Lo que emprende Lorenzo Hagerman es algo venturosamente más festivo. Con trazos rápidos y firmes, el documentalista (responsable a la vez de la edición, el guión y la fotografía del filme) elabora un mosaico de voces y actitudes que, de un país a otro, en cortes muy rápidos, coinciden todas en la afirmación vitalista que contempla la vejez no como un extravío inevitable, sino como el punto de arribo a una sabia serenidad apenas vislumbrada en los tiempos despreocupados de la juventud. Balbino Cabrera Cabrera, de 90 años, un campesino jovial y dicharachero, refiere sus viejos tiempos de seductor irresistible, el encuentro con la compañera de tantos años (ya le andaba por quererme
), su asombro frente a tantos jovencitos viejos y aburridos
que con su apatía han elegido, sin saberlo, jubilarse desde ahora del entusiasmo. Lo suyo ha sido y sigue siendo muy distinto: en el trabajo ininterrumpido y gozoso ubica la clave de su longevidad y, como a otros entrevistados, ya le apura llegar a los 100 años.
Hay en casi todos los personajes de Aquí sigo un gusto parecido por la música y el canto, por los placeres de la mesa y el vino (aunque sólo sea para verlo
), también el deseo de siempre aprender algo nuevo (porque el día es largo y hay que pasarlo lo mejor posible
y porque a la mente hay que tenerla siempre en movimiento). Así, entre las ceremonias de la vejez alegre figura, en Cerdeña, colocar la pasta como una reina de la mesa y rendirle el merecido tributo diario. Un anciano catalán de 95 años sentencia sin amargura: El futuro ya me ha pasado
y se las ingenia para aprovechar cabalmente todo su tiempo libre. El quebequense Daniel, de 86 años, vive dichoso a lado de Isabelle, su mujer que pronto cumplirá 101 y que no ha perdido un ápice de vitalidad y lucidez, como lo manifiesta en su fiesta campestre de aniversario, en la mesa redonda de cómplices nonagenarios que desmienten cualquier sospecha de senilidad o de capitulación del orgullo. ¿Enfermedades? En el documental de Hagerman prácticamente no existen. Los personajes las mantienen a raya con su actitud o con su buena suerte. La costarricense Primitiva Ruíz, de 91 años, es al respecto tajante cuando afirma con sorna: La única enfermedad mía, si usted quiere saberlo, fue haber parido a 11 hijos de puta
. A muchos de los cuales habrá posiblemente sobrevivido.
Los testimonios que recoge el cineasta son relatos de vida comprimidos, siempre sobrios y muy dignos, jamás tentados por la autoconmiseración ni por la queja amarga. Los hijos son aquí los grandes ausentes, como si los rituales y obligaciones de la procreación fueran algo secundario, y la vida plena de cada personaje hubiera empezado en realidad a partir de los 70 años. Todo eso lo refiere Lorenzo Hagerman, sin ningún protagonismo, cediéndole a sus entrevistados toda la palabra, de tal suerte que cada protagonista parece dirigirse directamente a esos espectadores a los que ha sobrevivido para comunicarles los múltiples goces de la edad madura; de modo muy especial, a todos aquellos que, por tranquilidad o miedo, prefieren ignorarlos.
Aquí sigo se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas comerciales.
Twitter: @CarlosBonfil1