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jueves, 28 marzo, 2024
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Good bye Obama

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Por: RAÚL ROSS* •

Allá por el año 2008, cuando Barack Obama era apenas candidato del Partido Demócrata a la Presidencia de Estados Unidos, mis amigos de México me pedían opinar sobre él. Tratando de razonar una respuesta sincera proponía que a un eventual presidente de EU lo evaluáramos desde diferentes ángulos, distinguiendo dos principales: el de la política doméstica y el de la política internacional.

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En política doméstica me refería principalmente a las expectativas sobre cómo conduciría la economía nacional y cuáles políticas sociales impulsaría. En política internacional pensaba en los matices que podía introducir en el modo en que EU se relaciona con el resto del mundo y en cuántas guerras podía detener o iniciar. Otro aspecto, que tenía que ver con ambos ángulos y el que más me importaba, era: cuál podía ser su política, específicamente, hacia México y los mexicanos en EU.

Estos puntos de referencia me ayudaban a hacerme de una opinión más racional y menos emocional. Sin embargo, estábamos además ante la posibilidad de atestiguar un acontecimiento de trascendencia histórica, pues Obama estaba en un camino que podía llevarlo a convertirse en el primer presidente afroamericano en un país que, desde 1789, había elegido solo a presidentes anglosajones. Claro que esto me emocionaba y me hacía simpatizar con él.

Pero Obama no era economista ni podía exhibir en su currículo alguna experiencia administrativa significativa que lo acreditara como un candidato confiable para conducir la economía nacional. En cambio, su experiencia como organizador comunitario y su contacto con los barrios afroamericanos pobres del sur de Chicago, lo ubicaban como una persona familiarizada con los problemas sociales derivados de la pobreza y la discriminación racial.

Obama tenía experiencia como organizador comunitario, abogado, legislador estatal y, finalmente, como senador, pero ninguna que lo hubiera expuesto en lo más mínimo a la política internacional.

En cuanto a México, Obama no conocía ni Cancún.

Sin embargo, lo que más me importaba era saber cuál sería su postura frente a la situación de los migrantes indocumentados. A pesar del importante movimiento en defensa de los indocumentados de Chicago, Obama nunca se había pronunciado al respecto, hasta 2006. En una de las masivas manifestaciones de aquel año en esta ciudad, Obama (nótese que todavía no era candidato presidencial) fue uno de los tantos políticos locales que se subieron al podio a congraciarse con la multitud. Ahí, repitió el consabido diagnóstico de que el sistema no funciona y se pronunció a favor de una “reforma migratoria”, pero sin mencionar alguna solución para la situación de los migrantes indocumentados. Eso fue todo.

Los presidentes, al inicio de su administración acostumbran contar muy bien sus canicas para ver cuántas apostarán y desportillarán al inicio de su mandato impulsando las reformas que prometieron en campaña. Aún con un Congreso con mayoría demócrata en ambas cámaras, Obama hizo cuentas de que no le convenía apostar en ese momento por la reforma migratoria. Este fue un cálculo político consciente, que respondía a razones tácticas que seguramente tenían sentido para el grupo gobernante, aunque nunca las hayan explicado públicamente. Éste es un hecho que los fanáticos de Obama tratan de esconder acusando mañosamente a los republicanos, que sí, se hicieron de la mayoría del Congreso, pero eso sucedió después.

La administración federal está obligada a aplicar la legislación migratoria vigente, lo cual incluye el deportar migrantes indocumentados. Con todo y que esto nos desagrade, no podemos disputar que se trata de una obligación legal; sin embargo, el grado de entusiasmo con que cada presidente le entra a las deportaciones sí depende mucho de su discrecionalidad. Por eso, Obama –el presidente supuestamente amigo de los migrantes– se va debiéndonos cuando menos una explicación de qué lo motivó a convertirse en el presidente que más migrantes ha deportado en la historia de EU.

La orden ejecutiva conocida como DACA y, posteriormente, la fallida DAPA fueron acciones positivas, pero que no compensan lo no hecho en reforma migratoria y lo hecho en deportaciones.

¿Será este juicio lapidario la única consideración para el balance más general de la presidencia de Obama? Para algunos, sí, y si éstos son indocumentados no los culpo. Pero supongo que esto es parcial e injusto.

En la arena internacional no era de esperarse que modificara mucho las relaciones imperiales que EU tiene con el resto del mundo. Por ello, es de apreciarse, entre otras acciones, el acercamiento que hubo con Cuba y el haber abandonado a Israel frente a la condena de la ONU por sus asentamientos en Palestina. Sin embargo, los mayores méritos de Obama fueron en casa: revivió una economía nacional que recibió arruinada, estimulando el empleo, y su programa insignia, el Obamacare, facilitó el seguro de salud para 20 millones de estadunidenses.

Claro que hizo mucho más, pero con esto sería suficiente para reconocer en Obama a uno de los mejores presidentes que ha tenido EU. ■

* El autor radica en Chicago desde 1986, es miembro de la Coalición por los Derechos Políticos de los Mexicanos en el Extranjero, y autor de varios libros y numerosos artículos sobre la vida de los mexicanos en EU. Correo electrónico: [email protected]

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