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jueves, 28 marzo, 2024
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Cómo aspirar a una mejor vida (y no morir en el intento)

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

Los días transcurren como si nada. Cuando se pensaba que habría un terremoto social que afectaría muchas de las esferas de la cotidianidad, como las políticas generales que encabeza el nuevo ejecutivo de nuestro país vecino, el aumento de los energéticos derivados de la energía fósil, la corrupción generalizada en el país, los recortes presupuestales hacia todas las áreas de interés colectivo, el aumento de la pobreza, la inseguridad y lo que han dado en llamar “la descomposición del tejido social”, el colapso del modelo educativo, el abandono casi total de la cultura y la ciencia y tantos otros puntos negativos que juntos parecen un coctel explosivo a punto de estallar…, pues resulta que no pasa nada. La gente se ha puesto bravucona en contra del representante del país del norte sin considerar que estas balandronadas son lo que menos conviene. No nada más como un ejercicio de salud física, sino que se está haciendo mala sangre en contra de Sansón. Por otra parte, esta postura provoca que la gente no atienda todo lo demás que es lo realmente importante. Hoy más que nunca debe rescatarse el ingenio y la sabiduría ancestral para procurar un mejor lugar para vivir con estándares mínimos de felicidad. Pero parece ser que este tipo de razonamientos son de los que terminan en la papelera de reciclaje, por no decir en la basura. Pero la necedad obliga a mantenerlos vivos. Y que el susodicho terremoto llegue a ser algo más que un calambre vibrador.

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Las acciones que responden a estas realidades distan mucho de ser las más adecuadas. Ante las agresiones a la calidad de vida que recibió la ciudadanía, se observa una tímida protesta que a fin de cuentas significó más ruido que nueces; nadie ha propuesto formas congruentes que conduzcan a la solución de los problemas que se relacionan directa o indirectamente con el uso apropiado de la energía. Más que buscar formas para recuperar lo perdido, se deben buscar formas alternas para prescindir del uso de las mismas. Se puede vivir con la misma calidad de vida invirtiendo inteligentemente menos de la mitad de la energía que se malemplea actualmente; pero no parece que el ciudadano promedio esté dispuesto a sacrificar lo que ingenuamente cree que se merece porque se lo ha ganado. Y urge hacerlo, porque la realidad lo muestra contundentemente: no solo se ha perdido el poder adquisitivo para la misma, sino que su existencia en el mercado es cada vez menor y más controlada. Todo hace suponer que la cacareada reforma energética fue más peligrosa y desafortunada que lo que sus detractores previeron. Los que votaron a favor de esta y otras reformas llevarán en su conciencia el señalamiento de traidores a la patria, entreguistas y corruptos por el resto de sus vidas y el estigma marcará a su clase para siempre. El daño se ha hecho.

Es lamentable observar como en cualquier clase de asunto se encuentran innumerables formas de atacar y contraatacar los dichos, hechos y postura de cualquier persona independientemente de carecer o presentar fundamentos para hacerlo. La máxima de la primera mitad del siglo pasado era llegar a acuerdos con el resto de la población independientemente de las posturas ideológicas y sobre todo de los intereses de bandos en asuntos que incumbían a la soberanía y la seguridad nacional. Quizá el mejor ejemplo de esta postura la hayan cincelado los constitucionalistas quienes en medio de una guerra donde había varios bandos coludidos, fueron capaces de llegar a acuerdos trascendentales que quedaron plasmados en la Constitución de 1917; por desgracia, hoy día se encuentra muy vapuleada y sujeta a distintas cirugías plásticas que le asienten a los intereses neoliberales de la ignorante, mezquina, pelmaza y mal llamada “clase política”.

Es triste tener que admitirlo, pero la sociedad mexicana está perdiendo una magnífica e irrepetible oportunidad no tanto para reencontrarse, sino para reconstruirse, porque lo que se quedó extraviado en el camino es irrecuperable, sin embargo la coyuntura actual  brinda un puente de plata para que entre todos se pueda definir la clase de país que se desea. Por decirlo de una forma contundente, si no se aprovecha ahora, difícilmente se volverá a repetir esta oportunidad. No pueden esperarse otros cinco siglos para explorar entre todos las posibilidades que nos permitan diseñar la clase de país que se desea; a qué clase de acuerdos se debe llegar para tener previsto el tipo de destino al que nos queremos enfrentar, en lugar de estar sujetos, sin voluntad ni defensa ante los vaivenes que marcan las manos que mecen la cuna del mundo; ahora que se puede decidir y definir qué clase de ciudadano medio le dará vida a este país a través de qué modelo de educación individual y colectiva, pública y privada, formal, no formal e informal que nos ayude a unificar criterios ante la inminencia de una realidad futura que los mexicanos, apoyados en las bases culturales heredadas de los ancestros podamos discernir como visiones de futuro para que nuestros hijos y sus hijos y los hijos de sus hijos puedan pasar por alto los errores y horrores que las actuales generaciones han causado, muchos de ellos con efectos irreversibles a los restos de este otrora espléndido y privilegiado país, único en este maltrecho planeta. ■

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