Pué más quisiera uno que contar historias con final feliz, cantos de vida y esperanza o cuando menos narraciones con moraleja; y no hacer el interminable recuento de cadáveres, con secuelas de viudas, huérfanos y desplazados, en que se convirtió el periodismo nacional a partir del gobierno de Felipe Calderón, condicionado según parece a ceñirse a un manual de presunta “seguridad nacional” impuesto por alguna potestad ajena a la voluntad popular, continuado fielmente en su aplicación por el gobierno de Peña Nieto, quien prometió a sus electores apartarse del mismo.
Empero si aun a riesgo de incurrir en monotonía desentenderse del exterminio no es una opción atendible, vale la pena quizá detenerse en algunos detalles tales como los juicios e interpretaciones de tan ominosa situación emitidos por algunos actores, acaso no tan relevantes, entre los que por derecho propio destacan los correspondientes al secretario de seguridad, el gobernador del estado y la primera dama, quienes haciendo caso omiso de la impunidad, la ficción de la ley, el castigo del mérito, etcétera, atribuyen su nulidad en el ejercicio de las atribuciones que les corresponden por ley uno al “tejido social” y otro a la “falta de valores”, lo que conduce a la tercera a estigmatizar, casi criminalizar, a unos escolares por la ejecución en su presencia de una cierta coreografía , misma que en el peor de los casos no hace sino reflejar una situación en la que sus participantes, literalmente, sobreviven.
El lado positivo de tan negro panorama estriba no sólo en que el momento más oscuro de la noche es el que precede al amanecer, sino en que ante despliegue tal, de humor involuntario, no puede uno evitar el estallido de una liberadora carcajada.