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viernes, 19 abril, 2024
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De cómo empecé a hablar con los difuntos

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Por: ALBERTO HUERTA* •

Serán los recuerdos como grumos de sombra.
Cesare Pavese

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Alzar el vuelo
sin alas
sin ojos…
Elías Nandino

A dónde irán los muertos
quién sabe a dónde irán…
Canción popular.

A Delfino Villalpando.

 

En esta ciudad no se imagina usted la cantidad de difuntos que andan caminando como el judío errante por las calles. Uf, Así, mire. Por montones. Así… Niños… mujeres… jóvenes… viejos… hay de todo. Andan mirándolo todo, como si nunca hubiera visto nada… como los rancheritos cuando bajan al pueblo los domingos… asombrados unos… encabronados otros… tristes… todos destanteados… Yo antes, digo, cuando era más joven, nunca vi nada. Oír eso si. Cómo crujían los muros de ciertas casas. Sentí más de una vez los chiflones de aire frío que se colaban por las ventanas abiertas… por las puertas. Esa sensación de vacío en la boca del estómago. La náusea de improviso. La sensación de no estar solo en una habitación… sobre todo durante la noche. Hasta una mañana asoleada en que, sentado en una banca del jardín principal del pueblo, comiéndome un raspanieve de vainilla con mermelada de guayaba se sentó en el otro extremo de la banca un hombre con la mirada triste. Pensé en levantarme para irme a sentar a otra banca. No pude. Y él empezó a hablarme con una voz suavecita y sosegada. Me dijo que si esto que si aquello. Que él se vino de mosca primero en un tren y luego en camión desde muy lejos. Que él se estaba echándose unos vinos en la barra de una cantina cuando se hizo la balacera y pues a él le tocó. Que se dedicó desde entonces a buscar a su hijo para decirle algo importante. También me dijo que otros como él me iban a venir a buscar y que tenía que ayudarlos. Que tenía que llevar mensajes. Órale, éste ya me dijo mandadero, pensé para mis adentros. No, no eres mandadero. Yo dije mensajero. Y me dejó ahí, sentado, con mi raspanieve haciéndose aguado, bajo el calorón del mes de mayo. Ya hace algunos años de ese encuentro. Desde entonces he dado muchos mensajes. No. No me importa que no me crean. O que piensen que le quemo las patas a Cuauhtémoc o que le doy de jalones al chemo hasta que los ojos se me ponen soñadores y se desnivela el cerebro, que me llegó la hora de los delirios. Me vale… ya entendí que no me queda de otra. Que es mi misión… no, no me gano nada. Ni un quinto partido a la mitad. Hay cosas que se deben de hacer de oquis. Simplemente se tienen que hacer. ¿Qué pasó? No, no se equivoque, valedor, no estoy al servicio de nadie ni le empeñé mi alma al diablo. Ni realicé rituales mamertos. ¿Estamos? Yo le estoy hablando desde mi libertad. Así, como no queriendo, se echó largos cotorreos con señoras que se fueron en un despiste. Con muchachos que se quedaron forever con las pastas y ni se dieron color cuando colgaron los tenis. Muchachas que metieron la cabeza en el horno a lo pendejo y le abrieron a la llave del gas… mujeres que en ropa interior se tragaron todo el frasco de Nembutal con el rímel corrido hasta los cachetes… todos ellos… ¡todos! Se quedaron con la palabra en la boca… Así es esto del confleis… si no te lo comes rápido se hace aguado…

 

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