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lunes, 15 abril, 2024
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Notas sobre obesidad

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

Según datos de la Organización Mundial de la Salud, aproximadamente el cuarenta por ciento de la población mundial padece alguna forma de sobrepeso, aunque se manejan diferentes criterios para definir la obesidad. Si se toma en cuenta que cerca de la población mundial está catalogada dentro de los índices de pobreza, entonces, más de la mitad de la población en los países medios o ricos, son ligeramente rechonchos o definitivamente gorditos. Durante muchos años esta apariencia fue considerada como una señal de lozanía y hasta de belleza, pero al paso del tiempo fueron descubriéndose algunos efectos secundarios y trastornos que afectan de muchas formas a la salud. En nuestro país, a todo lo largo y lo ancho se compite a ver dónde hay mayor número de personas con estas características, la competencia es dura en lo interno, pero en lo externo se compite ante el más pinteado y entre tantas calamidades acumuladas, se ostenta el dudoso privilegio de ser el país con mayor presencia porcentual de personajes con rechoncha figura. Esto no es gracioso, el sobrepeso incrementa la vulnerabilidad de las personas en un amplio rango de enfermedades físicas tales como cardiovasculares, padecimientos renales, diabetes, altos índices de colesterol, entre muchas otras. De este asunto ya han hablado y lo siguen haciendo los médicos, las instituciones médicas y todo el sector salud; la Secretaría de Educación Pública ha participado con gran entusiasmo en este empeño, evidentemente sin resultados positivos, dadas las tendencias que hoy día ensanchan el paisaje social de la mexicanidad. Es increíble la cantidad de recursos que se ejercen para prevenir este fenómeno a través de campañas de publicidad para mejorar la nutrición, para incrementar las horas de ejercicio, contra el sedentarismo derivado del abuso de la tecnología y tantas argucias que se dicen y hacen con resultados lamentables.

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En lo referente a su etiología hay muchas hipótesis sobre este fenómeno que tiene muchas aristas y en definitiva, es un problema completamente mal entendido; sus orígenes pudieran ser genéticos o fisiológicos pero hay aspectos cognitivos y conductuales, definitivamente conductuales, que marcan el derrotero de este asunto. Algunos investigadores, como Stunkard y Mahoney han realizado análisis e investigaciones y a partir de las mismas afirman, entre otras causas, que la obesidad “se da en familias” y se relaciona con ciertos tipos de constitución corporal. Pero, definitivamente, si este fuera el caso, hace todavía cincuenta años la figura universal histórica del ser humano era más bien tendiente a la de Don Quijote o la de Sherlock Holmes que a la de Enrique Octavo o más recientemente a las de Maradona o Marlon Brando. Incluso, puede haber un antes y un después como el caso de John Travolta en la “Fiebre de Sábado en la noche” y el de “Pulp fiction”.

El tema da para mucho, pero esta vez se propondrá una aproximación clínica. Si todos los métodos que circulan en el espectro de los buenos samaritanos de las diversas profesiones que se han dado a la tarea de contrarrestar este fenómeno fueran efectivos, siquiera alguno de ellos, algo bueno habría ocurrido al respecto que dejaría sin efecto todo lo que se ha escrito hasta ahora en esta adelgazante columna. Obviamente, la publicidad de los buenos propósitos de las instituciones públicas dejan mucho que desear ante el alarmante aumento de masa corporal de buena parte de la ciudadanía, la Secretarías mencionadas y otras instituciones que también se apuntan, están haciendo el papelón, pues el fenómeno sigue en aumento y sus causales y casuales se multiplican sin que alguien meta las manos; antes bien, las presiones de todo tipo que llevan a nuestra ciudadanía a los excesos que dan como resultado un incremento corporal tan notorio como notable en la caja de los pambazos y en las pompas del juicio, mantienen su implacable carga sin restricción alguna y los resultados sobresaltan y saltan a la vista.

Este fenómeno, que en el pasado era nada más cosa de adultos, era poco común, aunque existía, pero no en el porcentaje tan alarmante con que hoy se presenta. Ahora también es parte importante de la población infantil y ante la ceguera social que ignora este asunto de salud pública, en vez de tomar acciones al respecto, como buenos corderos, balan con resignación antes de entrarle con singular alegría al próximo chuchuluco. Y así no se puede.

Si este fenómeno se da desde la infancia es altamente probable que se manifieste aportando al censo un adulto obeso más y se sea muy resistente a los tratamientos para resolver este problema. Problema, no enfermedad. En este asunto las influencias sociales son determinantes, entre ellos, los factores socio culturales tales como el estatus socioeconómico y la movilidad social, asimismo hay evidencia de la influencia de algunos factores étnicos y sociales, pero no puede decirse con precisión más allá de los hábitos, en este caso, malos hábitos, que obedecen a fallas tremendas en el autocontrol y un pésimo manejo de los factores que engalanan el entorno: lo que los clásicos de la teoría del aprendizaje llamaban el control de estímulos. También existen tratamientos de grupo que pueden enriquecer la propuesta inicial que consiste en aprender hábitos saludables para sustituir a aquellos que hay que desaprender dado que son nocivos para la salud. Además, ante la sociedad atomizada que hoy casi todos viven individualmente, se sigue omitiendo la importancia del trabajo comunitario o compartido, o en lo más reducido de su manifestación, el trabajo en familia, o mejor aún el trabajo grupal cooperativo como forma de emancipación.  Si el problema viene desde ahí, ahí puede estar la solución.

Seguiré con este tema más adelante. n

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