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martes, 23 abril, 2024
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El abuso de la camiseta

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Por: LUCÍA MEDINA SUÁREZ DEL REAL •

Tan importante como promover una causa social o una bandera de lucha, explicando su relevancia y pertinencia, es defenderla de quienes hacen uso de ella para su beneficio.

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Esta fue la razón por la que algunos estudiantes de la Maestría en Ciencias Sociales en la Universidad Autónoma de Zacatecas decidieron respaldar públicamente a la institución cuando -en su sentir- la alumna Camila Jiménez Sáez, estaba abusando de su condición transgénero para evitar que se le aplicara una sanción que la Universidad le impuso por una supuesta falta de responsabilidad.

Argumentaban algunos de esos estudiantes, que les parecía reprochable que se hablara de una discriminación inexistente sobre todo porque eso exponía a quien realmente sufriera esa persecución, a que no le creyeran y a caer en la moraleja que nos enseña el cuento de “Pedro y el lobo”.

Algo similar ocurrió en el caso de la periodista Támara de Anda, conocida como Plaqueta, quien recurrió a la Justicia Cívica para que sancionaran a un taxista de la Ciudad de México por haberle gritado “guapa” en la calle, lo cual está considerado como acoso callejero y falta administrativa.

Por su reacción, De Anda recibió críticas incluso de personas que se identifican con el feminismo, pues fue percibida por muchos como protagónica y desproporcionada, además de haber servido para promover su imagen; en su artículo de ayer lunes, en El Universal, la columnista celebraba que luego del incidente, la gente había buscado sus publicaciones en diversos medios “¡gracias, son más clics!” escribió.

El incidente de Plaqueta, paradójicamente, distrajo de la tensión en la Cámara de Diputados, donde por presiones de Acción Nacional, se eliminó el derecho de las mujeres a la interrupción del embarazo o recibir la píldora del día siguiente por violación, del dictamen de reforma a la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia.

Otros casos donde el feminismo ha generado polémica, han sido las ocasiones en las que ser mujer es la única defensa de quien es acusada de corrupción, o incapacidad, pues a toda crítica responde acusando de misoginia aun cuando los reclamos a su persona no se basan en su condición de género.

Nadie discute que también hay quien basa sus argumentos para criticar el trabajo de alguien en su condición de mujer, pero es ineludible que también ocurre lo contrario.

Ocurre también, aunque cada día se ponen más candados legales para evitarlo, casos como el de las famosas “Juanitas”,  mujeres que permitieron que su nombre fuera utilizado para estar en las boletas electorales representando en realidad a un hombre cercanas a ella, un padre, esposo, hijo, hermano o un jefe al que se le es leal, sólo para cumplir con la cuota de género impuesta a los partidos, que impedía a esos hombres ocupar los escaños.

Como ya lo dijimos, se han reformado estas normas buscando evitar esto, pero como el que hace la ley hace la trampa, aún puede verse a mujeres en la palestra no ya por méritos propios, sino por su condición de mujer su relación con un hombre que las respalde.

Esta clase de conductas, lejos de impulsar la causa de la equidad de género han vacunado a la sociedad contra la misma y ha provocado el alejamiento de la gente de esta lucha.

El periodismo mismo se ha visto en esa encrucijada, pues también en esas filas es común encontrar personas que se asumen con el derecho de quebrantar cualquier límite, fila, trámite etcétera, escudados en el poder de su nombre, o del logotipo para el que trabajan.

Sin menoscabo de la justa lucha por el derecho a la información, por la verdad, y por la vida e integridad de quienes desnudan el poder, es innegable que hay en ese gremio quienes saborean las discusiones con funcionarios, servidores públicos, trabajadores de a pie, políticos, y ciudadanos en general, porque luego de ello correrán a sus redes sociales a contar su parte de la historia y a hacerse ver como perseguidos cuya libertad de expresión es amenazada.

No hay institución humana que se libre de esto, sucede también en el Ejército, en la iglesia, en los sindicatos, etcétera. Sin embargo, con base en los años y la experiencia, poco a poco estas instituciones van aprendiendo que lo mejor que puede hacerse con quien se aprovecha de pertenecer para abusar, es deslindarse detener esa conducta y someter a los responsables a los procesos correspondientes. Esto, lejos de perjudicar a una institución, la engrandece.

Las luchas sociales por su propia naturaleza no tiene los mismos cauces para hacerlo, pero ya sería avance si cuando menos se respetará el derecho a cuestionar a quien abusa de una bandera social, y se entiende, que el espíritu de cuerpo no puede estar más allá de los valores, la lógica y la ética. ■

 

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