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martes, 16 abril, 2024
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El racismo, sexismo o clasismo se aprenden: Juan Martell

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Por: ALMA RÍOS •

■ Concepto de raza no debería de existir; los seres humanos comparten 98.8% de sus genes, dice

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■ En Zacatecas no todos somos racistas, pero vivimos en una cultura racista, asevera

El racismo, sexismo o clasismo se aprenden. Y más en una sociedad como la mexicana en la que hay una diferencia de hasta 40 veces entre el salario más bajo y el más alto. ¿Qué aprenderán los niños de sociedades como la finlandesa, sueca, noruega o islandesa, que son criticables pero horizontales? En estos países la diferencia es apenas de cuatro veces entre el salario más bajo y el más alto. Y los hijos de los más ricos y los más pobres van a la misma escuela.

La observación de Juan Martell Muñoz viene a colación de los resultados del informe del Inegi que encontró un factor de desigualdad en la movilidad social correlacionado con el color de la piel de los mexicanos.

El psicólogo social abundó sobre el aprendizaje del racismo también con el ejemplo de que hasta los años 80 del siglo pasado se enseñaba en las escuelas públicas norteamericanas la teoría creacionista y no el evolucionismo.

El argumento para ello proponía un sustrato religioso, no obstante, tenía detrás el racismo de la sociedad estadounidense.

“¿Cómo yo un WASP (White, Anglo, Saxon and Protestant-blanco, anglosajón y protestante), voy a provenir del mismo origen del que proviene un afroamericano?”, expuso.

Reiteró entonces que el racismo es aprendido y actualmente ningún científico social sostiene que pudiera tener un origen biológico.

Dijo para el caso de México que “somos un país conquistado donde obviamente algunos impusieron sus reales” y el componente de la apariencia también llevaba el correspondiente de la aceptación, y no sólo social sino la propia.

Trajo a colación la definición que hizo Carlos Fuentes de nuestro mestizaje y por tanto de nuestra identidad afro-árabe-indo-europea.

En este sentido, el investigador sostuvo que los mexicanos no alcanzamos a apreciar nuestra diversidad y la queremos subsumir “a diferencias minúsculas que no representan nada”, de tal manera que desde algo insignificante como un par de cromosomas o el color de la piel “hemos construido enormes diferencias que afectan la convivencia social”.

El concepto o constructo de raza no debería de existir dijo, pues los seres humanos comparten el 98.8 por ciento de sus genes. “Somos idénticos. Y sexualmente hablando, de los 23 pares de cromosomas solamente uno es sexuado. Es decir, hombres y mujeres somos idénticos, blancos y afros somos idénticos. El hecho de que algunas personas tengan ojos claros o piel clara, es un producto de la evolución humana que tuvo como fin fijar la vitamina “D”.

“Hace 250 mil años el hombre europeo era negro con ojos azules. Tuvo que evolucionar ante la escasez de luz solar al vivir tan al norte de la línea ecuatorial. Simplemente se fue haciendo blanco para fijar la vitamina D que era escasa, y modificar sus hábitos alimenticios”.

Dijo que en nuestro país, y por tanto en Zacatecas, donde se ha negado la raíz indígena y afroascendente, “se nos dificulta mucho reconocernos como lo que somos. No todos somos racistas pero vivimos en una cultura racista” y las diferencias superficiales se han asociado a estereotipos negativos o positivos.

Hay investigaciones de Maritza Montero, que situó como “una de las grandes propuestas de la psicología social latinoamericana para el mundo”, donde a partir de hacerse la pregunta “¿si usted fuera ministro de educación, qué modelo imitaría?”, la mayoría contesta sus preferencias por el modelo alemán, estadounidense o francés, y se olvidan de modelos educativos como el cubano, con el que aunque se pueden tener diferencias, dijo, también pueden existir más coincidencias siendo un país latinoamericano.

Así, los mexicanos y los latinoamericanos prefieren al exogrupo (sobre todo si es blanco), que al endogrupo, esto es, al grupo ajeno o extraño y no al que pertenecemos, contrario a lo que revelan investigaciones en Norteamérica.

“Vivimos en una cultura racista, en un país racista y nos cuesta trabajo reconocerlo”, puntualizó.

Dijo que el reporte del Inegi puede ayudar a tomar conciencia de estos fenómenos sociales. Trajo como otro ejemplo de las mismas, un estudio de un investigador de Princeton con el que sus pares de la Unidad Académica en Estudios del Desarrollo de la UAZ han publicado artículos y que ha demostrado el que insumos como el papel sanitario les cuesta más caro a las personas pobres.

En los años 70 también la antipsiquiatría, a la que puede cuestionársele en otros aspectos,  demostró que la enfermedad mental “tiene clase social”.

“Entonces la pobreza, económicamente hablando, tiene clase y raza. A veces nos cuesta trabajo reconocer que tiene un elemento racial y obviamente clasista. No podemos tapar el sol con un dedo”.

Observó que incluso las manifestaciones de rechazo y denostación del informe mismo del Inegi, “revelan este sustrato racista”.

Recomendó revisar la obra de Michael Foucault, Genealogía del racismo, para ver cómo se ha construido este prejuicio, “cómo las guerras, los triunfos, los ganadores, los perdedores; han ido prefigurando todas estas dimensiones abstractas de lo que ahora reconocemos como ‘raza’”.

Y sobre la revisión que ha hecho Dacher Keltner (investigador de la Universidad de Berkeley) de la obra de Charles Darwin, padre del evolucionismo, de quien se ha distorsionado su teoría para justificar diferencias sociales, agregó, que leyendo la obra del inglés, se menciona en ella solo dos veces el concepto de “la sobrevivencia del más apto”, mientras que conceptos como amor, solidaridad, respeto, democracia, igualdad, se reiteran.

“Y una frase que hasta me la aprendí de memoria: si la pobreza no viene del proceso de evolución, ¡qué pecado tan grande estamos cometiendo con nuestro prójimo!”.

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