28.1 C
Zacatecas
miércoles, 24 abril, 2024
spot_img

Sólo los jodidos viajamos en metro

Más Leídas

- Publicidad -

Por: QUITO DEL REAL •

■ El son del corazón

- Publicidad -

Es prolongado y tortuoso el declive del Servicio de Transporte Colectivo, el “metro”, de la Ciudad de México. Este servicio está sostenido en una extensa red que, conforme crece, más muestra sus intestinos oxidados y a punto de disgregarse, por los efectos salinos de la pudrición. Dadnos el convoy nuestro de todos los días.

Amigos, amigas: todos los habitantes más pobres de esta capital, viajamos diariamente en un artefacto reumático, cansado y a punto de sucumbir, expuestos a recibir las fragancias humanas más repugnantes, importadas de los cuatro puntos cardinales de la ciudad, producidas por el calor del denso tumulto, la actividad de sudoración y la liberación insensata de mefíticos borborigmos que revelan un índice elevado de problemas gástricos en la población. Dios santo.

Todavía ayer leía un reportaje en el periódico La Razón, que tenía al metro como tema y a su director general como heroico protagonista, con la sensación de que la política metropolitana realmente existente, de raíz dolosa y timadora, echa mano de sus agentes infiltrados en la administración pública para acribillar nuestra conciencia con frecuentes bombardeos de propaganda hueca, donde ellos, los funcionarios, destacan por su proeza de conocer, comprender y transformar esta enormísima ciudad sin solución.

Pero la Ciudad de México, más allá del oropel consistente en construir decenas de altos edificios e inhibidores desarrollos habitacionales, no tiene orgullos para blandir ni nuevos conceptos que eleven la alegría de la gente, ni defensas para replegar la terrible mancha del desaseo urbano, de las masas caídas y desempleadas, y de la violencia que se anuda en las esquinas y convierte a la ciudad en un escenario que resuelve las diferencias con madrazos y harto mole.

 

Un convoy bestial que sale del averno

Y aquí vamos, caray, en otro día más. La sustancia de una nueva jornada bien podría comenzar con una sensación de confort que expulse de las mentes la presencia hostil de la desventura. No hay tal. El metro nos recibe con sus andadores y escaleras sucias y llenas de botes de plástico, con la confrontación poco deportiva de los que salen vs los que entran; el interior se transforma en una pasarela de pedigüeños que busca convencer a la gente con una receta trucha en la mano y una mirada contrita perdida en lo más profundo del vagón, mientras renguean por el pasillo con estilos imposibles de remedar.

Sin embargo, los vendedores son legión educada que sabe entonar con voces graves y dicción abierta las virtudes e ingredientes de su producto, mientras esquivan agarrados de los pasamanos el poderoso zarandeo del frenazo repentino. Uno de ellos ofrece Mariguanol, pomada milagrosa para los artríticos y para los dolores musculares. Llévelo y lléguele.

Atención aparte merecen los bocineros, la mayoría invidentes sacados de una novela de Ernesto Sábato, decenas de esclavos de las pandillas gangsteriles expertas en la piratería musical, capaces de hacer de cada CD un batidillo o popurrí de, fíjese nomás, los éxitos del pasado y del presente. Los pasajeros podemos hacer en un viaje un curso tutorial de Daniel Santos y la Santanera, y saltar naturalmente a otras asignaturas compuestas con la vertiginosidad del vallenato, o con la estridencia de la ola juvenil de los 60´s, los Crídens, los Roling y los Estroques. La selección de un acoplado puede revelar la categoría social del comprador: clase media en descenso: La Nueva Trova Cubana; proletario sin esperanza: Julio Jaramillo; trabajador que se dio una breve escapadita por la escalera social: José José, Lupita D´Álessio.

La inmensa oferta aparecida en un solo día, cuando uno escucha la voz desordenada del público, encapsulada en un área pequeña, hace dudar de las palabras mejor escogidas del director general del metro. Ni siquiera sabe lo que dice, por estar exclusivamente atento a la voz dinámica del jefe Mancera. Esto no es poca cosa: no saben descifrar la ineficiencia del enorme gusano que fue inaugurado en 1969, sin siquiera haberse inmutado por las sonrisas equinas de Gustavo Díaz Ordaz y Alfonso Corona del Rosal.

La burocracia dirigente del GDF no sabe lo que pasa con el dinamismo que se eterniza en el subsuelo. La red del metro y sus edificios subterráneos constituyen una ciudad aparte, con reglas del juego diferentes, con acuerdos  formales o clandestinos. Lo de abajo es diferente y casi siempre se contrapone a lo de arriba. El espacio del metro define un concepto de ciudad alejado de la dulce mirada de Platón y de los pronósticos optimistas de Manuel Castells; es una realidad que echa raíces y pudre las pretensiones modernizadoras de los ideólogos de la planificación. Suele ser violenta, ruin y mentirosa, lugar de mercado clandestino, escondite ideal de las meretrices jubiladas por las nuevas generaciones posmodernas que despachan en Tlalpan, Tacuba y la Cuauhtémoc.

 

Ricardo y su naturaleza de pelador callejero

Podríamos decir: el metro define a la ciudad. De este grado es su importancia. Pero el grupo que concentra el poder político del GDF no observa en ello un pretexto para darle una manita de gato integral. Siempre responden con soluciones faraónicas que a la víspera son inocuas frente a las necesidades inmediatas de millones de viajeros cotidianos.

En estos días aparecieron manifestaciones políticas desusadas, por la cantidad de enfrentamientos soterrados por el control de la Ciudad de México.  Ahí, un personaje zacatecano adquirió un puesto estelar por la tozudez y decisión con que enfrenta a sus enemigos políticos y, por supuesto, al fuego amigo.

Considero que aún no es visible la dimensión de la obra de Ricardo en la Delegación Cuauhtémoc. Esta primera etapa de su administración se caracteriza por la abundancia de rollo, su aparición en los medios, las declaraciones estrambóticas y sus tiernos paseos populistas por algunos barrios pobres de la ciudad.

Este estilo nada aporta, pero quizá prepara la segunda parte de su gestión con la pequeña ayuda de su amigo Chavarría. Si este fuera el caso, habría que alabar la discreción de su trabajo, pues ofrecería al ciudadano común una visión novedosa, reconfortante y moderna del método de administrar una delegación que es notable por su problemática tradicional.

Parece que Monreal sólo hace condición para enfrentar la cruda realidad de una ciudad que sólo sabe crecer y crecer, sin orden ni concierto. De antemano, puedo asegurar que sus logros no podrán ser recordados por las generaciones venideras, porque los problemas se escurren por los dedos, y las soluciones ofrecidas son como orinar en el desierto.

Empero, los días decisivos se acercan con su listado de exámenes de selección, donde la obra y gobernanza mata verbo bonito y muy acá. Espero que Ricardo sepa lo que hace, porque la Sheinbaum y el Chertorivski, finas gemas de la comunidad judía, criaturas consentidas de las financieras de Chicago y aduladores de los desarrolladores más célebres de la ciudad, persisten en echarle más hervor al caldo de la birria. ■

- Publicidad -

Noticias Recomendadas

Últimas Noticias

- Publicidad -
- Publicidad -