Los más encumbrados políticos y empresarios mexicanos, incluido desde luego el presidente de la República, ocurrieron días atrás, vestidos de rigurosa etiqueta, al salón Terraza Virreyes del Hotel Camino Real, Polanco, a celebrar los esponsales de la señorita Paulina Romero, hija del máximo dirigente del sindicato de Pemex, Carlos Romero Deschamps, con un ilustre profesional de alguna grave disciplina.
Sin que sea preciso hojear las crónicas del suceso, bien pudiéramos imaginar un friso para la posteridad: las joyas de la novia, que refinado gusto aparte montan como un millón de dólares; los fastuosos atuendos y, last but not the least, las alhajas refulgentes de las gentiles invitadas; las cantidades navegables de Buchanans y Dom Perignon; les chefs d´oeubre de la más alta gastronomía; las sencillas mas emotivas palabras de los amigos entrañables; la música… grupera; etcétera.
Cabe mencionar cuadro tan idílico adolece sin embargo de algunas inconsistencias; pues ¿no acaso, el Invitado de Honor, para justificar el “gasolinazo”, describió a Pemex como una empresa quebrada, comparándola incluso con una gallina difunta?; ¿no recientemente se vio, el susodicho invitado, en precisión de girar instrucciones para poner fin al despojo sistemático de productos de esa empresa mediante la “ordeña” de ductos, y poner a los perpetradores a disposición de la justicia?
Ante la falta de respuestas, las interrogantes anteriores generan otras interrogantes, verbigracia: ¿Cómo es que permite el presidente, al dirigente de los trabajadores de una empresa estatal pública y notoriamente saqueada, hacer ostentación ante a él de una riqueza de imposible licitud?; ¿cómo es que las élites, políticas y empresariales del país, no sólo ven tal espectáculo con absoluta naturalidad sino lo sancionan con su presencia?
Averígüelo Vargas.
Días atrás el señor gobernador censuró, acremente, a que no saben a quién: a López Obrador.
Y luego se sorprenden de que vaya arriba en las encuestas.n