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viernes, 19 abril, 2024
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La discriminación, política de Estado

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Por: JOSÉ NARRO CÉSPEDES •

En México, la insatisfacción con la democracia tiene distintos orígenes, y sin embargo, uno se coloca como principal: el régimen de la pluralidad ha sido ineficaz a la hora de acortar las desigualdades y confrontar los privilegios. Un segmento amplio de mexicanas y mexicanos se percibe tratado injustamente y con asimetría por la autoridad, la ley y las demás personas. No importa el campo de interacción social que se aborde —la educación, la salud, la justicia, el mundo del trabajo, la libertad—, una y otra vez nos topamos con un cierre social construido explícitamente para asegurar la exclusión.

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Se asume que nuestra principal desigualdad es económica y que para medirla basta con observar las diferencias que hay en el ingreso cuando el 20% más rico de la población se queda con cerca de 53% de la riqueza nacional, y la mitad de los habitantes vive en pobreza, el tema de la inequidad en el salario no puede ser menospreciado.

Después de la desafortunada reacción de la esposa del gobernador Tello, Cristina Rodríguez que demostró su carácter profundamente conservador y discriminatorio hacia expresiones culturales juveniles en la telesecundaria “Suave Patria”, ubicada en la comunidad de Ciénega de Abajo, en los límites de los municipios zacatecanos de Tabasco y Huanusco, es necesario plantear que los procesos de discriminación, no necesariamente tiene que ver con la desigualdad, sino con la diferencia, es decir, con el reconocimiento del “otro” distinto a mí, pero que posee los mismos derechos y obligaciones.

Es decir, las expresiones la presidenta honoraria del DIF estatal, vertidas hacia un grupo de estudiantes donde afirmó que parecían “sicarios” por la vestimenta tipo militar que utilizaron en una tabla rítmica, niega que pueden existir visiones del mundo diferentes a las que ella considera correctas, visiones contrastantes de lo que ella considera mexicano.

Ratificamos a la señora Rodríguez, que todos, incluyéndola, nacemos perteneciendo a grupos sociales. Poco a poco, cada persona va tomando conciencia de su pertenencia a esos grupos. Del mismo modo que se adquiere una identidad personal, se adquiere una identidad social. Al aprehender las manifestaciones culturales de nuestro grupo se asimila la identidad cultural.

Es un hecho que la lucha contra la discriminación es el reconocimiento y el respeto irrestricto de la diferencia.

La segregación lo único que hace es dificultar u obstruir algunos valores, como la libertad individual, y en algunos casos, algunos derechos, como el derecho al trabajo, a la libertad de expresión.

Sin embargo, la asimetría en el ingreso no es la única relevante. La desigualdad de trato y la discriminación son sinónimos: se está frente a actos discriminatorios cuando los mejores empleos del país excluyen a las mujeres y los jóvenes; cuando cuatro de cada 10 indígenas mexicanos no tienen acceso al sistema de salud; cuando 9.9 de cada 10 trabajadoras del hogar no cuentan con ninguna prestación formal; cuando 7 millones de personas no poseen acta de nacimiento: cuando ocho de cada 10 habitantes no tienen acceso al sistema bancario convencional; cuando la desnutrición prevalece en las comunidades menores a 5 mil habitantes; cuando siete de cada 10 estudiantes de 15 años están reprobados en matemáticas, escritura y ciencias; cuando las cárceles están pobladas por jóvenes de entre 18 y 30 años, de es casos recursos y bajos niveles de educación; cuando la concentración de los medios electrónicos de comunicación hace que sólo unos pocos puedan expresarse con libertad.

El cierre social coloca de un lado a las mujeres y del otro a los varones, confronta la ascendencia indígena con la urbana-mestiza, a los jóvenes contra los adultos, a los heterosexuales contra los homosexuales a quienes practican una religión mayoritaria contra los que sostienen una fe distinta; distancia a partir de la clase social, la apariencia física, el lugar de nacimiento, el color de la piel y un largo etcétera de elementos que son fáciles de comunicar y sobre todo eficaces a la hora de someter.

En México, ni las instituciones ni el derecho han sido todavía capaces de hacer estallar este cierre social. La nuestra continúa siendo una sociedad fuertemente discriminatoria; nos alejan en todo de la democracia las barreras de entrada que confirman al nepotismo y los privilegios como fuente principal de las oportunidades.

Y en medio de esto, la juventud cuestiona críticamente al mundo, busca comprenderlo desde una perspectiva que es o puede ser distinta a la de las personas adultas. Sin embargo, las y los jóvenes deben integrarse en ámbitos que les resultan ajenos, tales como la actividad laboral o la participación política. Acceder a oportunidades dentro de estos espacios frecuentemente significa renunciar a la propia individualidad sin que haya una razón legítima de fondo.

La juventud, como condición social, siempre está subordinada a la adultez, desde donde se establecen reglas y comportamientos esperados, en diversos espacios sociales, y con quien se negocia, se resiste, se enfrenta, o se asume para lograr la aceptación o tolerancia de las propias prácticas.

Con todo, podemos asegurar que la inocencia de la frase de la presidenta honorífica del DIF de Zacatecas no podemos imaginarla, toda vez que ella obedece a la defensa de un grupo que defiende un mundo que se rompe a pedazos.

Un mundo que ha impuesto a un grupo que ha construido su riqueza y sus creencias sobre la de los demás. Que ha impuesto los intereses a partir del grupo dominante desde la corrupción y la segregación de grupos ajenos al poder.

El grupo defiende el poder político, los cargos, los recursos gubernamentales, y una forma de vivir que sólo beneficia a unos pocos. Esos pocos que califican y denigran a todo aquello que sale de sus cánones de conducta, belleza, riqueza o vestido.

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