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viernes, 19 abril, 2024
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Juan Pablo Villalobos. Divertimento barcelonés

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Por: Mauricio Flores •

La Gualdra 286 / Libros

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Primero fue Sergio Pitol.

Con El desfile del amor obtenía en 1984 el Premio Herralde de Novela. En entonces su segunda versión, ya que en el 83 había sido para Álvaro Pombo con El héroe de las mansardas de Mansard.

Después, ¡dos décadas adelante!, el reconocimiento fue para Juan Villoro. Éste entregó al lector una novela, El testigo, con referencias a la geografía zacatecana y a uno de sus grandes personajes: Ramón López Velarde.

Tendrían que pasar cuatro años para que otro mexicano accediera al reconocimiento que, habrá que decirlo, a lo largo de sus más de tres décadas ha observado desniveles en su calidad literaria.

Así que el 2008 fue para Daniel Sada (fallecido tres años después) con Casi nunca.

Siguieron, consecutivamente, Álvaro Enrigue y Guadalupe Nettel con Muerte súbita y Después del invierno, respectivamente.

Y ahora, en el todavía cercano 2016, fue para el tapatío Juan Pablo Villalobos (1973), quien de acuerdo a los convocantes “escribe como actuaba Buster Keaton: te arranca la carcajada manteniéndote impávido, sin mover un músculo”.

Ya lo comprobará el lector (¿o no?) al acercarse a No voy a pedirle a nadie que me crea, que ya circula en todas las mesas de novedades libreras.

Su misma portada lo anuncia, el dibujo de Sonia Pulido donde algunos de los personajes se muestran sobre el fondo de un trazado urbano, No voy a pedirle a nadie que me crea puede leerse como una novela que nos lleva a caminar por calles y barrios de la ciudad de Barcelona.

A sitios como Pedralbes, el Raval o el barrio gótico antes recreados en la saga novelística de un barcelonés de primera línea: Manuel de Vázquez Montalbán y su detective glotón Pepe Carvalho.

Hasta zonas “de esta ciudad de mentira” también antes recorridas por otros escritores mexicanos, como el mismo Pitol, de quien Valentina, la novia del personaje principal (un tal Juan Pablo Villalobos), lee su “Diario de Esculliders” (El arte de la fuga).

“Me quedó el consuelo de que yo vivo en un  barrio mejor que el de Pitol, aunque la última frase me dejó un gusto amargo en la boca: «La verdad es que no cambiaría Barcelona por ninguna otra ciudad del mundo». Yo la cambiaría por cualquiera”, dice Valentina en la página 117.

 

Confabulación

Y es que a Valentina, como al propio Juan Pablo, no le va muy bien en Barcelona, a la que llegan para que éste continúe una carrera académica especializada en literatura contemporánea. Lo que será el punto de partida (sin desdeñar vueltas a tiempos pasados) para desenvolver el complot en el que se verá inmersa la pareja mexicana, y otros más.

Una trama, referencia de nuestros años ya acumulados, que revela la prolongación de los ilícitos del crimen organizado (francamente desorganizado en muchos momentos) a otras geografías del planeta mediante el lavado de dinero.

Aunque no piense el lector que al acercarse a No voy a pedirle a nadie que me crea tendrá una novela de balaceras y drogas, operativos y escapes; más bien de humor, casualidad, venganza y mucha transparencia en sus personajes.

Resultado de las maneras frescas y originales de escribir del autor, que también multiplica la originalidad de cada una de las voces, ya sean chilangas, tapatías, barcelonesas (Fiesta en la madriguera, Si viviéramos en un lugar normal, Te vendo un perro).

Como también de la utilización de las herramientas y las tradiciones literarias para la conformación de su propia oferta literaria. De ciertas dosis de autoficción y de otros atrevimientos ante el hecho literario.

Cuestiones que parece tener claras el otro Villalobos, el personaje de esta No voy a pedirle a nadie que me crea, cuando piensa en “la extendida idea” de que cultos y literatos tienen “una superioridad moral”.

Si bien la verdad más profunda, prosigue el Villalobos acorralado en Barcelona, “es que los lectores no buscamos en la literatura pautas para nuestro comportamiento en la realidad. Los escritores tampoco. Lectores y escritores lo único que queremos es perpetuar un sistema hedonista, basado en la autocomplacencia y en el narcisismo.

“El verdadero lector lo único que quiere es leer más. Y el escritor escribir más. Y los académicos somos los peores: los carroñeros que queremos extraer un poco de sentido existencial a toda esa mierda”.

 

“Vivir al día

Las cinco y media de la tarde. Toda la sangre en la barriga después de comer una lata de sardinas y una baguette entera. Media botella de vino tinto de dos euros. Las piernas se me congelan. En especial los dedos de los pies. No me dejan encender la calefacción.

—¿Tú vas a pagar la factura del gas, princesa? —me dijo— Gabriele—. Cómprate una manta en el chino.

El anuncio decía que el departamento tenía calefacción y cuando fui a conocerlo vi las estufas y, aunque estaban apagadas, no pregunté nada. Supongo que pensé que sólo hacía falta encenderlas.

Bajé al chino, el cobertor que parecía más calientito costaba doce euros. Con doce euros vivo dos días. No puedo arriesgarme a que se me acabe el dinero antes de que decida qué voy hacer”.

Juan Pablo Villalobos, No voy a pedirle a nadie que me crea (fragmento).

 

 

Otros Premios Herralde

Roberto Bolaño, Los detectives salvajes, 1998

Justo Navarro, Accidentes íntimos, 1990

Enrique Vila-Matas, El mal de Montano, 2002

Alan Pauls, El pasado, 2003

Martín Kohan, Ciencias morales, 2007

 

 

Juan Pablo Villalobos, No voy a pedirle a nadie que me crea, Anagrama, México, 2017, 278 pp.

* [email protected]

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