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jueves, 28 marzo, 2024
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Tortas japonesas

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Por: HERÓN EDUARDO DOMÍNGUEZ •

La señora evidentemente sabe de qué habla, y  sus imputaciones tienen fundamento de sobra: Anaya copó los órganos partidarios, removió a los que no le fueran caninamente fieles y dio un portazo a quienes consideró pudieran interponerse en su camino; lejos de mantener la unidad del partido, como era su primera obligación en cuanto jefe (así lo llama ella), lo dividió de manera quizá definitiva.

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Pudo haber añadido que el señor Anaya traicionó primero y postergó después a quien lo encumbró;  que ha incumplido  cuantos acuerdos ha signado; que se ha enriquecido ilegítimamente y un abultado etcétera; pero consideró acaso, como los amantes emocionalmente maduros, que lo que no fue en su año no fue en su daño.

Empero sin dejar de reconocer lo anterior, más lo que se haya quedado en el tintero, bien por el señor Anaya, tomando en cuenta sobre todo una posible alternativa: que resultara la quejosa candidata del partido más votado en las últimas elecciones y,  dada la enfermedad nacional de la desmemoria, para el colmo de nuestros infortunios y males al crimen organizado, el crimen desorganizado, los huracanes, los sismos, la devaluación, la presidencia de Peña y la Presidencia de Trump,  hubiéramos de añadir la de Margarita Zavala, en la execrable compañía de su consorte, el sucesor de Victoriano Huerta, el patrón de García Luna, el iniciador de una carnicería de más de una década, y el factor definitivo de la presidencia de Peña.

Por todo lo anterior, más lo que hubiera podido haberse acumulado, doy infinitas gracias tanto a la Santísima Virgen de Guadalupe como al señor Ricardo Anaya  (los caminos del Señor son indescifrables), por haber conjurado  semejante peligro.

Amén.

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