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martes, 23 abril, 2024
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El tejido descompuesto y los palos de ciego (5)

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

Después de un análisis particular de algunas de las  partes protagónicas de la descomposición del tejido social, parece que todo esfuerzo será en vano mientras no exista compromiso por darle al menos una leve zurcida. Al final del camino, todas las partes permanecen impávidas. Por más esfuerzos que se hacen, parece que todo mundo, además de los ya mencionados en las entregas anteriores (niños, jóvenes, padres de familia, maestros e instituciones de enseñanza), todos siguen dando los cada vez más recurrentes palos de ciego. Y no hay necesidad de hacer investigaciones profundas, por desgracia los medios de comunicación nos invaden cada momento con noticias terribles de lo que ocurre en todos los ámbitos de desempeño humano a lo largo del país. El deterioro de nuestra sociedad es cada día más evidente y nadie parece hacer nada para detenerlo.

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Los niños y los jóvenes están perdidos, cautivos de las tecnologías digitales, los medios de comunicación y el descuido de sus padres; éstos, en su gran mayoría viven en la búsqueda inagotable de medios económicos que les permitan aspirar a formas de movilidad social y ni siquiera consideran a fondo sus compromisos familiares y se desentienden de sus parejas y sus vástagos, por regla general, y les endilgan a los maestros y a las escuelas su ineludible compromiso de educarse a sí mismos y a sus hijos; los maestros están cada vez más mal pagados y presionados por las instituciones de enseñanza que cada vez están más perdidas en cumplir formalidades que con cumplir su compromiso mentor de las generaciones que tendrán en sus manos el destino del país y a las escuelas particulares solo les interesa el negocio, así, a secas. Si no son capaces de enseñar al menos con mediana eficiencia, mucho menos están capacitadas para educar. Lo peor del caso es que todos se avientan la pelota y nadie se para un momento a considerar cuales son los errores cometidos antes de seguir avanzando con alguna idea que permita enderezar todas las acciones que hoy se siguen dando a ciegas o peor aún, moviéndose como gallinas despescuezadas.

Ahí es donde de todos voltean con justa razón a pedir que sus problemas se los resuelva el gobierno, pero por desgracia las gestiones de administración política, económica, social y ambiental son la peor desgracia que le haya podido suceder al país en toda su historia. Para resumir, como en el caso de los jóvenes que son presa de una mala educación, los padres que no tienen idea de lo que es la paternidad responsable, los maestros desviados de su vocación y su disciplina académica y las instituciones de enseñanza que han perdido el rumbo; lo que hoy se llama gobierno en todos los niveles, no es más que un simple remedo de lo que debe ser un compromiso de representación pública y los puestos de elección popular y manejo de partidos se han vuelto un negocio más, de personas que están altamente capacitadas para hacer negocios obscuros y no para desempeñarse con atingencia en los programas que permitan a la apaleada población de este país a aspirar a un futuro promisorio a través de un auténtico plan de desarrollo que implique a los tres niveles de gobierno, a la población y al inerme espacio geográfico y sus recursos que hasta hace poco parecían inagotables.

Las malas políticas públicas están interesadas únicamente en hacer negocios mal habidos, en el tráfico de influencias y en el enriquecimiento ilícito, para citar sólo algunos rasgos de lo que no debe hacerse.

Entonces, para concluir sobre este asunto de la descomposición del tejido social, lo que sea que esto quiera decir; no queda más que concluir que es un discurso vacío de aquellos que probablemente lo estén promoviendo, si no de mala fe, cuando menos sí por falta de capacidad y sobra de ignorancia. A fin de cuentas no hay escuelas para servidores públicos que, parafraseando la canción de la Nacha Guevara, se puede decir que son seres muy especiales, que hacen de todo, pero todo lo hacen mal.

El futuro que espera al país es nada promisorio a menos que se presente un cambio radical en el manejo político del país y en los manejos de la administración pública. Cuando en 1995 el país estaba en ruinas, el bolerito Zedillo manejó la chambonería política de que no se podían dar golpes de timón, esa cretina creencia ha costado la desgracia de vivir en esta región devastada que en otros tiempos prometía desarrollarse hasta niveles donde la paz, la pertenencia y la permanencia serían los principios que sustentarían el futuro de la nación.

Hoy día, ya ni siquiera nos quedan las buenas intenciones. ■

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