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jueves, 28 marzo, 2024
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Mil y un males de los libros [Parte 6]. Y entonces se detuvo. El lector inmóvil

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Por: JOSÉ AGUSTÍN SOLÓRZANO •

La Gualdra 283 / Notas al margen

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“Una vez, Flash entró a una biblioteca. En un solo día leyó todos los libros.

Se convirtió en un sabio. Dejó de correr”.

 

Al igual que en la frase anterior –que es el texto de una tira cómica donde aparece este súper héroe-, la figura del lector siempre está más relacionada con la pasividad que con el movimiento. Quien lee es un sujeto que ha elegido permanecer inmóvil. Y es que la lectura es una acción que requiere cierta tranquilidad, una especie de aislamiento que permite que el encuentro íntimo entre lector y libro se lleve a cabo con éxito. Ahí es cuando las contradicciones comienzan a aparecer, pues dos actividades política, física y anímicamente correctas como son la actividad física y la lectura se contraponen. Una exige movimiento para fortalecer el cuerpo, la otra requiere pasividad, para fortalecer la mente. A pesar de que lo anterior pueda resolverse muy bien con la coloquial frase de “todo con medida y nada con exceso”, no olvidemos que un verdadero lector, como ya lo mencioné, es aquél que lo es de manera patológica; que necesita leer. Mientras que, del otro lado, un verdadero deportista, aquél que ha hecho de su cuerpo un teorema de perfección que busca demostrar, no tiene mucho tiempo para la pasividad que implica la lectura.

Leer y vivir sanamente son dos extremos que raramente se tocan. Malcolm Gladwell dice que se necesitan 10 mil horas para lograr ser un experto en cualquier actividad. La vida es breve, y el éxito lo es aún más; para alcanzarlo hay que ir sobre él como un cazador implacable que estará dispuesto a perder todo lo demás en su trayecto. Se trata de volver la búsqueda de aquello que se persigue una obsesión. El problema aquí es que el lector, a diferencia del deportista no sabe precisamente qué es lo que persigue. Se interna en los libros con la misma obsesión enfermiza que lo hace un joven prometedor del béisbol que entrena ocho horas diarias, pero la lectura no es precisamente algo que requiera técnica. ¿O sí?

Nos han enseñado a leer, incluso nos han tratado de decir qué leer y cómo leerlo. Pero el lector promedio acude a los libros por varias razones: entretenimiento (cada vez menos), información (aún menos), aceptación social u obligación, y por último porque busca conocimiento. Para Harold Bloom ésa sería la primera y más legítima razón por la que un hombre debiera abrir un libro; sin embargo, es la más rara. El conocimiento es algo tan abstracto que cada quien puede ser un sabio a su manera; y los hay también quienes son considerados sabios sin haber abierto un libro en su vida. El libro como objeto es una de las cosas más inútiles hoy día, y para todos sus “usos” se ha encontrado un remplazo en las nuevas tecnologías. Incluso aquélla, la esencia del libro, ahora ha dejado el papel y se ha ido a vivir al mundo virtual. Nadie duda que es más práctico y fácil buscar información –a saltos y de manera rizomática- en el Internet que en una biblioteca. También es indudable que si el conocimiento estaba en los libros y ahora el contenido de éstos se encuentra en la red, por lógica ahora el conocimiento está también dentro del mundo digital.

Al hacer a un lado todos estos “usos” superados del libro nos queda sólo acudir a él porque es una “obligación social”, porque la familia, la escuela, el Estado, nos dicen que los libros son una cosa buena y benéfica; porque todavía no nos libramos del lastre de los volúmenes impresos y éstos guardan una nostalgia por aquel mundo perdido en el que la realidad todavía estaba afuera de una pantalla. Pero lo cierto es que los usos comunes del libro han sido desplazados y cada vez es más difícil sostener el mito del libro y con éste a la industria que vive de él.

El deportista obseso de la lectura hoy se encuentra ante un cambio de panorama, pues debe cambiar su campo de entrenamiento, mudar su actividad del oloroso papel al práctico monitor. ¿El Flash del que hablábamos al principio dejaría de correr si en lugar de entrar a la mágica biblioteca entrara al laberíntico mundo del Internet? Lo más probable es que el buen Flash se cansaría antes de acabar de leer todo lo que el internet puede ofrecerle. El conocimiento no se ha mudado a ningún lado: nunca estuvo en los libros, y tampoco está en el mundo virtual.

Conocer es leer el mundo, y el mundo incluye tanto a lo impreso como a lo digital; incluso podemos leer lo que no es deliberadamente un mensaje. Lo leemos todo. Pero recordemos que, como mencioné anteriormente, leer no es sólo decodificar, implica también interpretar. Conocer implica reconocer. Es por ello que todos leemos, sí, pero leemos parcialmente, es decir: interpretamos apenas o evitamos interpretar; no conocemos porque no re-conocemos. Nos basta una mirada rápida para creer que lo sabemos, pero el verdadero conocimiento está en mirar dos veces la misma cosa. Leer es, entonces, retardarse.

            Con esto en mente podemos volver a mirar los dos soportes de lectura actuales. Por un lado está el virtual, la red donde la información pulula y el pobre Flash termina agotado a pesar de sus súper poderes. Por otro lado tenemos el libro: en él hay un sentido, es decir: la información, el mensaje, adquiere dirección. El libro no es la lectura, es una guía para el lector. Un mapa en el que el mundo propio, el del escritor y el de todos se amalgaman.

Es importante aclarar que el libro debe entenderse como una forma que contiene un contenido específico y previamente seleccionado, así sea esta forma impresa o digital. El libro, a diferencia de la información desperdigada que podemos encontrar en la red, es humano y nos habla como tal, diría Unamuno. El contenido del mundo virtual está hecho para una masa que corre, que trata de alcanzar el conocimiento a marchas forzadas; el del libro está dirigido a un tú, a un solo lector que como la tortuga de la fábula de Esopo, se toma su tiempo porque todavía no tiene muy claro hacia dónde se dirige. Y tal vez en ello esté el verdadero logro de la lectura, en que la travesía es a cada paso una meta resuelta, en que no se necesitan diez mil horas para ser un experto, pues el verdadero lector ha convertido su patología en una técnica eficaz, con la que la postergación es la única conquista.

Flash ha dejado de correr, pero dentro suyo se mantiene en movimiento. No hay lector pasivo, pues el verdadero es como el que exigía Cortázar, uno que modifica el libro, que al entrar en él lo transforma. “El cine es más rápido que la vida, la literatura es más lenta”, dijo Piglia y acertó en que la literatura es un lente que nos permite iluminar la vida con la lámpara de la lentitud; la lectura posterga la muerte y en ese postergar nos muestra el sentido de la vida misma. Por ello el libro es necesario, porque está lleno de sentido, a diferencia de la realidad, esa liebre que cree llevarnos la delantera.

https://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_galdra-283

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