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viernes, 19 abril, 2024
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El tejido descompuesto y los palos de ciego (2)

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

Lejos, cerca, aquí, acá y acullá, remembrando el lenguaje de los ancestros, se siguen escuchando las voces plañideras que dan casi por muertas las formas de convivencia armónica y civilizada, bien o mal llamadas “el tejido social” por los que utilizan las florituras lingüísticas asociadas a la política social. No hay día en que no cundan las noticias que dan fe de incidencias terroríficas y denigrantes que tienen que ver con la degradación humana, social y gubernamental en el territorio nacional. El estado de Zacatecas no es la excepción, pero se sigue aplicando la vieja fórmula de la avestruz y nadie quiere tomar la iniciativa para, al menos, hacer un tímido intento, pero intento al menos, para encontrar la punta de la madeja que conduzca a la solución de los problemas que derivan de dicha descomposición. Todo mundo se avienta la pelotita, pero nadie hace nada. Aunque la solución es muy compleja, por un lado hay que empezar. En este intento analítico, se han seleccionado cinco entidades importantes que tienen un papel protagónico en la prevención y rehabilitación de este fenómeno, todas igual de importantes: el gobierno; las instituciones de enseñanza (mal llamadas educativas, porque enseñan muy poco y no educan, nada);  la escuela paralela que proyectan los medios de comunicación y la tecnología digital; los padres de familia y los niños y jóvenes en edad escolar que constituyen el futuro del país.

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En esta ocasión habrá que poner atención a lo que hacen los padres de familia que tienen hijos en edad escolar desde la primaria hasta la educación universitaria. Por principio, habrá que recalcar que, desde que salen de la educación preescolar, más del 80 por ciento de los niños y jóvenes son dejados al cuidado de las instituciones de enseñanza, como si éstas fueran las responsables de seguirlos cuidando, no enseñando ni educando. La educación se deja al garete puesto que nadie cuida que los niños y jóvenes adquieran y fortalezcan valores que conduzcan a la convivencia sana, mucho menos que adquieran hábitos de lectura,  estudio e investigación importantes partiendo de que no aprenden a leer y escribir con propiedad. Y el asunto es que estas habilidades y formas de desempeño deben establecerse desde el seno familiar. Pero no hay que olvidar que las actuales camadas de padres de familia pertenecen a las generaciones que fueron dejadas al garete entretenidos con programas de televisión llenos de violencia o programas chambones en exceso, además de que fueron las primeras víctimas de la invasión de las tecnologías digitales que promovían la violencia extrema como el Atari y su Pacman, además de las secuelas del Mortal Kombat.

Como caso anecdótico, no se puede olvidar que a cierto personaje se le preguntó un día sobre los libros que habían dejado huella en su vida y no supo citar uno solo. Este episodio sigue siendo parte de la botana nacional, pero no hay que olvidar que en los recuentos de la OCDE nuestro país ocupa el vergonzoso último lugar, siendo rebasado por países que antes eran el referente de analfabetismo tanto literal como funcional. Esto significa que si le hacemos la misma pregunta a jóvenes entre 20 y 40 años, los resultados serán los mismos; así que no hay por qué asustarse, la población en el país está indignamente representada en su nivel académico y educativo. Hoy día, es lamentable observar cómo nuestra ciudadanía y nuestros jóvenes en edad de votar, independientemente de su nivel socioeconómico o escolar, proyectan una ignorancia supina en la mayoría de los temas que llevan implícita la demostración de conocimiento elemental y cultura general. Pero así están las aguas del torrente antieducativo y contracultural que arrastra a la población en México. No obstante, no puede achacarse esta situación a la omisión o mala fe, simplemente es que es consecuencia de una falla en la concepción educativa de los años finales de la segunda mitad del siglo XX. Se apostó por el desarrollo económico y se desmanteló paulatinamente el modelo educativo, el desaparecido no reclamado de la guerra que nadie pidió.

En fin, en la búsqueda de soluciones contra el desmantelamiento del tejido social, es necesario voltear hacia las generaciones de mexicanos que hoy están jugando el papel de padres de los niños y jóvenes en edad escolar: urge establecer algo que sustituya los horrendos huecos dejados por una educación nula, irresponsable y permisiva a la que estuvieron dejados a la deriva, un proyecto nacional (hasta internacional) de escuelas para padres que aporte paulatinamente mecanismos y fórmulas para reencontrar la verdadera educación desde las relaciones interpersonales positivas que tiendan a afianzar la convivencia familiar a través de prácticas que conduzcan a la cohesión familiar a través del respeto, los valores que tengan que ver con la cooperación, la solidaridad y el crecimiento personal desde una visión de respeto a cada uno de los miembros de la familia, primero, a nuestros vecinos y amigos luego y a nuestro prójimo en general, después.

No es posible rendirse y aceptar que la suerte está echada, hay que ver por la familia para salvar lo poco que queda de ella. Hay algunas gentes preparadas que pueden responsabilizarse de este rescate. Todo es cuestión de alimentar la buena voluntad y rescatar ese concepto que parece letra muerta o parte de argumentos insulsos que hoy día solo sirven como referencias para campañas mediáticas de consumo baladí y referencias religiosas: el amor a nuestro prójimo.

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