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jueves, 28 marzo, 2024
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Por: CRISTINA PACHECO •

Directorio

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Acaba de presentarse el contador que sustituirá a Lázaro. No lleva ni media hora en el despacho y ya desempapeló el archivero, desprendió los adornos de la pared y puso el directorio en la mesa del pasillo –donde colocamos los periódicos que se van al kilo– porque evidentemente no va a necesitarlo.

Para Lázaro, en cambio, era indispensable. Si no mal recuerdo, el primer día que llegó a la oficina se acercó a preguntarnos a mí y a Víctor –en voz baja y en tono de secreto– si de casualidad no teníamos por ahí un directorio telefónico. Víctor le informó que llevábamos cuatro años sin recibirlo. Con velada impaciencia, Lázaro dijo que no importaba la edición. Bastaría con que el ejemplar tuviera las páginas más o menos completas.

La escena era muy extraña. Me asaltaron dudas. ¿Para qué necesitaba el nuevo contador un directorio cuando podía recurrir a la computadora? Guardé silencio y fingí concentrarme en mi trabajo para no ahondar la incomodidad que siente toda persona que llega a un medio extraño y que, además se sabe observada.

En el caso de Lázaro, la situación se complicaba porque había llegado a suplir a Ubaldo, sobrino del doctor Balbuena, titular del despacho. Por bien que trabajara el nuevo siempre estaría expuesto a comparaciones, empezando por la apariencia.

Ubaldo nunca me simpatizó, pero reconozco que era un tipo muy atractivo, con un cuerpo notable logrado a base de esfuerzo: antes de llegar al despacho ya había corrido media hora en el parque, a dos cuadras de aquí, y al salir se alejaba rumbo al gimnasio con su maletín lleno de ropa deportiva y bebidas energizantes.

En cuanto al físico, Lázaro era lo opuesto a Ubaldo, pero no por eso desagradable. Su perfil era elegante, su cuello fuerte, sus hombros anchos y de proporciones normales. De la cintura para abajo era otra cosa: su cuerpo parecía corresponder al de un niño de piernas cortas visiblemente arqueadas y pies breves. (Un sábado lo vi comprando calzado en el departamento infantil de una zapatería en las calles de Bolívar.)

II

Lázaro empezó a trabajar en el despacho un lunes. El miércoles siguió preguntando si de casualidad alguien tenía por ahí un directorio telefónico. Su insistencia aumentó nuestra curiosidad hacia él y generó conclusiones. Martín Olivares dedujo que Lázaro tal vez quisiera memorizar una sección del directorio para inscribirse en un concurso. Lo mismo había hecho un primo suyo que en el afán mnemotécnico acabó perdiendo muchas horas y algo de su cordura.

Semejante especulación aumentó nuestro morboso fisgoneo y la pérdida de tiempo. Era urgente develar el misterio. Víctor se ofreció para hacerlo. Esa misma tarde se presentó en la oficinita de Lázaro y, con pretexto de brindarle ayuda, se puso a conversar con él. Después de media hora Víctor regresó a su escritorio. Cuando le pregunté de qué había hablado con Lázaro me dijo que de nada importante, pero fue a pedir las llaves de la bodega.

Entre muebles viejos que documentan sucesivas remodelaciones, adornos navideños y legajos inútiles encontró el directorio. Enseguida lo puso en manos de Lázaro, quien de inmediato lo utilizó en su beneficio colocándolo bajo el cojín de su asiento. Lo voluminoso del ejemplar le daba la elevación necesaria para alcanzar la altura del escritorio y parecer, de lejos, una persona de mediana estatura.

III

Después de cuatro años de trabajar en el despacho, Lázaro renunció a su puesto porque iba a casarse con una de nuestras clientas: Pamela. Tenía su casa y una tienda de curiosidades en Chalma. Desconfiada de correos electrónicos y mensajeros, visitaba cada mes el despacho para entregar recibos y facturas.

El doctor Balbuena le encargó a Lázaro atender a Pamela. Mientras él ordenaba los documentos los veíamos conversar y reírse. Muy pronto, del trato profesional pasaron a uno amistoso.

Cuando Lázaro nos contó que acababa de invitar a Pamela a salir, Víctor y yo tuvimos miedo de lo que podría suceder cuando ella lo viera en sus dimensiones reales, sin la altura que le daba el directorio telefónico. Temores infundados: tres meses después recibimos la noticia de la renuncia y del matrimonio.

El último viernes que Lázaro asistió al despacho organizamos una reunión en su honor. Recordamos los momentos vividos, sobre todo el día en que él se acercó a Víctor y a mí para preguntarnos si de casualidad no teníamos por ahí

Desde que Lázaro se fue, en los pocos minutos libres de que disponemos, con frecuencia hablamos de él. Lo recordamos como un muy buen contador, un tipo simpático y el hombre pequeño que le dio un nuevo uso al directorio telefónico.

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