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viernes, 29 marzo, 2024
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Llegó la hora de construir un sistema parlamentario para México

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Por: RAYMUNDO CÁRDENAS HERNÁNDEZ •

La incapacidad evidente que hemos mostrado para responder adecuadamente a los reiterados ataques del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a México y los mexicanos, ha puesto de manifiesto, como nunca antes, que la sociedad está fraccionada, irritada, desmoralizada, atemorizada y desconfiada. La clase política, empantanada en las redes de corrupción y sin salida que ofrecer a la situación creada, piensa más en mantener la misma narrativa que en integrar un gobierno de salvación del país. La población mexicana comparte un sentimiento de fracaso generalizado que se expresa en casi todas las áreas de la vida nacional: la económica, la política y aún la actividad cultural: juzgar a todos los políticos como corruptos; sacar capitales del país y abstenerse de invertir; cancelar proyectos hasta que termine la era Trump; incursionar en los circuitos de la ilegalidad; excluirse de la vida pública refugiándose en el consumismo; retroceso de los valores laicos. Se trata de un círculo vicioso que alimenta permanentemente la desconfianza de los ciudadanos en sus dirigentes y en las instituciones políticas.

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El cambio democrático ocurrido en México a finales del siglo pasado coincidió con la aplicación sin pausa de los dogmas del neoliberalismo por gobernantes priistas y panistas, lo que acentuó la vulnerabilidad y la precariedad social para la mayoría, aceleró la desintegración y minó las bases de la propia democracia. Ello produjo una gran falta de credibilidad en los partidos y en la clase política en su conjunto. Si a ello sumamos el hecho de que hemos padecido gobernantes en los tres órdenes de gobierno, incapaces de superar vicios como la corrupción y la impunidad, tenemos las claves de un escenario propicio para la insatisfacción y la irritación sociales.

La superación del sistema de partido hegemónico fue posible gracias a los esfuerzos conjuntos de gobiernos y oposiciones, además de la contribución de organizaciones de la sociedad civil, algunos medios de comunicación, académicos e intelectuales. Hoy se requiere un esfuerzo parecido para construir, entre todos, una nueva utopía para revertir la descomposición generalizada. Es hora de emprender un nuevo rumbo, hacia una sociedad cohesionada e igualitaria en sus derechos. Lo primero que se requiere es reconocer que la sociedad mexicana es hoy más diversa que nunca, y que pretender gobernar como en el viejo régimen es causa de problemas políticos importantes. A llegado el momento de reconocer nuestra pluralidad, asumiéndola como parte de nuestra naturaleza política y social, propiciando su plena presencia en las instituciones que nos gobiernan.

La descomposición que nos agobia y la agresividad del Sr. Trump sólo se podrán enfrentar vigorizando al Estado haciéndolo más representativo. Necesitamos instituciones estatales con legitimidad suficiente para hacer efectivo el imperio de la legalidad, para garantizar la seguridad y los derechos de los ciudadanos e incluso para establecer y recaudar impuestos y desarrollar una política distributiva de las dimensiones que exige la profunda desigualdad social que nos agobia. Sólo un Estado que garantice universalmente los derechos sociales hará posible el ejercicio igualitario de los derechos humanos, y tendrá la legitimidad para conducir al pueblo mexicano en esta era llena de incertidumbres.

Enfrentar los retos señalados requiere de coaliciones y mayorías capaces de levantar la mira y defender los intereses históricos de los mexicanos. No se trata de mayorías al servicio del presidente en turno, sino de verdaderos gobiernos de coalición sustentados en acuerdos públicos y transparentes y en proyectos de largo plazo. La construcción de un verdadero Estado social y democrático, garante efectivo de los derechos fundamentales de todos los mexicanos, exige reemplazar el régimen presidencial por un régimen parlamentario. Es evidente que la propuesta requiere de un salto cultural y político de la mayor importancia. Se trataría de reformar la Constitución para construir mayorías mediante alianzas legislativas, que se reflejen en la integración de los gobiernos y que impulsen un programa de gobierno común. Ya es hora de repensar la arquitectura institucional en su conjunto. El formato que debemos imaginar y ensayar para resolver el problema de gobierno en un país pluralista, es el Parlamentarismo. Ese régimen necesita que haya coalición cuando ningún partido alcanza la mayoría absoluta de parlamentarios; una coalición para formar gobierno sin desplazar o abatir los intereses y las visiones distintas que requieren ser representadas.

El parlamentarismo exige y ofrece a la vez, precisamente eso: conversación y compromisos entre adversarios, naturalización del acuerdo, política de coalición, todas ellas prácticas ausentes en la realidad política de México. Por primera vez en la historia estamos obligados a resolver, en democracia, los problemas de la pobreza y la desigualdad, junto con los retos de una nueva inserción de México en el mundo. Es una oportunidad y un desafío urgentes, tanto por la agresividad de Trump, como por razones demográficas: si no logramos cambiar la estructura del ingreso en esta década, México habrá dejado de ser un país de jóvenes sin empleo, para convertirse en una nación de viejos empobrecidos y sin seguridad ante la vida. La riqueza para preparar y sostener a esa generación y a ese futuro debe ser creada y distribuida desde ahora, con crecimiento económico, consolidando lo mejor que hemos producido en las últimas décadas: márgenes de libertad y pluralismo como nunca los tuvimos, dialogando y escuchando, ahora sí, el mensaje igualitario de la democracia. ■

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