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jueves, 18 abril, 2024
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El tejido descompuesto y los palos de ciego (4)

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

En la parte analítica del trabajo anterior se mencionó una de las máximas que responden a cualquier proceso de aprendizaje: los sujetos nunca se equivocan. Cuando se observa el proceso de formación de las nuevas generaciones, se puede llegar a la misma conclusión, sobre todo en aquellos ámbitos donde se forjan las futuras generaciones, las instituciones de enseñanza: los estudiantes nunca se equivocan.

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Se comentó sobre la excesiva permisividad de los padres, que en aras de lograr una “calidad de vida” basada en el máximo valor que hoy día rige los destinos de la humanidad los aleja del seno familiar y los mantiene ocupados en asuntos laborales, descuidan la enseñanza básica que reciben sus miembros más jóvenes y que está basada en los preceptos básicos de la moral, la ética, la honestidad, el respeto a sus semejantes, a sí mismos y otra serie de valores que poco a poco han ido diluyéndose del espectro familiar. Los miembros jóvenes de la familia pasan la mayor parte de su tiempo sin la guía de alguien capacitado, dado que en el esquema de supervivencia, hoy día las madres de familia también tienen que incorporarse a la dinámica del desarrollo económico para aportar a las demandas familiares en lo general y en lo particular. Los niños y jóvenes quedan por regla general al garete, o al cuidado de familiares de edad avanzada que no tienen la capacidad de establecer un control sobre ellos y prefieren dejarlos, en el mejor de los casos, al cuidado de los medios de comunicación, sobre todo la televisión, donde la calidad de los mensajes que desde ésta se generan es altamente cuestionable: violencia, chambonería ilimitada, promiscuidad, adicciones, sexualidad irresponsable y un culto inusitado a todo lo que parezca perversión y malos hábitos por parte de los protagonistas.

Los otros elementos “de apoyo” que tienen los padres de familia para entretener a sus hijos son los videojuegos, de los cuales ninguno es educativo; peor aún, la mayoría son de contenido para variar de corte violento. No es necesario hacer énfasis sobre lo que los niños y jóvenes aprenden.

Quizá el mayor enemigo no solo de nuestras nuevas generaciones y de las que ya no lo son tanto, son aquellas derivadas de la tecnología digital: las computadoras y los teléfonos celulares. Tanto los adultos como los jóvenes y hoy día hasta los niños de edades muy tempranas viven cautivos de dichos instrumentos. En ellos se maneja una gran cantidad de información, la mayoría sin ningún tipo de control y dada la poca o nula educación que caracteriza a la mayoría de nuestros conciudadanos se siguen obteniendo los mismos resultados nefastos.

Si a todo lo anterior se le agrega que muchos que por alguna razón no cuentan con este tipo de tecnología, que aporta a la sociedad resultados intangibles de lo que se ha dado por llamar educación paralela y ante la cual no se ha podido establecer ningún tipo de control, buscan la manera de adquirirlas a cualquier precio, con los resultados que esta búsqueda implica, el desarrollo de hábitos que tienen que ver más con las malas artes que con los buenos oficios.

Ante todos los relatos de terror antes contados, no es de extrañar que se esté enfrentando un fenómeno nunca antes visto, la masificación de la violencia, la corrupción, la deshonestidad, la promiscuidad, la sexualidad irresponsable, el chismorreo ilimitado (se les llama redes sociales) y la ignorancia institucionalizada para no seguir nombrando un catálogo de horrores; con acciones de rehabilitación que no funcionaron en el pasado y mucho menos funcionan hoy ni van a funcionar en el futuro: los buenos consejos, los regaños, las amenazas, las quejas plañideras además de la violencia del estado sustentada por un discurso vacío, y una serie interminable de palos de ciego que conducen a nuestra sociedad, irremediablemente, hacia un infierno peor que el que se vive hoy día sin siquiera el triste consuelo de ser bordeado por buenas intenciones.

La solución ante lo anterior es y seguirá siendo el recurso más grande con que cuenta cualquier sociedad que se precie de aspirar a la civilización: la educación. Si no se invierte en ella a todos los niveles, muy pronto el país y el resto del mundo se verán convulsionado por una serie de holocaustos que no se previeron con tiempo, y lo que se vive hoy será un juego de niños.

Es tiempo de que los científicos e investigadores empiecen a aportar ideas que permitan prever un cambio en las tendencias destructivas y degenerativas y revertirlas hacia otras que tengan que ver con el rescate de los valores perdidos y formas de convivencia efectiva que tengan que ver con el respeto a los derechos de los demás, a la eliminación de castas y a la unificación de obligaciones para preservar, primero el ambiente, luego el tejido social y al final la forma de vida que se fomenta desde el hedonismo y la irresponsabilidad derivadas de una existencia disipada basada en el consumismo irresponsable.

Desde este espacio se alienta hacia un acuerdo entre las tres partes más importantes que pueden cambiar esta tendencia, el compromiso entre maestros, padres y jóvenes, estudiantes o no, que desarrollen fórmulas y métodos que reconstruyan poco a poco la primavera educativa que se vivió en nuestro país hasta mediados de la década de los setentas. Con el apoyo del estado sería mejor, desde luego. Si no se recupera la educación, el futuro dejará de ser incierto y estas prédicas quedarán como se dijo al principio de la serie, como un catálogo de buenos consejos que no sirven para nada, no por falta de sustento, sino porque a nadie le interesan, en el terreno de los hechos.

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