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martes, 23 abril, 2024
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Por: Fernando Cuervo* •

La Gualdra 296 / Sexto Aniversario Gualdreño

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Tuve miedo. Pero lo que no podía olvidar era su rostro. Su forma de esperar el autobús. Sus manos ocultas en los bolsillos, como si fuera otro día. Sin embargo, no era así. ¿Qué hará hoy? ¿Dónde dormirá esta noche?

Siempre quise saber por qué ponía la otra mejilla, por qué no maldijo nunca. Sólo recibía el terrible golpe. Como una baldosa soportando el aguacero.

Tuve miedo por ser débil.

Una tarde de tantos gritos, tocaron a la puerta. Era un vecino que imaginó ya habíamos llegado a nuestro límite de ruido parental y venía a quejarse. Nunca supo de dónde vino el primer golpe. Los demás le cayeron y siguieron cayendo hasta que una masa de gente detuvo al violento hombre de casa. Yo miraba hacia abajo, pero él, siempre a mi lado, sólo fruncía el ceño.

Mamá reparaba todo. Suplía los platos rotos, colocaba un plástico en el hueco de la ventana, remendaba las camisas, acariciaba las cicatrices. No nos amedrentaba. Pensaba que ya era bastante. De todos modos la compadecíamos. Un ojo morado a la luz de la mañana no se olvida.

Ésa era la vida. Allí teníamos nuestras raíces y el mundo se nos mostraba tan arisco.

—¿Sabes algo? Esto no será por siempre— me dijo él mientras observaba algo en la calle, algo tan lejano que tienes que entrecerrar los ojos para poder percibirlo.

Eran las 6pm. Guardamos cosas en una maleta. Bajamos las escaleras. Y escuchamos un grito. Era nuestra madre. La puerta de la habitación se abrió y el hombre robusto nos miró detenidamente. Comenzó a bajar los escalones.

—¿Van de paseo?— musitó irónicamente, con la boca reseca de Faros y mezcal.

Él, el que siempre me defendió en la escuela, miró a la grotesca figura que nos sonreía. Y le devolvió la sonrisa. Entonces supe lo que ocurriría ante tal descaro. Primero lo empujó y le asestó una patada en las costillas, después lo volvió a empujar. Pero no lo derribó. Aun así mi hermano se levantó y le volvió a sonreír. Mamá salió de la habitación y nos miró, resignada. «¿Qué le vamos a hacer? Así es él, nos quiere a su manera». Eran palabras que siempre repetía, sólo que en esta ocasión no ocurrió. Existía únicamente un silencio, una especie de zumbido. Y al fondo el ruido de la televisión, los comerciales de época navideña, un ambiente sobrepoblado de miseria. Nos fuimos. Nadie dijo nada. Nos acogió el frío y la vida violenta que nos prometieron. Él miraba al horizonte. Mientras esperábamos un autobús que nos llevaría hacia la oscuridad de la carretera.

 

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_296

 

 

 

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