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martes, 16 abril, 2024
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A los cien años de la Revolución de Octubre: Contienda entre el postcapitalismo y la distopía

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Por: MARCO ANTONIO TORRES INGUANZO •

El centenario de la Revolución de Octubre (1917-2017) nos lleva a pensar en tres cosas: en aquello que la motivó, lo que resultó finalmente y sobre las expectativas que nos es lícito tener después de evaluar esa experiencia (y algunas similares).

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La idea de emancipación supone que los seres humanos podemos estar atrapados en formas sociales opresivas, las cuales impiden que las personas desenvolvamos todas nuestras potencialidades y lleguemos a ser lo que realmente somos. En otras palabras, la opresión impide el florecimiento humano. Por ello, se piensa en estructuras sociales que en lugar de frenar el florecimiento, lo estimulen. La idea de la Revolución entraña la posibilidad de eliminar la opresión: lograr la emancipación de los hombres. Sin embargo, nos puede llenar de asombro cómo el sistema político que nació con la misión de hacer florecer a su población, se convirtió en uno de los regímenes más opresivos y deleznables que conocemos. Totalitario. Después de la segunda guerra mundial, el pueblo ruso y otras 14 repúblicas, estuvieron bajo la bota de una burocracia de hierro que todo lo vigilaba y decidía. Con un discurso que decía ser ‘comunista’ crearon, en realidad, un brutal estatismo asfixiante. Y a la postre, ahora mismo, después de salir de un mal, entraron a otro del extremo opuesto: la riqueza de los multimillonarios rusos es equivalente al 80 % de su PIB. En México es de 55% y vivimos en la desigualdad extrema. Contra el 10% de Japón.

Con este botón podrán apreciar la desigualdad en Rusia. Hiper-extrema.

Sin embargo, es común caer en una fatal falacia: pensar que el descrédito y derrumbe del experimento soviético, significa la legitimación sempiterna del capitalismo y la muerte de los proyectos emancipadores. No es así. El hecho de que la antigua URSS se haya hecho pedazos (y que bueno que así pasó) no significa que el capitalismo es benéfico o inmortal. Ninguna de las dos cosas. Y otra falacia también es común: identificar ‘socialismo’ con las experiencias estatistas que terminaron en el totalitarismo. El igualitarismo económico y la democracia radical son formas que forman parte del discurso socialista: la apropiación social del poder y la riqueza. Y eso no implica necesariamente estatismo alguno. En cambio, uno de los fundamentos de la democracia económica socialista es incuestionable: la ilegitimidad entre el origen de la riqueza y su reconocimiento jurídico; es decir, la riqueza es un producto social y el reconocimiento jurídico de la misma (la propiedad) es privada. En otras palabras, hay una ruptura injusta entre la realidad de la riqueza (producto social) y la su forma de apropiación. Por ello, la justicia consiste en armonizar las formas (jurídicas) de apropiación de la riqueza con su realidad o fuente original. En la teoría política contemporánea el tema del socialismo está de regreso, y se argumenta no sólo sobre lo justo y deseable de sociedades postcapitalistas, sino que se analiza lo viable y factible de las mismas. El debate actual está muy interesante.

El capitalismo tampoco resulta legitimado con el derrumbe de la experiencia totalitaria. El capitalismo se soporta precisamente en la inadecuación injusta que mencionamos en el párrafo anterior, porque el capitalismo se define justamente como la apropiación privada de los medios de producción y sus rentas. Y las consecuencias actuales del capitalismo ya son muy delicadas: desigualdad extrema, destrucción ecológica del planeta, militarismo depredador, y la misma destrucción de la democracia en los diversos países como efecto de los gobiernos a manos de las élites. Esto es, el capitalismo se ha convertido en contrapuesto a una de las ideologías políticas que decía promover. Por todo ello, se hace relevante en este momento pensar (nuevamente) en alternativas al capitalismo.

Para pensar las alternativas al capitalismo o, lo que es lo mismo, pensar formas de socialidad postcapitalista, debemos preguntarnos por la articulación de tres cosas: (a) el papel y el modelo del Estado, la llamada nueva estatalidad, (b) las formas del poder social al interior de la llamada sociedad civil y (c) las maneras de estructurar la economía. En el debate contemporáneo se presentan múltiples formas y combinaciones de los tres elementos mencionados. La socialdemocracia, el estatismo ya conocido, un capitalismo con cierto poder en la sociedad civil, la economía cooperativa de mercado, la economía social y el socialismo participativo. Ahora mismo hay un hervidero de posturas sobre las formas de Estado más cercanos a la sociedad en la conocida Gobernanza, que implica una democratización del Estado. Y la reflexión sobre las maneras de pensar su viabilidad también es prolija: los desarrollos locales, autonomismos sociales y otros. En suma, ante los efectos negativos extremos del capitalismo contemporáneo la imaginación social actuante se ha puesto muy activa. Mientras, paradójicamente, se posiciona la distopía: la ultraderecha en EEUU, varios países de Europa y en América Latina. Caminamos buscando el sol, en un horizonte se ve nublado.

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