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martes, 16 abril, 2024
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Por: YURIRIA ITURRIAGA •

Del agua enemiga

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Entre todas las osas de la naturaleza, el agua es considerada por los mexicanos citadinos (quitando honrosas excepciones) su peor enemiga. Contrariamente a los pueblos que a lo largo de la historia, incluidos los antiguos mexicas, supieron sacar el mayor partido de su convivencia con el agua, domeñando ríos torrentosos, encauzando vertientes estacionales o acotando mareas invasivas, para convertir los unos en presas-lagos, otros en redes de canales aprovechables y otros en playas, además de haber sabido planear los asentamientos humanos a discretas distancias y con elevaciones suficientes en prevención de las crecidas y posibles inundaciones, nosotros, producto biológico de indígena y español, pero sobre todo producto cultural colonial de las áridas mesetas españolas, seguimos hasta la fecha construyendo casas con azoteas-estanques que chorrean por goteras en tiempos de lluvias.

Cuánta desmemoria, ignorancia o cerebro colonizado, para haber estrenado nuestra independencia de los verdugos aplicando un continuum de autodesprecio medido por el grado de supervivencia de sangre indígena o africana en nuestras venas, y cuánta vergüenza si llegamos a exhibir rastros de culturas indígenas…, a menos que no parezcamos serlo. Si no fuese así, ¿por qué simulamos ignorar que en el otrora magnífico valle de México lo natural sigue siendo que las lluvias caigan en su temporada, que a éstas se unan los escurrimientos más o menos caudalosos de las montañas que nos rodean y que nunca fue una solución entubar el agua de las vertientes, sino se debieron dejar los ríos que, todavía en los años 50 del siglo pasado, existían? ¿Por qué subirnos en la soberbia inculcada por los conquistadores españoles que trataron el agua como su enemiga, desde su bajada de las nubes hasta su desagüe forzado a cielo abierto, o por caños, mezclada con las miasmas urbanas, hacia donde contamine más, las tierras y el mar?

¿Será que aun obedecemos al dictado colonial, a la supuesta superioridad de quienes nos metieron algo de color blanco en la piel y nos sacaron de los sacrificios humanos y el canibalismo, es eso lo que nos vuelve incapaces para cuestionar la orden de sacar el agua de nuestro valle? ¿Es lo que nos impide usar el sentido común para aprovecharla como lo hacen desde siempre una mayoría de ciudades europeas, donde el agua de los lagos y ríos se convierte en canales domésticos como medio de comunicación, de paseo y de riego, con el razonamiento de que el agua visible es manejable?

¿Para cuándo tendremos ingenieros inteligentes y descolonizados, así como autoridades humildes y responsables que sepan oír a los expertos? No se trata de reinventar la ciudad de México, sino de tener una Autoridad del Agua con un concejo que supervise y coordine el ciclo completo: desde las lluvias y recargas de los mantos freáticos, el despoblamiento y aseguramiento de las zonas de riesgo, el aprovechamiento del líquido superficial en laguitos, estanques y canales para uso y placer de los citadinos; hasta el saneamiento de las aguas susceptibles de convertirse en potables, su conducción por redes eficaces que lleguen a toda la población del valle y, muy importante, que echen por tierra los planes privatizadores de los sedeadores (que los hay, así como existen los hambreadores).

Es tiempo de que el mexicano exitoso en otros campos de la experiencia, deje de concebir la naturaleza como algo externo a sí mismo, algo que, si no da ganancias por su sola existencia, éstas se le deben extraer de las entrañas aunque se destruyan su apariencia y su sustancia. Es tiempo de que, quienes conocen la escasez del líquido vital y han podido acceder a estudios superiores, cambien su paradigma de desarrollo y ejerzan un mínimo de sentido común, como el que sobra a las comunidades indígenas herederas de una sabiduría ancestral. Tiempo de que los ingenieros, a cuyo cargo está nuestra ciudad, dejen de poner su ego (¿soberbia?) en contrariar con varillas y cemento el curso natural de los elementos. Deben usar sus conocimientos, su cultura, para ir en el sentido de natura. O que dejen su lugar a quienes no consideran el agua una enemiga.

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