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miércoles, 24 abril, 2024
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Una antigua ciudad indígena perdida en Apozol

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Por: Carlos Alberto Torreblanca Padilla • admin-zenda • Admin •

La Gualdra 276 / Tradición oral / Arqueología

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Los lugares donde existen vestigios atribuidos a poblaciones hoy desaparecidas siempre encierran un gran misterio, surgiendo así preguntas en torno a su antigüedad, quiénes fueron sus pobladores y qué pasó con ellos. De esta manera las personas, desde sus conocimientos tradicionales más allá de los académicos, tratan de explicar la razón de estos objetos del pasado. Una de estas narraciones la encontramos en el municipio de Apozol, dentro del cañón de Juchipila, cuando realizábamos las exploraciones en el sitio arqueológico de Panteón de Achoquén.

Debido al constante tránsito por la Mesa de San Miguel, las personas fueron encontrando restos de antiguas construcciones, así como fragmentos de vasijas de barro y restos óseos humanos. La abundante presencia de este tipo de restos dispersos en el terreno, permitió considerar este paraje como un panteón de los indios, de ahí su actual denominación como Panteón de Achoquén. Estos vestigios han guardado un misticismo para los habitantes quienes narran distintas historias en torno al sitio, las cuales han sido transmitidas de manera oral.

            En el Bajío de San Rafael, localizado al este de la Mesa de San Miguel (Fig.1), existe una roca con varios motivos grabados sobre su superficie. Durante los trabajos de registro pudimos observar diseños geométricos como puntos, líneas, círculos así como formas irregulares (Fig.2). El guía observaba detenidamente nuestras labores y preguntaba sobre el significado de los grabados; nosotros le decíamos que era difícil conocerlo en ese momento, pero que con el posterior análisis de los diseños podríamos explicarlo. Sin embargo, él nos comentó que en la región las personas creen que esa roca representa al sitio arqueológico de Panteón de Achoquén, ya que el contorno es parecido al perfil del cerro (Fig.3). Al observarlo nos sorprendió que efectivamente fuera tan parecido; nuestro guía añadió que los diseños representan un mapa de la antigua ciudad indígena, asegurando que ésta a su vez se encuentra al interior del cerro.

Para ampliar su explicación, nos comentó de un misterioso acontecimiento que vivieron dos compadres en una cueva localizada en el Bajío de San Rafael. En una ocasión ambos compadres iban rumbo a la fiesta de Semana Santa a celebrarse en San Miguel Atotonilco; durante el trayecto se detuvieron por el Bajío de San Rafael para descansar y beber agua, dejando que los caballos hicieran lo mismo en el arroyo. Protegidos por la sombra de los árboles que se extendía por la ladera de cerro, se percataron de la existencia de una cueva a unos metros. La curiosidad los condujo a acercarse a ella y explorarla; unos metros al interior de la cavidad notaron un blanco resplandor, al dirigirse a éste, comenzaron a ver una gran ciudad, toda ella decorada en blanco.

Uno de los compadres pidió al otro que regresara a amarrar los caballos que se habían quedado pastando y volviera pronto para recorrer esa ciudad. Rápidamente fue hasta donde estaban los animales, los arrendó y amarró a los árboles para volver a la cueva. Una vez concluida su misión, regresó a la ladera del cerro donde estaba la cueva, sin embargo, no logró encontrarla; extrañado, volvió a realizar el recorrido con el mismo resultado; lo intentó varias veces, pero nunca logró ubicarla nuevamente.

Desesperado y preocupado por su compadre, decidió tomar los caballos y dirigirse al poblado de San Miguel Atotonilco a solicitar apoyo. En la comunidad platicó a los habitantes su percance y preguntaba por la cueva del Bajío de San Rafael; sin embargo, todos coincidían en que nunca la habían visto, por lo que, entristecido, tuvo que retornar a su lugar de origen sin su compadre. Al año siguiente y continuando con la tradición de asistir a las festividades de Semana Santa en San Miguel Atotonilco, el compadre recorrió el mismo sendero que cada año transitaba con su compadre. Al llegar al Bajío de San Rafael, recordó el lugar donde se detuvieron un año antes a descansar, con la sorpresa de que en esta ocasión sí pudo visualizar la cueva perdida.

Rápidamente bajó del caballo, lo amarró a un árbol y corrió a la cueva. Ingresó y llegó hasta el punto aquél donde se había quedado el compadre; sorprendentemente ahí seguía parado, al verlo, éste le preguntó que si había amarrado bien los caballo para poder ingresar al lugar. Entre la admiración y la angustia pidió a su compadre salieran inmediatamente del lugar; ante la insistencia, el compadre decidió retornar y abandonar la exploración a esa extraordinaria ciudad; ya afuera, el compadre le comentó todo lo sucedido, sin creer todavía la historia que habían vivido.

Sin duda alguna existen distintas respuestas más allá de las académicas que explican la presencia de estos vestigios; en este caso, gracias a la tradición oral de la región de Apozol, hemos recuperado esa visión campirana que desde su punto de vista construye una explicación de su entorno, reflejando sus creencias, aproximándonos a lo que ellos consideran como su patrimonio cultural, lo cotidiano y cercano a ellos, en la pluralidad de mosaico cultural que existe en Zacatecas.

 

*Centro INAH Zacatecas.

 

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