La comparecencia del general Froylán Carlos Cruz, secretario de Seguridad, ante el Congreso del estado, no tuvo desperdicio: a la demanda de renunciar ante lo desastroso de su desempeño replicó lo haría si “ …los jóvenes que tienen adicciones con mi renuncia dejarán las adicciones(sic)…”; “…si al dejar el cargo los grupos delictivos dejan el estado yo renuncio…”; “…con mi renuncia no se resuelve el problema, pues el problema social es una descomposición del tejido (sic)…”; adujo asimismo la precariedad de los instrumentos a su disposición y se dolió, para colmo, de “no haber escuchado propuestas”. Cabe agregar que en la primera oportunidad el señor gobernador le manifestó su apoyo.
Y si bien asiste la razón al general cuando señala que su renuncia no resuelve nada (su remplazo podría ser otra cosa), el caso es que padecemos una embestida criminal sin precedentes, y que la responsabilidad de resguardar nuestra vida y nuestros bienes está en manos de un señor que (para el regocijo algunos) imperturbable y circunspecto nos participa que ni puede protegernos ni permitirá que alguien más lo intente.
Lo peor de todo es que no somos sino una parte minúscula de un desastre mayor, del cual el más reciente mensaje del titular del poder ejecutivo resulta un espléndido botón de muestra; pues para enfrentar una histórica masacre de informadores amén de formular una enérgica condena anuncia la creación de “fiscalías especializadas”, “coordinación con los gobiernos estatales (campeones en el deporte de hostigar periodistas)” y otras providencias del mismo jaez, mediante las cuales los gobiernos sucesivos han rehuido la obligación de procurar justicia, durante las últimos treinta años.
Lo positivo de situaciones como ésta es una densa carga de humor negro, que si bien involuntario hará seguramente las delicias de generaciones futuras. ■
