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jueves, 18 abril, 2024
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Un viaje en transporte colectivo

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Por: EDUARDO CAMPECH MIRANDA* •

La Gualdra 313 / Promoción de la lectura

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Hace unas semanas volví, después de mucho tiempo, a abordar el transporte colectivo urbano Guadalupe-Zacatecas. Más allá de los efluvios propios de las tres de la tarde en un espacio cerrado la imagen que prevalecía al interior me impactó. Intentaré describirla: todos los asientos iban ocupados, de pie viajábamos aproximadamente doce personas. De ese total, al menos, un número igual de pasajeros iban abstraídos en sus dispositivos móviles. Todos con la atención en su pantalla. Un par de jóvenes dormitaba con los audífonos puestos. Lo demás era silencio. Me surgió la duda, ¿qué encuentran en su dispositivo que los hace abstraerse del mundo?

Invertí la pregunta imaginando un escenario distinto, cambiando el dispositivo por un libro. El cuadro no variaría mucho. Quizá los jóvenes de los audífonos en lugar de dormitar, cabeceen. Con ello quiero decir que los lectores no siempre encuentran, o están en disposición de encontrar, interlocutores con quienes compartir su experiencia lectora. Que esa inmensa mayoría que no percibe la lectura como una actividad placentera quizá no entienda las emociones provocadas por un desenlace, por un verso, por una palabra. Digo quizá porque es seguro que lo hayan experimentado en una canción, en una película, en una conversación.

Lo anterior sucede, creo, porque no tenemos conciencia de las dimensiones, potencialidades y alcances de la palabra. Si ello fuera así, posiblemente, el camino a la lectura fuera menos sinuoso. No estoy asegurando una receta infalible, solamente una ruta más. Aunado a lo anterior está la pedantería propia de algunos lectores que descalifican a quienes no leen, o a quienes no leen lo que ellos consideran debe leerse. De tal manera que la comunicación no existe, no hay interlocutor con el acervo cultural mínimo necesario para intercambiar opiniones.

Otro ángulo de la escena inicial estaría dado por lo que ofrece el dispositivo y quien lo manipula experimenta. Quiero pensar que hay placer en ello. Quiero pensar que nadie los obligó a jugar, escuchar música, navegar en internet, interactuar en redes sociales durante veinte minutos al día. Por el contrario, hay una libertad por explorar, por comparar, por confrontar. Si las palabras conmueven al lector, la adrenalina provocada por el ánimo de ganar a la computadora es una droga altamente adictiva. La adrenalina también la podemos obtener de lecturas y la palabra conmovedora con un Whatsapp.

El mundo de esta generación es audiovisual y mayoritariamente virtual. Ahí han encontrado ellos su identidad, su vida es vertiginosa (los memes son moda un par de días). Fastidiarlos con discursos doctrinales, fuera de sus expectativas e intereses, de sus anhelos, no llevan a los libros. Ofrecerles diversidad de temas, de autores, de tramas, de formatos. Ellos están acostumbrados a eso. El mundo es pequeño porque lo tienen, literal, al alcance de la mano.

Bajo del camión, una pareja que viaja junta, deja por unos segundos sus celulares. Ella lo besa en la mejilla a él. Acto seguido, vuelven al celular.

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra-313

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