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viernes, 19 abril, 2024
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El arte y la serenidad en el alma

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Por: JÁNEA ESTRADA LAZARÍN •

Editorial Gualdreño 316

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Las razones por las que hay que involucrar a los niños en actividades artísticas, ya sea como espectadores, estudiantes o ejecutantes son muchísimas; pero tal vez las más destacadas sean que el acercamiento al arte desde edad temprana incrementa las destrezas mentales, así como las capacidades de comunicación, expresión y creatividad de los infantes. Eso afirman los pedagogos que han puesto en práctica la sensibilización de los niños mediante las diferentes disciplinas artísticas. Hay más razones que no debemos de perder de vista: los niños que tienen la oportunidad de entrar en contacto con el arte, aprenden a valorar mejor su entorno y la belleza que hay en él, se vuelven más empáticos, aprenden a atraer mediante el disfrute del placer estético serenidad en su alma y la disposición por adquirir conocimientos se incrementa.

Hace poco leí un artículo en que planteaban los resultados de un estudio que duró tres años, en el que se analizó cómo el arte influía en el desarrollo integral de un grupo de niños cuyas edades fluctuaban entre los 9 y los 15 años y que pertenecían a “entornos socioeconómicos desfavorecidos”; el estudio en mención reveló que al término del mismo “los estudiantes mejoraron sus habilidades artísticas y sociales, redujeron sus problemas emocionales y, en general, desarrollaron más que el grupo de control toda una serie de competencias interpersonales como la comunicación, la cooperación o la resolución de conflictos (Wright et al., 2006)”,[1] lo que confirma entonces que un oportuno acercamiento a las disciplinas artísticas durante la infancia tiene entre sus múltiples ventajas el hecho de que los niños pueden ser más asertivos y resilientes ante las adversidades cotidianas.

La situación actual de violencia en nuestro país ha alcanzado niveles que no hubiéramos jamás imaginado; en nuestro Estado no somos la excepción, hemos normalizado los actos producidos por las distintas violencias existentes a tal grado que omitimos muchas veces los aspectos formativos y preventivos por dar más atención a la búsqueda e identificación de los “culpables” de que el tejido social esté tan dañado como está; tal parece que la exigencia del “castigo” ha suplido a la exigencia de una educación integral propiciadora de paz.

El sábado pasado, alrededor de las 2 de la mañana, un grupo de jóvenes destruyó en la Plazuela Miguel Auza, varias de las fotografías que forman parte de una magnífica exposición al aire libre de Víctor Hugo Ramírez Lozano. Así nada más, porque pasaban por ahí y las fotos ahí exhibidas les molestaron. En los videos de las cámaras instaladas en la plazuela se puede observar cómo uno de ellos, avanza enojado seguido de otros tres, pasa al lado de las fotografías y sin pensarlo, destruye la primera de ellas con la cabeza; entre cabezazos y puñetazos en menos de dos minutos las fotos fueron dañadas. Los jóvenes continuaron caminando como si estuvieran acostumbrados a destruir lo que se cruza en su camino. Cuando vi esas escenas, la indignación me invadió por principio de cuentas; pero luego la preocupación fue más fuerte al imaginar qué hubiera sucedido si en lugar de las fotos se hubieran encontrado a un ser humano a su paso. Afortunadamente no fue así. Las fotos seguramente serán repuestas, la integridad y la salud de un ser humano no se pueden recobrar tan fácilmente como volver a imprimir las imágenes.

Confío en que las autoridades, con las evidencias recabadas, identifiquen a los jóvenes para que se hagan responsables de los daños; pero más allá de eso, considero urgentísimo que empecemos a idear cómo incrementar el contacto del arte con los niños y los jóvenes, ese sector de la población que requiere de mucha más atención que nadie, porque son ellos quienes se enfrentarán a un problema mayor en unos años si no hacemos nada por ellos. Ese mismo sábado, vi en el centro histórico cómo decenas de menores de edad participaban en las actividades de “Más lectura un mundo mejor”, coordinado por Selene Salas; los vi leer y dibujar mientras escuchaban música en las calles en compañía de sus padres y sus maestros, vi cómo sonreían mientras adquirían conocimientos. “El arte divierte, era el slogan con que anunciaban la revista Saber ver, en los años 80”, me recordó mi hermana cuando le platiqué; habría que agregar, 40 años después, que el arte además de divertir puede pacificar también. Apostémosle a eso.

Que disfrute su lectura.

 

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https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_316

[1] Para conocer el artículo completo ver: Guillén, Jesús, “¿Por qué el cerebro humano necesita el arte?”, en Una escuela con cerebro. Un espacio de documentación y debate sobre neurodidáctica. En: https://escuelaconcerebro.wordpress.com/2015/01/31/por-que-el-cerebro-humano-necesita-el-arte/

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