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jueves, 18 abril, 2024
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¡No hay mano!

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Por: FERNANDO ROSSO •

Hace muchos años, cuando era niño, leí en unos de esos libritos integrados por cuatro obras condensadas del Reader’s Digest, un relato que me conmovió profundamente y que en cierta forma me marcó, se llamaba “El último chorlito” de Fred Bodsworth. Narraba el periplo del último chorlito esquimal macho sobre la tierra en busca de pareja, la aventura romántica se desarrollaba a través de un viaje migratorio que corría en redondo desde las tundras árticas de Alaska y Canadá, hasta las pampas australes de Argentina y Chile. De entre los millones y millones que se avistaban cada año a lo largo del continente americano hasta finales del siglo 19, solo quedarían él y la pareja que casi de milagro y de forma esperanzadora logra encontrar a mitad de su camino, pero que hacia el final de la narración termina por ser trágicamente alcanzada por la certera bala de un cazador. Fin del relato y fin de la especie. Desde entonces me fascinan y me intrigan las aves, y cada que tengo oportunidad me gusta salir al campo a verlas volar, escuchar sus cantos, observar sus hábitos y su comportamiento, y no solo de las aves sino de cualquier especie silvestre que pueda avistar.

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Según un escrito titulado “Aves de buen agüero” del estimado historiador José Enciso Contreras, afortunadamente “nuestro patrimonio ornitológico es todavía vasto pese a nosotros y a la paliza que les hemos venido dando desde hace casi quinientos años”. En el mismo, Enciso nos comparte que gracias a la Instrucción desarrollada por fray Juan de Ovando, reformador del Consejo de Indias, y en cuyo uno de sus puntos se solicitaba información de “27. Los animales y aves, bravos y domésticos, de la tierra, y los que de España se han llevado, y cómo se crían y multiplican en ella”, hacia 1585 existían por ejemplo en la jurisdicción de Fresnillo: “Hay, animales y aves bravos, los siguientes: leones, tigres, ciervos, gamos, raposos, liebres, conejos, todo en mucha abundancia; hay águilas, halcones, gavilanes, cuervos, garzas, codornices, grullas, golondrinas y gallinas de tierra y gallos a los que llaman en España pavos”. Nos dice también el historiador que hacia fines del siglo 19 Alonso Luis Velasco hace inventario de las siguientes aves: “Agachona, aguililla, ánsar, ánsar blanco, ánsar de corbata, apipisca, aura, búho, burro, calandria huertera y calandria tunera, canario, carpintero, codorniz, chuparrosa, conguita, cuiji o quebrantahuesos, cuitlacoche, cuervo y cuervo de la sierra, chivo, chivo negro, gallareta, gallinita del agua, gavilancito, golondrina, golondrina azul, gavilán, gorrión, gorrión azul, gallo, gallina, grulla, guajolote montés, guajolote doméstico, halcón, huilota, Jilguero, lechuza, lechuza de los campanarios, martín pescador, mirlo, mulato, paloma, paloma azul, paloma torcaza, patito, pato colorado, pato triguero, pato de cuchara, pato real, perdiz, primavera, saltapared, tecolote, tildío, tecolotito, torcaz, tordito, tordo, triguero, urraca, zenzontle, y cómo no, el infaltable zopilote.”

A propósito de tantas notas, noticias y discursos en relación a la ecología y los recursos naturales motivo del Día Mundial del Medio Ambiente, resulta penoso que a pesar de que el interés y la preocupación por el entorno natural y sus recursos existe desde hace siglos, el atroz sistema político, económico, social y cultural al que pertenecemos nos lleva cada vez más a llegar a conclusiones (próxima a la famosa frase del personaje del ¡No hay mano!, interpretado por Héctor Suárez) como la del secretario de Agua y Medio Ambiente del Estado: “Simplemente ya no hay agua”. Y mientras la Suprema Corte de Justicia se debate a estirones de oreja entre la constitucionalidad o no de la aplicación del impuesto ecológico, las industrias minera, cervecera, agrícola, maderera, constructora y toda aquella que sobreexplota los recursos naturales, continuarán empobreciendo el ambiente y enriqueciendo sus arcas, y el Estado permanecerá a la espera del preciado caudal que le permitiría superar la asfixia de su eterno déficit presupuestal fruto del rezago económico autoinflingido, los gobiernos corruptos, la modorra empresarial y las tranzas con el magisterio, entre otros muchos aspectos de una larga lista.

Me gustaría ser optimista, aunque no ingenuo, y pensar que el recurso de dicho impuesto será, si es autorizado y tal como debería de ser, aplicado a paliar los enormes daños que causan esas industrias al medio ambiente así como a generar alternativas y estímulos para industrias un poco menos agresivas con el mismo, como la manufacturera, la turística o la de TICs. Y me gustaría también pensar que no vendrá algún día un funcionario a decirnos: simplemente ya no hay montes, simplemente ya no hay árboles, ya no hay venados, ya no hay osos, ya no hay tampoco ni ríos ni arroyos. En fin, me gustaría seguir saliendo a los cerros que están a espaldas de mi casa con mis hijos y continuar mirando las liebres, las tórtolas y a aquella pareja de rapaces (que por cierto aun no logro adivinarles la especie) de las seguramente pocas que aún continúan volando por los límites de la ciudad, y no tener que saber un día por algún medio que ellas eran, comolos chorlitos esquimales de aquel libro que leí en mi niñez, las últimas dos integrantes de su especie.

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