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viernes, 19 abril, 2024
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Animales nocturnos

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Por: CARLOS BONFIL •

Vidas subrogadas. Basado en la novela Tony & Susan (1993), del neoyorkino Austin Wright, Animales nocturnos (Nocturnal animals, 2016), el segundo largometraje del actor y realizador estadunidense Tom Ford (A single man, 2009, según la novela homónima de Christopher Isherwood), propone, en colaboración con el autor y coguionista, una intricada trama doble sobre la insatisfacción amorosa en una época moderna, marcada por la frivolidad y el consumismo, que el filósofo Gilles Lipovesky describe certeramente en su título reciente De la ligereza (Anagrama, 2016).

El tono lo dan los créditos con una primera escena, impactante, que muestra una galería de arte neoyorquina, donde Susan Morrow (Amy Adams), artista visual de aspecto vampíricamente gélido, exhibe hologramas, en tamaño natural, de su exacto contraparte físico: mujeres desnudas obesas en un espectáculo grotesco a medio camino entre un anfiteatro de anatomía y una atracción circense. Una rápida observación del personaje de Susan y su relación con quienes la rodean, incluido su muy apuesto y trivial esposo, revelan el vacío y la frustración que marcan la existencia de la joven. Cuando Susan recibe el manuscrito de una novela que acaba de terminar su ex marido Tony Hastings (Jake Gyllenhaal), el contenido del relato sacude violentamente lo que todavía le queda de equilibrio emocional.

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La novela de Tony es presentada, o resentida por Susan, como metáfora del cataclismo mayor en que pudo concluir su anterior vida marital malograda. La lectura del drama que expermienta el personaje ficticio Edward Sheffield (interpretado también por Gyllenhaal), un hombre casado que pierde a su mujer e hija en un acto de vandalismo criminal, revive en Susan algunos aspectos críticos de su relación pasada, cuestionando de paso su propio caracter y sensibilidad, así como su capacidad para sobrellevar la vida presente. Lo que propone el director Tom Ford y su autor y guionista Austin Wright es un elaboradísimo juego entre la realidad y la ficción novelesca, que coloca al espectador en una posición similar a la de la propia lectora Susan Morrow. Aunque el recurso a flash-backs reiterados y a cambios cosméticos que presentan alternadamente a Tony Susan en sus versiones de pareja joven y adulta parece forzado y poco convincente, no es demasiado difícil juntar los cabos aparentemente sueltos y reconocer una coherencia en la trama.

La novela de Tony Morrow lleva como título Animales nocturnos y alude, aparentemente, lo mismo a los delincuentes depredadores que en una sola noche destruyen la existencia plácida del timorato Edward que al frívolo mundo de rapacidad mercantil (circuito de la moda y el arte en las grandes urbes) en que se desenvuelve Susan y que ha sido, hasta cierto punto, responsable del fracaso de sus dos relaciones conyugales. La ligereza al juzgar el escaso vigor de caracter o talento artístico de su primer marido, o al no apreciar cabalmente la nula vanidad de un logro social mundano, han orillado a la artista plática Susan Morrow a una depresión emocional que la película captura con acierto.

Como contrapunto a la ligereza de Susan y a la pusilanimidad moral de Tony, aparecen esos emblemas de lucidez que son los dos personajes secundarios que más cautivan en la trama: el detective Bobby Andes (Michael Shannon, estupendo), hombre con el talento necesario para detectar miserias ajenas muy superiores a la propia, y la de Anne Sutton (Laura Linney), la insufrible progenitora de la joven esposa que cínicamente recuerda a su hija que, tarde o temprano, todas las mujeres terminan pareciéndose a sus madres. Se trata de dos personajes recios y memorables que compensan, generosamente, por la composición un tanto errática y acartonada de los personajes centrales. En su juego de espejos narrativos, la cinta Animales nocturnos naufraga un poco en su construcción formalista: es atractiva y superficial, confusa en su empeño de complejidad, y muestra en su tratamiento y factura la misma ligereza que es su tema y objeto de crítica. Un signo elocuente, sin duda, de la propia modernidad artística que la anima.

Se exhibe en salas de Cinemex y Cinépolis.

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