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martes, 19 marzo, 2024
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El gargajo

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Por: ALBERTO HUERTA* •

La Gualdra 308 / Río de palabras

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… Ya no tendría tiempo de sentir nostalgia alguna.

Vilma Fuentes

 

Salí de las tinieblas

voy a ellas…

José Emilio Pacheco

 

A la memoria de Guillermo Samperio

 y para Gerardo de la Torre.

 

Al Gargajo la vida lo trató mal. No era guapo, pero tampoco feo. Común y corriente. Más corriente que común. Nunca nadie lo llamó con su nombre propio. Todos lo conocían como el Gargajo (úchale, qué asco). ¿Quién querría ser su novia? A ver… quién… ¿Su amiga?… ¿Su papá… o su mamá? N-a-d-i-e. El Gargajo, no contaba con familia… Ya se sabe: mamá, papá, abuelito, abuelita, hermanos, tíos, primos, cuñados. Huérfano de familia. ¿Quién quiere a un hermano al que le dicen todos (dije: TODOS): el Gargajo? Tenía una mirada fría, húmeda, helada. Calculadora, de profesor de lo que sea, verdosa, a veces amarillenta. Verde con matices amarillentos. Mirada a la que todos huían. Pronto el Gargajo hizo de todo para sobrevivir. Para sacar una luca que le permitiera pagar el cuarto de azotea y en el que sólo había una mesa de madera, una silla, un catre de doblar, una pila de rejas de madera que, colocadas una encima de la otra servían para que guardara su ropa, algunos efectos personales. Ah, un radio Motorola. Un plato extendido, un vaso de plástico, un plato pozolero, un juego de cubiertos, una taza. Un vaso de peltre para calentar agua. Un frasco de café soluble. Una lata de conservas en la que guardaba el azúcar. Una parrilla destartalada. Y un foco de 60 watts que cuelga del techo. Compartía el baño con los inquilinos de los otros cuartos y los lavaderos. Se pasaba todo el día pateando las calles, descansando en las bancas de los parques. La vida puede ser más amarga que un xoconoxtle. El Gargajo estaba sentado a la mesa esperando cenar un plato grande de menudo en La Cruda. Menudo, tamales de sesos y tostadas de trompa. Cuando llegó su pedido acompañado de una cerveza fría, colocó un pellizco generoso de orégano en la palma de la mano, y luego, con ambas manos las frotó suavemente moliendo fino las hojas secas. Dos… cuatro cucharadas soperas de cebolla blanca picada, para después, exprimir un trozo de limón y, como si estuviera torciendo una hoja de tabaco enrolló una tortilla caliente y empezó a comer con apetito. Después, como si en el interior de la menudería fuera la plaza de armas en un quince de septiembre, en el local empezó la tronadera y a llenarse de humo y olor a pólvora. A Fermín el Gargajo Oropeza los impactos lo empujaron con violencia hacía atrás. Quedó con los brazos abiertos y la cara como si mirara al techo, a una mancha gris verdosa de humedad y en la mano derecha apretando una tortilla. Sobre la mesa junto al salero y las cazuelitas de barro con cebolla picada, limones partidos en tercios, orégano y chile molido, el plato de menudo se enfriaba y se le formaba una gruesa nata de grasa.

 

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_308

 

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