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Por: LEONARDO PÁEZ •

Iván Fandiño: legado torero y denuncia post mortem

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Taurinos lastimeros

 

La muerte ha sido y sigue siendo el gran tabú de la humanidad, no obstante los esfuerzos de falsos demócratas, delincuencia organizada, narcos y autoridá para familiarizarnos con aquella, en forma real o en transmisión diferida. El propósito es el mismo: alimentar el miedo a la muerte, es decir, a la vida, para que deambulen, autorregulados, los vivillos y se estorbe a los valientes.

La puntual no conoce suertes, embestidas, terrenos ni plazas. Llega y ya, cuando tiene que llegar, no cuando una lógica amedrentada supone que sea oportuno. Que los enfermos mentales –animalistas justicieros que se alegran por la muerte de un torero– sigan ladrando junto con los dueños del pandero taurino. A unos y a otros les falta conciencia de humanidad, comprensión de lo sacrificial, de volver sagrado lo ordinario y de llevar a cabo ofrendas apasionadas en afán de trascender. A taurinos y a antis les falta, sobre todo, grandeza de espíritu.

Iván Fandiño, fallecido el sábado 17 de junio, tras perforarle el hígado un bravo bello rey de astas agudas, de nombre Provechito, del hierro de Baltasar Ibán, poseía una tauromaquia contraria al espíritu comodón de la época, empeñado en sustentar el arte de la lidia en una falacia: disminuir la casta y la tauridad del toro para que los toreros, artistas o no, toreen bonito, como si en ello pudiera sostenerse la emoción y el dramatismo del espectáculo.

A Fandiño no le interesaba –y ese es su legado– torear bonito, sino enfrentar al toro sin adjetivos –como el codicioso que lo mató, como el lleno en su ejemplar encerrona en Madrid en 2015 con toros para toreros no para posturas–, por ello gustaba de fundirse con los astados y ofrecer una tauromaquia trascendente por comprometida. La estética de la ética, hoy postergada por casi todos en aras del toro bobo y repetidor.

Por eso a Fandiño, sobrio y cabal en el trazo, lo relegó la tauromafia que detenta el dañino circuito del figurismo globalizonzo, el taurineo abusivo de los neoconquistadores del continente inventado, que se apropió del toreo para beneficio exclusivo de algunos, siendo frenado por figuras y empresas que hoy externan sentidos pensamientos.

El desfile de pésames y esquelas tras la muerte del torero tiene un tufo de oportunismo, demagogia, cinismo o todo junto. Enrique Ponce, por ejemplo, escribió en Twitter: Ayer, hoy y siempre contigo, torero grande. Llenaste de orgullo y grandeza el toreo con tu pureza y verdad. Se oye bien, aunque en la realidad haya sido diferente. Matador de toros desde agosto de 2005, Fandiño confirmó en Madrid casi cuatro años después, en mayo de 2009. Triunfó en las principales ferias de España, en las plazas francesas, donde el exigente público torista lo tenía entre sus favoritos, y se presentó con éxito en cosos de Ecuador, Colombia y México.

En nuestro país, donde somos hospitalarios pero malos aficionados, incluidos empresarios, ganaderos y comunicadores, a Iván Fandiño le sirvieron en Huamantla y Pachuca encierros tan terciados, que no faltó el indignado que lo tachara de Fraudiño, como si él hubiera escogido ese infamante ganado y no sus anfitriones. Pero en años recientes así semos: entreguistas con los de fuera y rigurosos con los de casa. Sin embargo, ¿sabe cuándo confirmó Iván su alternativa en la plaza México? Acertó: nunca. No era de la tauromafia. Entonces dejémonos de reproches a destiempo entre nosotros mismos, como ha sugerido un positivo.

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