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jueves, 28 marzo, 2024
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¿Quiénes enseñan la comprensión lectora?

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Por: EDUARDO CAMPECH MIRANDA* •

La Gualdra 288 / Promoción de la lectura

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Hace unas semanas enlisté algunos de los factores que se presentan ante una deficiente compresión lectora. Todos ellos desde el propio acto lector. También, semanas después, ejemplifiqué otros casos donde se diagnosticaban problemas de comprensión lectora, sin embargo, había situaciones familiares, económicas, sociales que se ocultaban detrás de éstos. Hoy abordaré el tema, desde su enseñanza. ¿Cómo se enseña la comprensión lectora?, ¿se transfiere, lo que llaman los especialistas, un currículum oculto?, ¿se conocen, y distinguen, las estrategias cognitivas de las lúdicas para desarrollar dicha habilidad? Sin que las prácticas que mencione sean una generalidad, desafortunadamente sí son recurrentes.

El primero de los escenarios, por cierto el más lamentable, es cuando el docente no lee. Es decir, su experiencia lectora ha sido nutrida por esquemas escolarizados rígidos, que ponen en el centro de la actividad al libro, despojando al sujeto de toda posibilidad (re)creativa. Este tipo de prácticas abonan a una sola interpretación, la cual –casualmente- es la del maestro en turno. La lectura es una tarea que pesa, desvinculada de los conocimientos del lector y mucho más de sus emociones. La lectura es algo que todos debemos realizar de manera homogénea. Repetir lo que dice el texto no es comprender.

En segundo lugar, están quienes cuentan con una alta valoración de la lectura… en los otros. Están convencidos de los beneficios y virtudes adquiridas al leer, basan sus proyectos en la animación. El problema estriba en el privilegio del juego sobre la lectura. Todo es lúdico, todo es divertido, los asistentes son felices, una serie de actividades donde, muchas veces, el libro brilla por su ausencia. Paradójico, sí. Pero así es. No es que sea mala la animación, es cómo se utiliza y cuáles son los objetivos que se persiguen al implementarla.

Después podemos identificar aquéllos quienes leen de manera regular. Disfrutan de la lectura, gozan con los libros. Un amplio sector de ellos hace abstracción de todo lo que sucede cuando lee (y cuando no lee). La trama los atrapa. Si estos docentes lectores revisaran un poco más su propio proceso lector (analizaran tiempos, espacios, géneros, estados de ánimo, condiciones socioeconómicas), aunado a sus lecturas, sin duda, podrían diseñar estrategias más cercanas a sus alumnos. Generarían la empatía necesaria para comprender por qué se resisten a leer. Incluso, realizarían una lectura más profunda. La materia prima está en sus manos.

Finalmente encontramos a los grandes lectores. Son selectivos al momento de elegir. De antemano vinculan sus lecturas. Propician encuentros significativos entre la lectura y sus alumnos porque son capaces de ir más allá del texto: saben leer contextos. Dominan los paratextos. Estos docentes, con mucha frecuencia, logran contagiar el gusto por los libros a sus alumnos. Las ocasiones en que no es así son porque no tienen la intención de contagiar una pasión. De seducir al otro con un placer. Reconocen en la lectura un gozo estético e intelectual. Tienen la paciencia y la perspicacia para compartir con otro uno de los placeres de la vida. Ellos forman, no sólo lectores, sino buenos lectores.

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