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viernes, 29 marzo, 2024
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Las estancias de las Estancias

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Por: David Castañeda Álvarez •

La Gualdra 297 / Libros

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¿Qué sucede en la mente de alguien cuando llega a sus ojos u oídos palabras que lo sustraen del prosaísmo cotidiano, de los estragos del día, del oficio de vivir (como diría Pavese) de la zozobra, del cansancio o de la acidia que se dispersa como una enfermedad? ¿Qué pasa cuando esas mismas palabras nacen en el seno mismo de lo simple y cotidiano; cuando lo más elevado resulta ser lo más mundano y viceversa? ¿Qué ocurre con la crisis de la palabra que, en suma, es la crisis del hombre?

En Latinoamérica existen tres nombres fundamentales para entender cómo la palabra es indisoluble de la conformación de realidades que atraviesan ámbitos políticos, éticos, morales, así como psíquicos y ontológicos. Es decir, la palabra de estos escritores es tan singular y, a la vez, tan plural, que bien puede disfrutarse a solas en una tarde tranquila o comentarse por años en los rigores de la Academia. Me refiero a Ramón López Velarde, Alfonso Reyes y Octavio Paz.

Yo fui testigo de cómo las Estancias críticas de Javier Acosta y Sigifredo Esquivel nacieron precisamente de aquel espacio/estancia/lugar que se abría mediante la palabra (el diálogo) durante horas en un aula de la Universidad. Para quienes participamos en el Seminario dirigido por Javier y Sigifredo, hablar de Velarde, Reyes, Borges o Paz, leerlos y releerlos nos embrujaba, nos orillaban a un extraño silencio que, lejos de ser incómodo, resultaba una especie de purificación espiritual, como quien se sienta a orillas de un río para tratar de dilucidar los secretos de su afluente.

Ahora que tengo en mis manos la materialización de aquellas estancias, vuelvo a pensar que los tres autores nos hablan de algo que nos sobrepasa, de un lenguaje que hemos olvidado. Paz, Reyes y Velarde no son nombres, es más, ni siquiera autores, son una especie de traductores de lo inefable; intérpretes de una voz que nosotros, medio sordos de tanto ruido, medio ciegos de tanto fuego artificial, no alcanzamos a apreciar. Ellos, casi de manera simultánea, vieron al dios pardo y fuerte del que habla Eliot en los Cuatro cuartetos, que es el tiempo del lenguaje que nunca deja de fluir, siempre en un estado presente.

Estancias críticas celebra aquella memoria y aquellos espacios inconmensurables en que la obra de tres poetas y pensadores captan la esencia de la humanidad entera. Su fiesta, y no podía ser de otra manera, se materializa en la imaginación de dos formidables interlocutores, Sigifredo y Javier, que ponen de nuevo sobre la mesa el papel de la tradición literaria sobre aspectos de la identidad, el ser, la otredad del alma y del pensamiento.

Los seis ensayos contenidos en Estancias críticas revisan de un modo incisivo y amable las angustias, envidias, saberes, sabores y delirios que emanan de la escritura de los tres poetas mencionados a la luz de otros poetas como Borges, Lezama y Gorostiza, y de pensadores como Schopenhauer, Nietzsche, Freud y Bloom.

Además de los temas y autores que manejan, que de por sí resultan fascinantes, lo entrañable de las Estancias (y el lector dará cuenta de ello con toda seguridad) es la forma en que está escrito el libro. Javier y Sigifredo combinan el rigor del pensamiento con la nobleza de la intuición. Su escritura nace de una armonía entre opuestos; buscan un tercer camino entre la argumentación y la imagen, una vía que, como enseña Octavio Paz en el Arco y la lira, concilia la Unidad y la Multiplicidad, y trasciende las contradicciones.

Los trayectos de las Estancias son, como dejan claro en su ensayo inaugural del libro “ABC para una crítica festiva”, ejercicios de imaginación lúcida que van de y desde la poesía, pero lo más importante, desde la celebración de la vida misma como inmanencia, goce y deseo. Sigifredo y Javier le dan un puntapié al anquilosamiento académico, a la crítica del resentimiento, al conocimiento escindido en gremios de especialistas.

Así celebran los piques literarios, dimes y diretes entre Reyes, Paz y Velarde de cara al canon poético y su pervivencia en la memoria; celebran el pensamiento de Reyes (mesurado, sistemático, clásico, apolíneo) frente al de Paz (imaginativo, dionisiaco, creacionista), tan opuestos como complementarios; celebran en Paz la Guerra y Subversión del lenguaje que, al mismo tiempo, expresa una subversión crítica: su ensayística entre la revelación y el balbuceo, entre lo universal y lo singular, así como la unión de su poesía e imaginación en la crítica social, ética y política; celebran esa otra orilla que Paz supo asimilar con su cabeza bifronte, como la del dios Jano, mirando hacia el pasado y hacia el porvenir al mismo tiempo, hacia Oriente y Occidente.

Javier y Sigifredo, en sus Estancias críticas. Trayectos desde Velarde, Reyes y Paz, comparten y celebran una literatura que revela la sublimidad y belleza de la vida y, más que nada, festejan la sensación inigualable de estar vivo mediante la palabra, el lenguaje que salva con amoroso ímpetu. Pero eso a mí ya no me corresponde decirlo. Queda al viajero-lector conocer las Estancias, quedarse un rato, saber que su lectura ahuyenta el tedio y el cansancio, descubrir para sí mismo cómo su propia mente se aclara, cómo su alma se tranquiliza y cómo su corazón se ensancha.

 

 

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