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viernes, 29 marzo, 2024
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Gestores somos y en el camino nos encontraremos

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Por: MALIYEL BEVERIDO •

Los estudios en gestión cultural se han puesto de moda, parece una carrera en plena expansión y con acomodo asegurado en el mundo laboral, sobre todo ahora que los presupuestos públicos para la cultura van en disminución y se necesita que converjan distintos esfuerzos para que eventos y actividades se lleven a cabo. Basta bucear rápidamente en la web para encontrar desde costosos posgrados, hasta cursos subvencionados y módulos gratuitos de muy diverso contenido, calidad y alcances. Las nuevas tecnologías han facilitado la creación de plataformas y portales donde se difunden convocatorias, se promueven iniciativas, se intercambia material, se informa y se discute.

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Ya sea como licenciatura, diplomado, maestría o simplemente cursillo, la profesionalización de la gestión cultural se agradece. Ha sido un camino largo.

La UNESCO empezó a hablar de formación para la gestión cultural por ahí de 1960. En la Conferencia Internacional en Políticas Culturales para el Desarrollo, llevada a cabo en 1998 en Estocolmo, se detectó la necesidad de una profesionalización del sector cultural que permitiera mejorar la oferta de servicios y productos culturales mediante una mayor eficacia en la administración tanto financiera como logística.

De ahí se derivó un encuentro para valorar los requerimientos en esta materia que tuvo lugar en el año 2000. Todo iba para mejorar, pero entre normas y formas se complicó.

Hoy en día parece que siguen sin definirse los lineamientos de esta disciplina. Si disciplina es, pues más bien se le puede ver como multidisciplina o transdisciplina.

Grosso modo la gestión cultural es la tarea de acopiar, resguardar, administrar y distribuir los bienes y servicios culturales. El gestor cultural es un mediador entre la creación, la participación y el consumo cultural. La promoción y la difusión serían, entonces, parte de la gestión, como lo son la procuración de fondos y la rendición de cuentas. En un mundo ideal el gestor se rodea de un equipo de personas entre las que distribuye estas tareas, pero en una gran cantidad de casos él mismo se tiene que encargar de cada una.

Mientras la difusión trata del acercamiento de los productos culturales con el público al que están destinados, y la promoción de su expansión hacia públicos distintos, de la gestión depende desde el origen -e incluso desde antes de la concepción- de un proyecto cultural, hasta su evaluación.

Y como la cultura no es una materia rígida y de aristas pulidas que pueda calcularse cuantitativamente y sin equívoco, su gestión no es como la de cualquier otro producto de consumo. La cultura está hecha de cosmovisión, historia, valores, actitudes, perspectiva social, ponderación económica, etc. Por ello es tan difícil encasillar los términos de su gestión así como planear una formación académica, lineal y sistemática.

En algunos casos aparece como una rama de la comunicación, en otros de la educación artística, también como área de la administración y el comercio, e incluso se encuentra en los estudios de turismo. Todo es válido, todo sirve, todo cuenta. Pero el sustento teórico debe ir acompañado de experiencias prácticas, por no decir vivencias de un amplio espectro. Un gestor que no analiza su posición como receptor no podrá cumplir su cometido.

La gestión pasa, primeramente, por el reconocimiento de las prácticas culturales y la creación artística, la preservación de la memoria colectiva y el patrimonio cultural, así como la generación de nuevos significados y valores culturales. En el intento por dar cauce a su desarrollo, lo que se ha hecho es aumentar su burocratización, como si el llenado de formularios e informes garantizara su adecuado ejercicio.

Muchas de las instituciones que ofrecen estudios en gestión cultural se enfocan en la rentabilidad del patrimonio como atractivo turístico, la capitalización de las tradiciones para incrementar la derrama económica, o el incremento de audiencias, sin darse cuenta que la numeralia no puede -no debe- ser la meta de la actividad cultural. Claro que siempre es más fácil llenar un informe que diga que se dieron 45 funciones de una obra de teatro escolar a detectar cuántos de sus espectadores tuvieron una experiencia significativa, o publicar fotos de la caótica multitud en el fandango que evaluar el impacto emocional de consumar una tradición.

La gestión cultural debe articular muy diversos factores y objetivos, y es justo que busque la generación de recursos y que persiga el incremento de públicos, pero definitivamente no es como el desarrollo industrial o la administración de factorías y almacenes, y muchos de los organismos que se encargan de ello o se abruman de trámites o parecen enfocarse en la inmediatez y se conforman con ser la nota del día. Lo sabemos quienes nos hemos formado a prueba y error en estas prácticas, y celebramos que se aspire a una formalización de las rutas posibles que reduzca los traspiés, sin olvidar que la meta es facilitar un flujo de saberes y experiencias.

El gestor cultural, sin exagerar, puede capturar o liberar la identidad. Diría incluso que puede desatar una guerra o evitarla, así de grande y compleja es su función.

No olvidemos que los eventos y actividades culturales tienen resultados a corto, mediano y largo plazo. Promovamos la profesionalización, la investigación, el debate, no la automatización de procedimientos y la rigidez de las operaciones. Hagamos que la cultura nos mueva.

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-315_71cm

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