Cuando luego de una turbulencia inducida para desestabilizar el régimen encabezado por Salvador Allende, y un sangriento golpe de estado, una junta militar asumió el poder en Chile, en 1973, uno de sus primeros actos gubernativos consistió en poner al ejército en las calles; al referir esta circunstancia los incondicionales de aquella Junta solían aducir que bien valía la pena lidiar con los inconvenientes de dicha ocupación, a trueque de la seguridad que tal medida procuraba.
La veracidad de aquel aserto a ciencia cierta no se sabe; pero sí que mucha gente lo creyó.
No es nuestro caso: vemos uniformados dondequiera que vamos; encontramos enormes convoyes provistos de armas ingentes; se nos ordena (no siempre de buena manera) descender de nuestros vehículos; se nos somete a interrogatorios y un ya muy prolongado etcétera; y si bien los medios cotidianamente informan la captura de peligrosos capos; ante la mirada indiferente de solados y policías, lo mismo en los suburbios que a escasas cuadras del despacho del gobernador, a plena luz del día nos están robando, nos están secuestrando y nos están matando.
¿A qué o a quién los esquilmados contribuyentes podemos acudir?; ¿al gobierno municipal?; ¿al gobierno estatal?; ¿al gobierno federal?
Afortunadamente los zacatecanos contamos no con una sino con dos santas patronas, en riguroso orden alfabético Nuestra Señora de los Zacatecas, y la Virgen del Patrocinio.
