

Lograrlo, requiere de la sensibilidad de la otredad. Es inexplicable que actualmente el gobierno federal destine la quinta parte del producto interno bruto a combatir al crimen organizado, con resultados patéticos, porque la inseguridad y el no cumplimiento de la Ley, es el pan cotidiano de todos los días.

En este mismo sentido, ante los déficits universitarios y amenazas de recortes, nos preguntamos dónde están los miles de millones de pesos que por actos de peculado y corrupción de ex-funcionarios de los tres niveles de gobierno, que fueron extraídos del recurso público, hecho con los impuestos que pagamos. Cuál es en sinceridad, el valor de la norma para transparentar el dinero público y garantizar la educación y el progreso para todas y todos.

Pero no sólo desde la práctica formal se nota el desgaste y la afrenta, también al interior de las universidades, puede advertirse la fragmentación que no significa pensar distinto sino denostar para incrementar la complejidad y el divisionismo, para abonar a la ruptura institucional, provocada por intereses políticos y de grupos contrarios, con egos desmedidos y una ambición sin freno, que va más allá del impulso vital de lo que significa servir a la universidad con respeto y responsabilidad.

En 1921, José Vasconcelos asumió la Rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México y en su toma de protesta dijo “No vengo a trabajar por la Universidad, sino a pedir a la Universidad que trabaje por el pueblo” y emprendió junto a maestros y estudiantes, la mayor campaña de alfabetización que se tenga noticia; frente a la egolatría y el individualismo, la palabra servir es un principio fundamental que no debiera olvidarse nunca.

En el caso de la Universidad Autónoma de Zacatecas, todo este planteamiento está presente, prevalece cierta tranquilidad porque se han asegurado un par de quincenas y no estalló la temida huelga, a tres semanas de que concluyan las clases, seguramente las negociaciones continúan, pero nuestra Universidad: (autoridades, estudiantes, profesores y el Spauaz que ha sido permanentemente comedido y conciliador), deberá estar alerta al fortalecimiento de su propia unidad, de sus bases y del pensamiento reflexivo de sus estudiantes.
Su compromiso único es enseñar y formar personas de bien, retribuirle al pueblo la utopía y la esperanza de que siempre la supervivencia puede ser mejor. Recordemos con justeza al filósofo y educador Francisco Giner de los Ríos cuando dijo La Universidad es la conciencia ética de la vida. Ánimo y fortaleza, todos a favor de nuestras universidades. ■

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