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miércoles, 17 abril, 2024
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El futuro de la humanidad pasa por la familia

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Por: P. Aurelio Ponce Esparza •

Desde hace tiempo resultan evidentes en nuestra sociedad múltiples signos de un grave y profundo deterioro social, las grandes expectativas de la modernidad parecen no haberse cumplido, la gran promesa de felicidad, que proporcionaría la posesión de bienes y comodidades, no se ha realizado; la plena satisfacción que prometía la “libre” experiencia del placer y que llevó a la degradación del sexo separándolo del amor, simplemente no fue real. Grandes sociólogos de nuestro tiempo coinciden en afirmar que el hombre contemporáneo no es más pleno y feliz que en otras épocas, más aún, el vacío, la soledad, el individualismo y el sin sentido son las características que describen el presente de la humanidad. La depresión es la enfermedad del siglo y el suicidio, es para muchos, la única medicina eficaz. Sociólogos como el alemán  Zygmunt Bauman o el historiador judío Yuval Noah Harari coinciden en afirmarlo.

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La ideología de género, verdadera ideología de muerte, pretende instaurar una manera de pensar tan relativa y superficial que se traduce en una amenaza real para la institución familiar, la única familia capaz de sostener el presente y el futuro del hombre: la unión del hombre y la mujer en el amor y por el amor. Sólo esta familia es auténtico santuario de la vida y verdadera escuela de valores. Sólo la institución familiar permite al hombre adquirir de modo adecuado el sentido de la propia identidad, le ofrece contextualmente un marco conforme a la dignidad natural y a la vocación de la persona humana. Los vínculos familiares son el primer lugar de preparación para las formas sociales de solidaridad.

El futuro de la sociedad pasa por la familia, por eso frente a la cultura de la muerte se hace necesario cultivar y fomentar una cultura de la familia, que conlleva necesariamente el desarrollo de la cultura de la vida. Sólo una cultura de la vida es auténtica cultura, es decir, aquello por lo que el hombre llega a ser más hombre, más humano; aquello por lo que el ser humano realiza plenamente su humanidad, se plenifica en orden y armonía con su ser real y profundo. El ser humano, hombre y mujer, posee una naturaleza que lo impulsa siempre hacia grandes ideales y la anti-cultura de la muerte, de la que la ideología de género es fiel representante, busca disminuir dicha grandeza, colocando al hombre en un plano casi irracional, movido únicamente por la búsqueda del placer.

Mediante una deformación del lenguaje se ha emprendido una verdadera campaña de adoctrinamiento, que ha minado las bases de la familia. La liberación del sexo, la promoción del aborto, los divorcios exprés, el reconocimiento legal de las uniones entre personas del mismo sexo, ha sido la agenda de esta ideología que ha penetrado grandes estratos de poder en instituciones tan importantes como la ONU.

La cultura de la familia ha de tener como fruto el fortalecimiento de la institución familiar, la única capaz de custodiar lo verdaderamente humano. La familia da identidad, sentido de pertenencia, autoestima, valores, amplía el horizonte favoreciendo la cultura del encuentro y la solidaridad. La familia es el ámbito primero de educación y formación, de desarrollo de habilidades y capacidades; y todo en un ambiente de confianza y aceptación incondicional.

Es cierto que en ocasiones la situación apenas descrita está lejos de la realidad, no soy ingenuo, hay crisis en las familias, hay graves dificultades que ponen en peligro la estabilidad familiar. Todo esto es utilizado por algunos para argumentar el fin de la institución familiar como la conocemos y dar así entrada a otras formas de “familia”, en donde ahora sí se viva en amor y comprensión. En realidad se trata de un argumento superficial y tendencioso, pues no se puede negar la riqueza de la familia solo porque algunas familias hayan fracasado.

Ante un sistema educativo débil e instituciones gubernamentales incapaces de atender los problemas desde sus auténticas y más profundas causas, es la familia la única que puede sanar la descomposición social que vivimos. La familia tiene el reto de recuperar su identidad y misión. Sólo la familia tiene la capacidad de promover una verdadera cultura de la vida, que nos permita redescubrir el valor de la  vida que se gesta en el seno materno y la alta e inalienable dignidad de toda persona. ■

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