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jueves, 28 marzo, 2024
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Editorial gualdreño 312

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Por: JÁNEA ESTRADA LAZARÍN •

Sabemos su nombre, se llamaba Cinthia Nayeli, era estudiante de preparatoria de la Universidad Autónoma de Zacatecas y tenía 16 años. Desapareció por la mañana cuando se dirigía a la escuela. Fue asesinada. De eso nos enteramos hace apenas unas horas; su familia en estos momentos se despide de ella. De ella nos despedimos todos; aun sin conocerla, a Zacatecas le falta una niña que pudo haber llegado a ser una mujer adulta y en su plenitud una mujer feliz… pero le arrebataron la vida.

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Yo iba a hablar sólo de teatro en este espacio, porque apenas el sábado en compañía de algunos amigos, nos planteábamos qué deberíamos ver en las obras que se presentaban ese día para poder afirmar que había teatro. Comentábamos que para que lo hubiera el espectador debería sentir que “algo se había movido”, que algo había cambiado en su estar ahí mientras observaba lo que ocurría en el escenario. Salió el tema de la emoción, que tendría que generarse en el momento de intercambio de información que se da entre los actores y quienes los observan; hablamos de la emoción como esa manera que tiene el ser humano de confrontarse con lo inesperado, de reaccionar ante lo que tiene frente a sí reflexionando sobre la propia vida; pero luego coincidimos todos en que lo fundamental era la historia que se cuenta, si no hay historia –ficcional o no- por ser contada no hay teatro. Lo mismo pasa con la vida, con esta nuestra vida que se modifica a cada instante ante las historias que escuchamos, que vemos, de las que somos protagonistas en mayor o menor medida, o de las que somos simplemente espectadores.

En alguna ocasión un director nos dijo que el buen teatro tenía la enorme facultad de meter una mano y sacudir el alma de quien lo vive. Mientras hablábamos de eso, a punto de ver la inauguración del Festival de Teatro de Calle, los padres de Cinthia recibían la noticia de que la chica encontrada muerta en el canal de aguas negras era su hija; finalmente la hallaron. Yo creo que nada en este mundo puede estrujar de tal forma el alma de un ser humano, que el hecho de tener la certeza de que alguien, sin escrúpulo alguno, arrebató violentamente la vida de alguien a quien se ama.

Ayer, tras enterarme de la noticia, una profunda tristeza me invadió desde la mañana. Esa historia no es teatro, es la realidad que nos está tocando vivir. ¿Servirá de algo seguir escribiendo poesía cuando estas cosas pasan? Un amigo lanzó al aire la pregunta. ¿Servirá de algo seguir haciendo y promoviendo el arte mientras los asesinatos siguen aumentando en nuestra ciudad? Sí, debe servir. Hay quienes optan por crear, mientras que otros se dedican a ser espectadores, las dos partes son indispensables en el arte. En la sociedad pasa lo mismo y de alguna manera los actores somos nosotros. De qué lado queremos estar es lo que tenemos que decidir.

La historia que estamos viviendo actualmente nos conmueve, nos sacude, nos estruja, provoca que se desaten emociones diversas que van desde la indignación hasta la rabia. No es ficción. Lo que estamos viendo y sintiendo ahora es lo que hemos ido construyendo como sociedad y múltiples factores relacionados con las grandes brechas de desigualdad, por inicio de cuentas, han desencadenado esta violencia para muchos inconcebible todavía. Permitir que el miedo nos paralice y nos deje como simples espectadores es lo que no debemos de permitirnos; esta confrontación con la realidad que va más allá de lo que cualquiera de nosotros pudo haber imaginado debe generar no sólo la reflexión sobre nuestro papel en este estar “aquí y ahora”. Se necesitan acciones puntuales que propicien estrategias colectivas encaminadas a recuperar la paz; en espera de que eso suceda, de que como ciudadanos encontremos la manera de organizarnos pacíficamente para protegernos, nos solidarizamos hoy con los afectados por los hechos recientes de violencia. Ayer fue Cinthia, hoy o mañana puede ser cualquiera de nosotros.

 

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https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_312

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