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miércoles, 24 abril, 2024
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No es hasta el fin del mundo, es sólo el fin del mundo

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Por: Mar García y José Méndez •

En un momento somnoliento

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vi surgir tu imagen entre el viento

no sé si fuiste un sueño tú

o un sueño es lo que vivo todo el tiempo

y sé que te he tratado mal

que no debí llevarte mar adentro

sin avisarte que quizá

no habríamos de volver al mismo puerto.[1]

 

El espejo de la virtud es la lejanía. En algunos casos el recuerdo es la distancia más sublime. La fuga pasa de un primer plano al arrebato de la nostalgia, la pugna por permanecer o emprender el viaje.

Igual que las enormes coronas, el tiempo es una oración en piedra, hay muros que sobrecogen lo que aíslan, siempre un desamparo, la orilla que silba para encontrar su estado, el giro que le devuelve el eco que está buscando.

Muchas veces la sangre nace jadeante, el discurso que la boca emana es la consigna del nudo que tartamudea, la fuente que brota de la nada encuentra la víctima que revelará el trayecto. Ulises, buda devastado reniega de su sangre; tiempo que depura tierra, agua que desliza instantes; él, el hombre que traza lo cerrado, descubre la puerta para edificar el mundo, lo que dice es silencio abierto, un túnel que responde a la interrogante: ¿Estuve aquí? Soy el mismo, mismos ademanes de quien me alumbra.

Hablábamos de las últimas películas vistas, era mayo, Cannes, yo mencioné una en la que el protagonista era Adrien Brody, no recuerdo si su primera respuesta fue alguno de los filmes del que me dijo era el niño prodigio del cine: Xavier Dolan, la mala memoria pidió más detalles, títulos, me soltó dos o tres, uno de ellos fue Mommy (Dolan, 2014).

Conocía Mommy, recuerdo cómo pasamos días viendo el tráiler de la película pero al final terminábamos postergándola. Siempre hemos hecho eso, de la filmoteca disponible vemos algunos trailers, nada más, nada de búsqueda extra, nada de investigación, ése es un trabajo posterior. Unos son mejores que otros, logran mayor persuasión.

El día llegó, la idea es hacer trabajos diferentes con una estética particular, una mirada, un punto en el plano. Sin antecedentes ni consecuciones, la película nos dijo algo o lo mostró. Hace meses volvimos a ver, a percibir un ambiente igual o al menos semejante, frente a nosotros en un televisor de 24 pulgadas conectado por medio de un cable hdmi a una computadora portátil sin entrada para Cd, Juste la fin du monde (Dolan, 2016). Un drama familiar caótico, exagerado, atiborrado de diálogos con actuaciones e imágenes amarillas producto de las ondas de calor, del clima donde fue o parece haber sido capturado.

Martine (la madre viuda), Antoine (el hijo mayor que envejece), Catherine (la esposa introvertida del hermano mayor), Suzanne (la hija menor, a la que le toca quedarse en casa para lidiar con la madre) y Louis (el hijo ausente de en medio, gay, escritor, desahuciado). La saturación de charla y de grados centígrados, la separación, la nostalgia, el desconocimiento, el envejecimiento, la reunión, la humanidad desbordada, el fin del mundo le dieron opiniones divididas a este filme ganador del Gran Premio del Jurado en 2016 en el Festival del lugar con más reflectores de la Riviera francesa. Hemos comprobado que para hacer arte no es necesario el poder de la juventud y es que en Dolan, juventud y genialidad han sido la fórmula para exponer al ser humano inundado en sí mismo.

Juste la fin du monde devela madurez, madurez que no corresponde de manera necesaria con el crecimiento biológico de Dolan, sino con una mente creativa en un viaje intrínseco de exploración, de desentrañamiento de lo que acontece en ella, en mí, en él, en ellos, en ustedes, en nosotros, la dinámica y la estática del individuo, esta vez en familia, en una familia abrumada, abrumadora, como tantas.

 

[1] Hasta el fin del mundo, La Barranca

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