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viernes, 29 marzo, 2024
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Tortas japonesas

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Por: HERÓN EDUARDO DOMÍNGUEZ •

Un balance puntual del tan traído y llevado TLC arroja, para México, menos luces que sombras: tras dos décadas y media de operación las expectativas creadas al respecto han sido defraudadas, y las metas que se fijaron aparecen cada día más lejanas; el crecimiento del país ha sido marginal y problemas ancestrales como la desigualdad, la pobreza extrema, la inoperancia de la ley, etcétera, lejos de desaparecer o por lo menos disminuir se han agigantado, y aparecido otros nuevos, probablemente peores aun, como el abandono total del campo, la desindustrialización, la privatización o destrucción del patrimonio nacional, la corrosión institucional y, consecuentemente, el crecimiento exponencial de la marginación, la migración y un crimen organizado devenido maldición de bíblicas proporciones.

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Contrapesadas con lo anterior difícilmente las ventajas del tratado nivelarían la balanza, pues el único ingrediente significativo que nuestro país aporta a la economía regional es una mano de obra risiblemente barata, y algún personal de mando medio, mismo que no tan generosamente remunerado genera sin embargo alguna demanda de bienes y servicios, en algunas regiones del país.

Lo dramático de la quizá inminente salida de México del TLC no radica así pues en la salida misma, sino en la manera que habrá de producirse: no por la decisión soberana de quienes deciden salir de una situación que consideran desventajosa y dan los pasos pertinentes, sino echados del mismo por la decisión unilateral de un rufián al que, como sucede en algunas películas mexicanas de los años cuarenta, nuestros gobernantes y capitanes de empresa suplican arrodillados les pegue y los humille, pero no los deje. ■

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