La Gualdra 274 / Río de palabras
Te vi y ni me dijiste nada. Sólo me echaste esa mirada, ésa que siempre me saca de onda, me mueve el piso, me saca de mi centro, me chivea pues. Volteé varias veces esperando que te acercaras, que mínimo estiraras la mano para obligar al saludo, para iniciar la conversación pero… Ya ni me pelaste, me castigaste como dicen por ahí: con el látigo de tu desprecio. Yo que me moría de ganas de que vinieras, te sentaras un rato a mi lado, me sacaras plática, me contaras tus cosas, de que te fueras acercando poco a poquito, pero… Ni te enteraste de que yo ahí estaba, más bien te hiciste el desentendido porque de que te di señales, claro que te di señales: saqué el espejo, me arreglé el flequillo, cruce la pierna tres veces alternándolas a cada lado y no sólo para que vieras mis piernas sino para atraer tu atención con el movimiento. Es más, frente a ti me pinté los labios de rojo, rojo fuerte, pero… Tú ni en cuenta, preferiste seguir ahí dándome la espalda, platicar con tus amigos, reírte con ellos a carcajadas. Salirte de repente con tu amigo Gerardo, apartarte de la fiesta, perderte en lo oscurito, pero… Yo de veras, qué necesidad tenía de seguirte, de ver dónde te habías metido. Te encuentro y ahora lo entiendo todo: tan machito que te veías, tan fuerte y varonil, pero…
