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sábado, 20 abril, 2024
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¿Y ahora, qué sigue? (3)

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Por: Jorge Humberto De Haro Duarte •

Hoy día, en contra de lo planteado anteriormente, parece que los que rigen el mundo se empeñan en poner las cosas de cabeza. Hay varios hechos que marcan pauta y al mismo tiempo provocan pavor. El principal, el episodio recién vivido y que puede marcar hitos en el destino del mundo, y digo del mundo porque no sólo está en riesgo la especie humana, sino también la supervivencia del planeta. La asunción al trono de los Estados Unidos por parte del nuevo mandatario y su corte, presuponen un afianzamiento del imperialismo a lo bestia. El fenómeno de la producción será el principal argumento de los dueños del capital, independientemente de la desaparición de garantías individuales y los programas que velan por la seguridad y la calidad de vida en Estados Unidos y el resto del mundo donde este país tiene aliados e intereses. Mientras el capital financiero del mundo se concentra en unas pocas manos, la pobreza y todas sus implicaciones tienden a deteriorarse de una manera que pronto saldrá de control y harán que el futuro sea cosa de días.

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En la entrega anterior se había comentado sobre dos aspectos que había que rescatar con carácter de urgente para ir alejando paulatinamente las dos circunstancias negativas de la humanidad en la actualidad: el individualismo extremo y el exceso en el consumo y su nefasta consecuencia: el desperdicio ilimitado. Tal vez no exista una estimación de la cantidad de productos que se desperdician y pasan a pasar el resto de su vida útil o inútil en todo el mundo y no siempre en confinamientos finales para tales tipos de residuos; probablemente, más de la mitad de ellos yacen, contaminando por regla general, a cielo abierto. Sin embargo, no puede desestimarse que tales males pueden paliarse.

Para empezar, habrá que pensar en soluciones que tengan que ver más con lo emocionalmente afectivo y por consiguiente con una visión más comunitaria de desarrollo. A grandes rasgos, si se fortalecen las prácticas ya idas donde el núcleo principal de presencia social es la familia se estará intentando solucionar los dos males que flagelan a la humanidad. Se empezaría a inhibir el individualismo y por otra parte, el consumo iría dirigido hacia grupos y podrían intentarse nuevas formas de consumo colectivo con una visión de uso, abuso y disposición de residuos. Porque en el pasado, cuando no se había caído en el vértigo del consumo irracional, el interés colectivo prevalecía sobre el individual.

Lo que es vital en esta propuesta es que el desarrollo económico deja de ser protagónico, habrá que poner más interés en lo colectivo donde el objeto prioritario sería la conservación del ambiente. Eso que algunos llaman desarrollo sostenible. Habrá que considerar si el futuro del mundo se le sigue encomendando a los economistas, a los contadores y a los depredadores ambientales que piensan que la naturaleza es un objeto de abuso. Estos tres, en complicidades o arreglos con los diferentes gobiernos del mundo han traído una mejora ficticia en la calidad de vida en donde prevalecen el concepto de propiedad privada y el valor del dinero y sus secuelas depredadoras como valores fundamentales; si se sigue esta secuela es complicado hacer planes para un futuro lejano, sobre todo en las condiciones en que ahora lo conocemos.

Por ejemplo, ante la supuesta deportación masiva que puede suscitarse con el arribo del nuevo presidente del país vecino, el gobierno mexicano balbucea tímidamente que aportará fondos para fomentar el empleo y el autoempleo con presupuestos ridículos que más que esperanzas hacen prever auténticas catástrofes sociales. La opinión de esta propuesta es que este trabajo debe dejarse en manos de los que saben, es decir, científicos, gestores culturales, planificadores educativos, analistas de sistemas sobre el comportamiento humano, pedagogos, trabajadores sociales, psicólogos, sociólogos, nutriólogos y sobre todo, una sociedad informada y organizada que facilite el alcance de los objetivos a mediano y largo plazo.

Lo otro, fortalecer los valores familiares como principio armónico de supervivencia, valores que tengan que ver con el respeto, la cortesía, el aprendizaje continuo, la responsabilidad compartida, el cuidado colectivo, la lealtad, la honestidad, y ese término trillado que parece haber ido diluyéndose para siempre: el amor. No hace mucho tiempo, todos ésos términos sentaban sus reales en el seno de los núcleos familiares y aparentemente los valores antes enunciados tenían mayor vigencia que hoy día.

Por último, sería prudente diseñar formas alternativas de consumo, en la que los gastos a desarrollar no fueran contemplados en forma individual sino grupal y colectivamente y los esfuerzos personales contemplados desde esquemas sociales compartidos.

Normalmente, este tipo de prácticas son desechadas desde su propuesta sin antes siquiera ponerlos en práctica. Los tiempos venideros serán aciagos si no se toman medidas tendientes a recuperar los valores universales, soluciones prácticas para males complejos y sobre todo, visiones de futuro que impliquen la paz y la permanencia, recuperando el sentido de pertenencia a un lugar que poco a poco se ha ido abandonando junto con un precepto que solía unir a un estado o país más que el cordón umbilical, junto a otros símbolos que han perdido vigencia, el concepto de Patria. ■

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