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viernes, 29 marzo, 2024
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El Tarzán

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Por: ALBERTO HUERTA* •

La Gualdra 310 / Río de palabras

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Eran días en los que la muerte tenía que inventarse

 cualquier cosa para llamar la atención.

Emilio Marrese

 

Un fantasma… ése soy yo…

Del filme El espinazo del diablo

 

 Para Miguel Caldera El Forhans.

 

Cirilo Paniagua, el Tarzán, es uno más del ejército de los sin voz, de las sombras, de los fantasmas, de los sin techo. El Tarzán es hijo de Pascuala Botello, la Tostonera, que era trotacalles. A los tres meses de nacido su madre lo regaló. Ya nunca estuvieron juntos. Ninguna mujer, jamás de los jamases, lo amó. Su madre incluida. El Tarzán era chaparrito, flaco, nervioso, garrudo, de mirada fuerte. La ropa y la piel del Tarzán, con los años fueron adquiriendo una pátina gris plomiza, brillante, grasosa, apestosa. Cirilo, de catorce años, se ganaba la vida de dragón en una esquina de la calzada Carranza. Jamás vistió la camiseta verde. El Tarzán nunca se dio un atracón con gansitos ni cenó un emparedado con pan Bimbo artesanal con rebanadas de queso de puerco, ni se bebió una Coca-Cola con hartos hielos y una bolsa de Nachos con queso y chiles jalapeños. El Tarzán no sufría de estrés, ni padecía úlcera gástrica, mucho menos de depresión, ni de afecciones cardiacas. La mamá del Tarzán talonea en el callejón Del Gusto, con un sombrero de palma de ala ancha, enormes gafas negrísimas, un top que evidencia el pésimo estado de los senos, y que deja al aire el ombligo saltón y la panza fofa que cae, una minifalda cortísima, las piernas de pollo, y los zapatos chuecos, descarapelados, sucios, camina casual con la nariz levantada como si anduviera oliendo caca, sintiéndose la divina garza envuelta en güevo. Ella sí sabe quién es su hijo… lo mira de lejos… de reojo… el Tarzán nunca fue fan del heavy metal, ni de Los ángeles azules, y la nueva trova cubana le varía madres. El Tarzán se fue de este mundo que siempre lo ignoró, así, de pronto, pero despacito, sin prisas, sin dolor, sin hacerla de pedo, sin borlo, nomás se fue yendo, solo se sentó en una banca del jardín Hidalgo, fue cerrando los ojos, luego su cuerpo cayó de lado, suspiró y se fue.

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_310

 

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