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viernes, 19 abril, 2024
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La Iglesia de Cristo es una Iglesia de mártires

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Por: P. Aurelio Ponce Esparza •

La historia de la Iglesia nos muestra que desde sus orígenes el martirio es una parte esencial de su misma naturaleza, más aún, no se podría entender la vida de las primeras comunidades cristianas sin el martirio. La palabra mártir significa testigo, el cristiano que recibe el martirio es un testigo de la fe que sella su testimonio con el derramamiento de la sangre. La Iglesia de Cristo ha sido desde siempre una Iglesia perseguida y una Iglesia de mártires. Cuando estas realidades desaparecen del panorama de la Iglesia significa que está fallando en su misión.

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La Iglesia de Cristo está en el mundo, en él debe instaurar el Reino de Dios, pero no es de este mundo, lo cual significa que en muchas ocasiones debe ir contra corriente, la misión de la Iglesia muchas veces incomoda, su voz fastidia a los poderosos, sus reclamos y denuncias ponen en evidencia la falsedad y el error de muchos en este mundo. Así ha sido desde el principio y así sigue siendo en el presente. La sangre de los mártires se ha considerado siempre como semilla de nuevos cristianos.

Una Iglesia que no es perseguida, a la que intentan acallar, una Iglesia sin mártires simplemente no sería la Iglesia de Cristo. En cada época de la historia la Iglesia ha tenido que anunciar la Buena Nueva de Cristo, a veces lo ha hecho en paz, en diálogo con la cultura, pero otras ha tenido que ser perseguida, han sido muchos sacerdotes, religiosos y laicos quienes han sufrido el martirio por la causa del Reino. Los mártires nos recuerdan que aunque estamos en el mundo no somos del mundo.

En México hemos sido testigos del aumento de la violencia en contra de los sacerdotes. De 1990 a 2016 van 55 crímenes en contra de sacerdotes, tan sólo en este sexenio se cuentan 16. México se posiciona como el país más peligroso para ser sacerdote en América Latina. Las entidades que lideran las agresiones son Guerrero, Veracruz, Ciudad de México, Chihuahua y Michoacán.

Estos cobardes asesinatos reflejan el grado de violencia al que hemos llegado en México, nuestro país se ha convertido en un cementerio, la existencia de fosas clandestinas así lo demuestra, en Veracruz se encuentra la así llamada fosa clandestina más grande del mundo, en Torreón se encontró una fosa con al menos 4.000 restos óseos. Literalmente somos un tiradero de cadáveres. La mayoría de estos asesinatos son de gente inocente, sangre derramada que clama justicia al cielo.

La muerte de nuestros hermanos sacerdotes nos recuerda que la Iglesia está llamada a ser profeta, estas voces que se han silenciado con sangre estaban de lado de los oprimidos, habían denunciado injusticias, se habían resistido a encubrir actos de violencia y corrupción. Su predicación incomodaba, su voz resultaba un reproche para los hijos de las tinieblas. Otros más fueron simplemente víctimas inocentes, como los cientos y cientos que mueren cada día a manos del crimen organizado.

Los desaparecidos nos faltan a todos. No son solo 43, son cientos y cientos de hombres y mujeres inocentes que han muerto como consecuencia de los altos índices de violencia que se viven en varias zonas de nuestro país. Las agresiones contra sacerdotes sólo hacen más profunda la herida de nuestro pueblo, son una afrenta más para la sociedad y en especial para los cristianos.

La mayoría de estos crímenes siguen impunes, no hay justicia terrena que alcance, nuestro sistema judicial está rebasado, las instituciones encargadas de procurar justicia no están libres de corrupción, sino que reflejan la opacidad y burocracia ineficaz y cara que caracteriza a la mayoría de instituciones del estado mexicano. Pero la esperanza cristiana no se agota en este sistema corrupto, trasciende el ámbito de lo terreno y se abre a la presencia del Dios eterno, el único dueño de la vida. n

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